28/04/2024
10:02 AM

Bárbaros verticales

Es curioso, las universidades nacieron como centros de estudio de las humanidades; a ellas se iba a estudiar sobre todo Filosofía, Gramática, Oratoria, Teología y, por supuesto, algo de Aritmética.

Roger Martínez

Es evidente que el desarrollo de la ciencia ha obligado a la especialización y que, por lo mismo, hay hoy hombres y mujeres que se dedican exclusivamente a un área muy reducida de los diferentes campos del conocimiento. Podríamos afirmar que eso ha sido inevitable. En áreas como la medicina, la especialización ha traído grandes ventajas para el tratamiento de las diversas dolencias y para las que los padecen, igual ha pasado en las ingenierías e, incluso, en el derecho.

Sin embargo, en muchos casos, el hecho de dedicarse a un estrecho espacio de la realidad ha convertido a los especialistas en una especie de “bárbaros verticales”, como los llamó alguna vez el filósofo español Julián Marías. Un “bárbaro vertical” es un profesional que conoce y maneja a fondo su área del conocimiento, pero desconoce la horizontalidad del saber humano. Al concentrarse en aquello que particularmente le interesa, descuida, sobre todo, una indispensable formación cultural general, humanística, que es indispensable para que, además de profesional, sea persona.

Es curioso, las universidades nacieron como centros de estudio de las humanidades; a ellas se iba a estudiar sobre todo Filosofía, Gramática, Oratoria, Teología y, por supuesto, algo de Aritmética. Pero la meta del estudiante era aprender a escribir y a hablar bien, para lo que era necesario aprender antes a pensar, ya que hay, además, una relación obligatoria entre lenguaje y pensamiento; no se puede pensar con lucidez si se tiene un vocabulario pobre, para el caso.

El advenimiento de la tecnología ha empeorado las cosas. Hay quienes asumen que basta con que el corrector de una máquina revise la ortografía o determinado programa le sugiera algún sinónimo, olvida que la lógica humana es y será insustituible.

Así, se va uno encontrando en la vida gente que posee cantidades apilables de títulos y diplomas, pero que no rebuzna por deficiencia de su aparato fonador; gente con la que difícilmente se mantiene una conversación inteligente o ante la que no queda más remedio que “tragar gordo” cada vez que repite una barbaridad o una incorrección lingüística; pero, además del mal uso del idioma, carece de los conocimientos básicos de historia y vive, y muere, de espaldas a las artes en sus distintas manifestaciones.

Por supuesto, este triste fenómeno no es culpa de la escuela. Como tantas cosas en la vida, todo comienza en la familia. Es ahí donde deben corregirnos cuando hablamos mal, es ahí donde debe propiciarse un clima culturalmente estimulante y donde se nos debe poner en contacto con lo mejor del espíritu humano, ya que si en casa no nos ayudan a desarrollar una sensibilidad básica ante las humanidades y las artes, la labor para las instituciones académicas será mucho más ardua; si es que estas deciden remediar algo de la falta de cultura con la que llegan a ellas sus alumnos.