Por: Brent Crane/The New York Times
Una mañana de octubre pasado, Alexander Laurenson, de 26 años, entró en una pequeña habitación en Baltimore para que se dieran gusto con su brazo unos mosquitos infectados con malaria, una enfermedad que mata a más de 600 mil personas cada año.
Laurenson era parte de un estudio en la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland para probar un anticuerpo monoclonal diseñado para prevenir la transmisión de la malaria. Había aceptado participar en un estudio de infección intencional en humanos.
Pruebas como ésta durante mucho tiempo han apuntalado el desarrollo de vacunas para flagelos mortales como la fiebre tifoidea y el cólera. Hoy normalmente se realizan sólo con enfermedades que ya cuentan con medicamentos de acción rápida para garantizar la recuperación. Pero debido al riesgo percibido y a su costo, los ensayos de infección intencional siguen siendo inusitados y controvertidos.
Aún así, los estudios de infección intencional se han convertido en un área de entusiasmo desde la pandemia del Covid-19. El financiamiento ha llegado a raudales. Países como India, Canadá y Australia están desarrollando la capacidad para llevarlos a cabo.
Los investigadores han descubierto que las pruebas de infección intencional se pueden utilizar para observar no sólo las respuestas inmunológicas, sino también la transmisión y la infección. Y el proceso puede tardar tan sólo unos meses, en contraste con los años que suele llevar realizar un ensayo tradicional que requiere que miles de participantes se infecten de forma natural.
Casi todos los voluntarios en Baltimore recibieron distintas dosis del anticuerpo monoclonal. Pero unos cuantos lidiarían con los efectos de la malaria y luego recibirían tratamiento. Kirsten E. Lyke, la investigadora principal, les informó que los síntomas tardarían al menos una semana en aparecer. Si el anticuerpo funcionaba, no aparecería ninguno en el grupo que lo recibió.
Una semana después, Laurenson se sentía bien. Pero luego, 11 días después, desarrolló dolor de cabeza y náuseas. Luego, vomitó.
Ensayos de infección intencional
La primera vacuna nació mediante un ensayo de infección intencional. En 1796, el científico inglés Edward Jenner se preguntó si la viruela vacuna, una enfermedad leve, podría proteger contra la viruela, una enfermedad mortal. Expuso a James Phipps, el hijo de su jardinero, a la viruela vacuna a través de una vaca. Luego lo infectó deliberadamente con viruela. Afortunadamente, su teoría resultó correcta.
En los dos siglos siguientes se realizaron varios ensayos de infección intencional, muchos involucrando a grupos vulnerables como prisioneros o soldados sin su consentimiento.
Con el tiempo, los ensayos de infección intencional comenzaron a alejarse de “la periferia de la investigación médica” hacia una aceptación más generalizada, dijo Joshua Osowicki, médico especialista en enfermedades infecciosas en el Instituto de Investigación Infantil Murdoch, en Melbourne, Australia.
Esa aceptación científica general fue puesta a prueba durante la pandemia. En abril del 2020, 35 miembros del Congreso estadounidense pidieron a los reguladores que permitieran ensayos de infección intencional para las vacunas Covid-19. Destacados científicos se sumaron a su llamado. Pero los detractores argumentaron que los riesgos de infectar a los voluntarios con un virus poco conocido eran demasiado grandes. En el 2021, después de meses de deliberaciones, comenzó la primera prueba de desafío de Covid-19 del mundo en el Imperial College, y a partir de ahí creció el interés.
En marzo de 2020, se formó en Washington un grupo de defensa llamado 1Day Sooner, como un lugar para organizar voluntarios. En cuestión de meses, la organización tenía decenas de miles de personas inscritas.
1Day Sooner pasó a promover ensayos de infección intencional para enfermedades como el norovirus, la hepatitis C y la shigella. En los últimos años, se ha destinado más dinero a la construcción de instalaciones que contienen patógenos peligrosos. La Universidad de Melbourne abrió recientemente uno dedicado a ensayos de infección intencional en humanos.
También se están utilizando ensayos de infección intencional para desarrollar una vacuna contra el Zika. Y Osowicki es pionero en estos ensayos para evaluar candidatas a vacunas contra el estreptococo A.
El potencial de estos ensayos clínicos no escapa a Laurenson. Antes de su infección, había recibido la dosis más alta del anticuerpo monoclonal utilizado en el ensayo. ¿Había fracasado el producto experimental?
En el laboratorio de Lyke, una prueba de malaria salió negativa. Laurenson tenía un virus estomacal. El anticuerpo había funcionado.
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