29/04/2024
12:34 AM

En posta de El Aguacate no hay agentes; allí viven los Turcios

Una familia de escasos recursos habita el inmueble “prestado”. En la aldea no hay policías.

¿Hay algún policía aquí? Esa fue la primera pregunta que hice cuando me asomé a una posta policial en la aldea El Aguacate, en Villanueva. Mi sorpresa fue la respuesta: “No, acá vive una familia”.

Un vistazo es suficiente para saber que se trata de una posta policial por sus paredes pintadas de amarillo con el logo de la Secretaría de Seguridad enfrente y al fondo una bartolina; sin embargo, por dentro tiene muebles de hogar, camas y trastos de cocina.

En el corredor hay maceteras con flores secas por la falta de riego, un viejo coche que apenas anda y tres sillas plásticas mal usadas. La bartolina es sirve de bodega.
Hace cuatro años estaba habitada por tres agentes policiales que daban seguridad en la aldea donde residen al menos 200 familias. Ahora alberga a un matrimonio y sus cuatro hijos.

Ángel López, alcalde auxiliar en El Aguacate, contó que un día los policías dejaron abandonada la posta porque fueron trasladados a otra zona, desde esa fecha han luchado porque vuelvan, pero no han obtenido respuesta.

La posta más cercana se encuentra a 30 minutos, y muchas veces no tienen combustible para trasladarse de un lugar a otro.

El Aguacate es una aldea de la montaña de Villanueva cerca de El Venado y San Isidro.

Pobreza

Aída Lisseth Euceda, José Manuel Turcios y sus cuatro pequeños hijos ocuparon el inmueble entre la necesidad y la desesperación por un techo. Durante dos años habitaron en una casa prestada, pero un día el dueño la vendió y los desalojó.

Don Manuel se dedica a la agricultura y a chapear solares. Contó que el alcalde auxiliar les prestó la posta porque estaba desocupada y los delincuentes habían aprovechado la situación para robarse el zinc y los cables eléctricos.

“No tenemos dónde vivir por eso estamos aquí, el alcalde auxiliar dijo que podíamos quedarnos tres meses para cuidar, pero ya llevamos cinco”, expresó don Manuel.
La desesperación se apodera de la pareja al recordar que cuando los policías vuelvan se quedarán sin un techo.

“Es triste acostarse pensando que un día nos van a venir a sacar y tendremos que dormir en la calle, porque no contamos con un lugar a donde ir”, dijo Aída.
La pobreza se ha ensañado con esta familia. Sobre el comal de la improvisada hornilla que construyeron en la parte trasera de la posta apenas hay leña para cocinar la media libra de frijoles y el maíz que consiguen regalado para comer. “Hay días que no tenemos ni para el pan y el café”, dijo la mujer.

Las lágrimas brotan cuando piensa que muchas veces han aplacado el hambre de sus hijos con tortillas y sal. La más pequeña de tan solo dos años de edad arrastra de un lado a otro un biberón lleno de agua azucarada, pues no alcanza para la leche.

“La niña llora por comida y me desespero porque no tengo nada qué darle, los más grandecitos entienden la situación en que estamos, pero ella no. Quisiera poder darles un futuro mejor a mis hijos”, dijo.

Aída agradece al menos tener un techo. Con una sonrisa como para olvidar las penas comparte las anécdotas de vivir en una posta.

“Muchos vehículos se detienen enfrente para hacer una denuncia, pero para su sorpresa lo que encuentran dentro son muebles y camas. Varias veces se han parado patrullas para preguntarnos qué estamos haciendo aquí...”.