Por Emily Anthes y Teddy Rosenbluth/The New York Times International
En los cuatro años desde que abrió su propia clínica veterinaria, Kelly McGuire ha visto muchos casos dolorosos.
Estuvo el caso de un perro cuyos riñones fallaron tras contraer leptospirosis, una enfermedad bacteriana transmitida frecuentemente por roedores. Varios de sus pacientes caninos sufrieron casos tan graves de parvovirus que murieron tras “perder el revestimiento intestinal al grado de deshidratación y desnutrición”, explicó McGuire, propietaria del Hospital Veterinario Wildflower, en Brighton, Colorado. Y después de no poder descartar la rabia, se vio obligado a practicar la eutanasia a un cachorro de 20 semanas que sufría convulsiones.
Estas muertes fueron desgarradoras, particularmente porque esas mascotas probablemente habrían sobrevivido si hubieran recibido todas sus vacunas.
Durante la mayor parte de su trayectoria profesional, la vacunación fue una parte rutinaria del trabajo de McGuire. Pero tras la pandemia del Covid-19, se vio envuelta en largas ya veces tensas discusiones con los dueños de mascotas sobre la necesidad de las vacunas. Cada vez más, los dueños insistían en espaciar las inyecciones o las rechazaban por completo, incluso para virus mortales e incurables como la rabia.
“En una ocasión hasta una dueña nos gritó y se marchó furiosa porque exigíamos la vacuna antirrábica para sus gatos”, dijo McGuire, añadiendo que la dueña la acusó de intentar “matar a sus gatos con vacunas”.
En los últimos años, el movimiento antivacunas ha cobrado fuerza en Estados Unidos, impulsado, en parte, por la politización de las vacunas contra la Covid-19 y el creciente poder de críticos como el Secretario de Salud Robert F. Kennedy Jr. Las tasas de vacunación infantil han disminuido. Enfermedades otras erradicadas, como el sarampión, han resurgido. Y la obligatoriedad de la vacunación está siendo cuestionada. La antipatía hacia las vacunas se está extendiendo a la medicina veterinaria.
“Hablo con millas de veterinarios cada año en todo el País, y la mayoría observa este problema”, afirmó Richard Ford, profesor emérito en la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, quien participó en la elaboración de las directrices nacionales de vacunación para perros y gatos.
Los expertos temen que este fenómeno pueda conducir al País por un camino ya conocido, resultando en una flexibilización de las leyes de vacunación animal, una caída en las tasas de vacunación de mascotas y un resurgimiento de enfermedades infecciosas que representan un riesgo tanto para los animales como para las personas.
“¿Vamos a empezar a revocar la obligatoriedad de la vacunación antirrábica?”, preguntó Simon Haeder, investigador de políticas y servicios de salud en la Universidad Estatal de Ohio, quien ha estudiado la reticencia a la vacunación veterinaria. “Es un momento crucial”.
Existen pocos datos confiables sobre las tasas de vacunación en mascotas en Estados Unidos, pero en una encuesta del 2024 estimó que el 22 por ciento de los dueños de perros y el 26 por ciento de los dueños de gatos podrían clasificarse como reticentes a la vacunación.
“La opinión de la gente sobre la vacuna contra el Covid-19 ha cambiado su percepción sobre todas las vacunas”, afirmó Matt Motta, experto en políticas de salud en la Universidad de Boston, quien ha estudiado las actitudes hacia las vacunas tanto humanas como animales.
A algunos dueños les preocupa que sus mascotas reciban demasiadas vacunas, creen que es mejor que adquieran inmunidad a través de la enfermedad misma en lugar de vía una vacuna, o expresan inquietud de que las vacunas puedan provocar cambios cognitivos y de comportamiento en sus mascotas, incluido el autismo.
Esta idea carece de fundamento científico: la idea de que las vacunas causan autismo en las personas ha sido refutada repetidamente, y el autismo no existe en otras especies.
Aun así, las preocupaciones sobre la seguridad y la frecuencia de las vacunas no son del todo infundadas. Las primeras formulaciones de la vacuna contra la leptospirosis estuvieron asociadas con un mayor riesgo de reacciones alérgicas graves que otras vacunas, particularmente en perros pequeños. Y en gatos, las inyecciones pueden provocar sarcomas en el sitio de inyección, una forma rara de cáncer. Sin embargo, estos efectos secundarios nunca fueron comunes, y los riesgos han disminuido aún más en los últimos años, a medida que se reformularon las vacunas y se perfeccionaron los protocolos de vacunación, dicen los expertos.
“Ha habido muchos cambios en las prácticas de vacunación en los últimos 20 años, lo que creo demuestra que siempre buscamos prácticas mejores, más seguras y más eficaces”, afirmó Brennen McKenzie un veterinario de California que opera SkeptVet, un blog sobre medicina veterinaria basado en evidencia.
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