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Auxilio de los cristianos

  • 25 mayo 2022 /

Terminamos el mes de mayo, mes dedicado tradicionalmente, en el seno de la Iglesia, a la santísima Virgen María, la Madre de Dios. El pasado día 24, celebrábamos la advocación de María Auxiliadora de los cristianos, cuya devoción ha sido llevada, a lo ancho y largo del mundo, por los miembros de la familia salesiana. En Honduras, los históricos e icónicos institutos de señoritas del María Auxiliadora han sido durante décadas un referente en educación para el país. Pero esta advocación mariana es más antigua que la fundación de la congregación de San Juan Bosco.

La primera referencia que se tiene a este título la podemos encontrar en las palabras de San Juan Crisostomo, en el año 345d.C, en Constantinopla, cuando afirmó en una de sus famosas homilías: “Tú, María, eres auxilio potentísimo de Dios”. Desde entonces muchos son los pueblos cristianos que, ante una invasión militar, ante la pobreza, ante la enfermedad o la peste, se han colocado en manos de nuestra Señora invocando su auxilio. No se trata de una superstición sin más, o de una actitud irresponsable o facilona, sino del reconocimiento filial de los fieles de Dios, que ven en la Madre, a un acueducto de la gracia inagotable de Cristo, para aquellos que se acogen a la omnipotencia suplicante de su voz, que aboga por sus hijos ante el Hijo, que llevó en su seno. Porque María es madre de Cristo, pero también madre nuestra, no de forma genérica, como la “madre patria”, sino personal, porque nos ama, auxilia y defiende a cada uno, como hijos propios, porque lo somos. Cuando Jesús, en Jn 19, 26-27, afirma: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre”. No dice, allí tienes a otro hijo, sino a tu hijo, porque en el momento de la redención, Cristo nos hace hijos con Él, no solo del Padre, sino también de la Madre. Esta escena de nueva humanidad redimida a los pies de la cruz, representada en el discípulo amado, y en María, que es la génesis de la misma humanidad de Cristo (de quien toma su naturaleza según la carne). Se vuelve una exhortación de amor para los hombres y las mujeres de todos los tiempos. Cristo al pedir a Juan que tome a María como madre, y a esta, que tome a Juan como hijo, hace surgir, en medio de un ambiente de muerte y desesperación, la luz de esperanza y vida a través de la necesidad de acoger al otro y de aprender a convivir juntos. Y así lo que al pie del árbol del bien y el mal se había roto, gracias a la desobediencia de Eva, queda unido en el árbol de la cruz, por la obediencia de Jesús, posibilitada por la obediencia de María. Que María, auxilio de los cristianos, interceda por nosotros.