Pío XII: El papa que explotó en su propio funeral
El funeral del papa Pío XII quedó marcado para siempre en la historia de la Iglesia Católica.
- 25 de abril de 2025 a las 13:30 -

El funeral del papa Pío XII, ocurrido en octubre de 1958, tuvo un accidentado desenlace: el pontífice explotó. Su fallecimiento se produjo tras sufrir dos derrames cerebrales, y a partir de ahí su médico comenzó a experimentar una polémica técnica de embalsamiento, que, según él, allanaría el camino del difunto papa hacia la santidad.

El primer derrame del pontífice de 82 años ocurrió durante la mañana del lunes 6, y luego volvió a sufrir otro durante la mañana del miércoles 8. Según detallaron, perdió la consciencia y entró en agonía, aunque antes alcanzó a decir sus últimas palabras: "Oren, oren, oren para que la infeliz situación de la iglesia se termine".

Así, fue declarado muerto durante la madrugada del jueves 9, en el palacio de verano papal de Castel Gandolfo.

Durante siglos, la incorruptibilidad del cuerpo de una persona santa se consideró una señal del favor de Dios. Dicho de otro modo, si se desenterraba a un sacerdote, una monja o un papa fallecido hacía mucho tiempo y aún conservaba su aspecto lozano, era un milagro. Y debían ser canonizados.

Ahí es donde entra el doctor Riccardo Galeazzi-Lisi, quien esperaba que su método de embalsamamiento garantizara que, en el futuro, el Papa Pío XII se convirtiera en San Pío.

Sin embargo, había un gran problema: el médico no tenía idea de lo que hacía. Además, trascendió que el hombre directamente no era experto en ninguna rama de la medicina. Este factor, sumado a la forma en que el proceso fue llevado a cabo, contribuyeron al insólito desenlace que tuvo el cuerpo de Pío XII.

Galeazzi-Lisi empapó el cuerpo del Papa Pío XII en aceites y luego lo envolvió firmemente en celofán, creando un envoltorio sellado y, por lo tanto, una acumulación de gases, ya que no había empleado los enfoques habituales para detener la descomposición después de la muerte.

Finalmente, lo peor ocurrió: tras pasar cuatro días en el velatorio y ser desenvuelto del sobre de celofán, la cavidad torácica explotó. Su piel se tornó de un color verdoso y el golpe final a su dignidad en la muerte fue cuando se le cayeron la nariz y los dedos.

Dos semanas después, Galeazzi-Lisi fue despedido como director de los Servicios de Salud de la Ciudad del Vaticano; así como también expulsado de cualquier propiedad del Vaticano.