“Cuando los niños entran a la mara pierden el respeto por todos”: investigador

Pandilla 18 y MS tienen métodos diferentes: la primera los obliga a ingresar y mide su carácter, la otra los manipula aprovechándose de su curiosidad y vulnerabilidad.

Foto: LA PRENSA

En entrevista con LA PRENSA Premium, el especialista contra estructuras criminales mencionó que en menores, las maras han encontrado una salida de escape ante la persecución de las autoridades.

dom 7 de julio de 2024

14 min. de lectura

San Pedro Sula, Honduras.

LA PRENSA Premium habló en exclusiva con la Unidad Contra Estructuras Criminales de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) para analizar el impacto del reclutamiento de menores por maras y pandillas en el país.

Desde la Unidad explicaron que estos grupos criminales siguen utilizando a los menores, aprovechándose de su inexperiencia y vulnerabilidad. A menudo, los atraen con promesas de dinero rápido, teléfonos celulares, saldo telefónico o videojuegos, convirtiéndolos en presas fáciles.

Inicialmente, comienzan como “banderas”, ganándose la confianza gracias a sus habilidades, visión y atención al detalle. Con el tiempo, la estructura les asigna tareas más importantes, como la entrega de armas o el transporte de paquetes de drogas, con ingresos que pueden oscilar entre 1,000 y 1,500 lempiras semanales, según investigaciones policiales.

La Mara Salvatrucha destaca como el grupo más organizado y el que más recluta. Para ascender en sus filas, los miembros deben cumplir con requisitos específicos y pasar períodos prolongados demostrando lealtad y eficacia.

Inteligencia policial ha revelado que la Pandilla 18 es la única que obliga a menores a unirse a su estructura, inicialmente sin pagarles, solo proporcionándoles comida, un celular y saldo.

En contraste, la MS primero los involucra y convence, aprovechándose de su curiosidad y deseo de explorar. Una vez manipulados, les ofrece la oportunidad de unirse.

Por otro lado, los grupos más pequeños operan con un cabecilla, subjefe e integrantes, que desempeñan diversas funciones. Estos grupos reclutan a muchos menores después de aprender de las bandas tradicionales.

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“Con la Pandilla 18, si es alguien sobresaliente, rápido le dan un arma y le piden que vayan a matar, desde ese momento ya lo consideran un pandillero novato o un ´homie´”, explicó el investigador.

En la Pandilla 18, lo único que un menor necesita es tener valor, incluso hay niños de 12, 14 y 15 años que ya portan armas y asumen roles de liderazgo.

En contraste, en la MS existen miembros de 20, 30 o 40 años que nunca han ascendido en la jerarquía. La MS lleva un estricto control sobre cada dispositivo que entregan, cuando la Policía confisca un teléfono, automáticamente eliminan toda la información comprometedora.

Esta tiene roles bien definidos: el “bandera” o “paisita”, y el “traca” (que no tiene salario fijo, lo hace según necesidad), o “ranflero” (quien moviliza o se encarga del transporte los miembros o equipo), no forman parte formal de la organización y pueden ser retirados en cualquier momento.

En el escalón más bajo está el “gatillero”, que gana entre 5,000 y 8,000 lempiras y recibe misiones directas de coordinar sectores y matar; después está “el compadre”, un cabecilla de perfil bajo asignado a sectores (con ingresos de hasta 40,000 lempiras mensuales, beneficios como renta de apartamento, transporte y otras comodidades); luego están las mesas 1 y 2, que son cabecillas a nivel departamental y nacional, y finalmente el rango de los “F”, que - según la Policía - es un nivel nuevo y se trata de mareros con alcance transnacional y líderes empresariales, que ganan como accionistas.

$!El agente enfatizó que casi todas infracciones cometidas por menores conllevan a medidas, por lo que a las estructuras criminales les sale a bajo costo, al no gastar en abogados, vestuario ni manutención.

De su lado, la Pandilla 18, el nivel más bajo es el del “homie”, quien ya tiene autoridad sobre un sector asignado y se le proporciona arma larga, también se le asigna una mujer para vigilar pasajes y colonias; luego está “el soldado”, alguien de importancia en la estructura; después vienen los “jonvoy”, que son pandilleros de alto rango; y finalmente los “mister” y “máster”, personas con una trayectoria o fundadores.

La Pandilla 18 se enfoca en sembrar terror, reafirmando su reputación como los más temidos, instilando miedo y prohibiendo cualquier desacuerdo. Por otro lado, la MS recluta sutilmente a numerosos menores en diversos sectores, atrayéndolos al referirse a ellos como hermanos o familia, se identifican con el conero, el vendedor de chicles, el vendedor de la pulpería, e incluso con los estudiantes.

Según el oficial entrevistado, han observado que muchos menores en centros educativos no forman parte activa de las maras, pero sí muestran simpatía y fantasían con pertenecer a ellas. “Hace unos cinco o seis años tuvimos conocimiento de que en una escuela de Lomas del Carmen, en San Pedro Sula, los pandilleros exigían al director el cierre de la escuela en horarios específicos, además de amenazar a los docentes en varios centros educativos de Tegucigalpa”, ejemplificó el investigador para ilustrar el alcance de su poder.

Especificó que los espacios más vulnerables al reclutamiento son colonias pequeñas o lugares como los bordos, caracterizados por sobrepoblación y escasez de recursos económicos, además de los centros educativos, donde miembros activos convencen a sus compañeros.

“Hace unos meses, un niño nos tomó fotografías mientras patrullábamos, al interceptarlo dejó caer su celular y pudimos mirar mensajes de otro niño clamando ser ingresado, aseguraba que tenía respeto por ellos y que cooperaría con información. Más tarde descubrimos que este niño pasaba mucho tiempo solo en casa”, recordó el investigador.

Comentó que las organizaciones han evolucionado, por ejemplo, han adoptado reglas siniestras como la pena de muerte para quienes intentan salirse, solo aplicable a los miembros de la vieja escuela, aquellos tatuados que poseen un estatus especial o en quienes la estructura ha invertido mucho en educación, vestimenta, vivienda y transporte, y que conocen muchos detalles internos.

“Estos muchachos que recién entran aún no conocen mucho, solo saben quién paga o da las órdenes. Cuando entran a la mara pierden el respeto por todos, se involucra en drogas, con mujeres, cambia su estilo de vida, caminan como si fueran de acero y que nadie lo va a tocar, se creen el todo poderoso”, ironizó el perito investigador.

La etapa de la pubertad, entre los 10 y 16 años, es especialmente vulnerable, y se espera que a los 17 ya estén completamente integrados en la estructura.

Muchos reclutas provienen de otras áreas, lo que los hace más fáciles de convencer, llegan con miedo a la vida en la ciudad y sin la experiencia de un niño de ciudad. Aunque muchos menores acaban en centros de infractores o cárceles para adultos, las maras continúan pendientes de ellos, y, en algunos casos, mantienen acercamientos con las familias y suplen sus necesidades.