28/04/2024
10:44 PM

Con las disculpas del caso

Elisa M. Pineda

El cansancio puede llevarnos a hacer o decir cosas que no son las más adecuadas, que no nos representan y que probablemente no diríamos en otras condiciones.

Así me encontraba hace poco, conversando con una persona que tiene el don de la sabiduría y también mucha paciencia para saber cuándo y cómo guiarme.

“Estoy cansada de disculpar” le dije, refiriéndome a una situación en la que alguien muy querido me había hablado de una manera que me pareció pesada.

Mi interlocutora se encogió de hombros y me dijo: “¿Crees que hay una mejor forma de vivir, que no sea disculpando los desaciertos ajenos y pidiendo disculpas por los propios?” . Me dejó callada.

Disculpar, que no es otra cosa que pasar por alto situaciones o palabras que nos suelen producir incomodidad, es parte indispensable en la vida para alcanzar un objetivo más profundo: la paz.

El desgaste que produce en las relaciones humanas el resentimiento -volver a sentir- puede ser una verdadera carga, especialmente cuando es producido por situaciones intrascendentes. Un tono inadecuado, la franqueza que roza la falta de caridad, un instante poco empático, no debería llevarnos a juzgar a una persona en su totalidad. Después de todo ¿es que acaso no hemos hecho cosas similares, con intención o sin ella?

Actuar por impulso puede hacernos cometer desaciertos, ampliar brechas, tener desasosiego, perder la paz.

La paz que abre la puerta a la libertad, para pensar, sentir y vivir con mayor plenitud. La paz que nos dispone a dar atención a aquello que nos perdemos cuando el enfoque está puesto en lo que nos molesta.

Aprender a disculpar, aun y cuando la otra persona no lo haya pedido así, es un acto de amor, que nos conduce a la empatía, para comprender la situación del otro y lo que le llevó a decir o actuar de cierta forma que resulta incómoda, fue la conclusión a la que llegamos en la conversación.

¡Es tan fácil apartarse de los buenos propósitos! Hace pocos días me propuse aceptar lo que no puedo cambiar, lo que está fuera de mi responsabilidad, dejándolo fluir, teniendo al mismo tiempo la sabiduría para identificar que sí y que no merece detenerse.

La cotidianidad nos pone a prueba, el cansancio suma, las ideas discrepantes también. Pensé en compartir esta reflexión porque especialmente en momentos de polarización ideológica debemos tener presente que las opiniones distintas a la nuestra no son afrentas personales, que el amor, la amistad y el compañerismo, deben prevalecer.

Cuando tengamos dudas es válido pensar en las múltiples ocasiones en las que hemos vivido situaciones positivas con esa persona que de un momento a otro “se convirtió” en artífice de la inquietud. ¿Qué la llevaría a estar así?, ¿sería también el cansancio?

Hay que aprender a descansar entonces, a hacer pausas, a no herir, a tener paciencia para encontrar el momento adecuado para dialogar, con la sana intención de acercar.

Es necesario dar y ofrecer las disculpas del caso, porque no estamos para desperdiciar la energía personal, tan necesaria para enfrentar retos y disfrutar del día a día y de quienes nos acompañan. ¡La vida sigue!

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