AUDIO: “El dicho en la mara es: Vivo por mi madre y muero por mi barrio”: exmiembro de la MS
Un exjefe de plaza en San Pedro Sula relata a la Unidad de Investigación de LA PRENSA Premium cómo fueron sus ocho años en la Mara Salvatrucha. “Mi corazón sanó”, externó “Marcos”.
Foto: Producción gráfica: LA PRENSA
Inició en el grupo criminal cuando solo tenía 13 años, allá por el año 2013. Desempeñó roles como “bandera” y encargado de plaza en sector Lomas del Carmen, en San Pedro Sula.
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Es un joven que no supera los 25 años, de estatura media y con un temperamento marcadamente fuerte. Compartió en exclusiva con la Unidad de Investigación de LA PRENSA Premium cómo transcurrieron sus casi ocho años dentro de la Mara Salvatrucha en la colonia Lomas del Carmen de San Pedro Sula.
Así describimos nuestro encuentro con Marcos (nombre ficticio) en una colonia de las zonas más conflictivas de la ciudad: el entorno es tenso, pero familiar para él, se mueve con cautela y nostalgia por un pasado que, aunque oscuro, lo definió profundamente. Desde el momento en que comienza a relatar su historia podemos sentir cómo su voz se mezcla con los sonidos ambientales del barrio, el murmullo de conversaciones distantes, el traqueteo de motocicletas y carros que pasan cerca.

Desde el inicio de nuestra entrevista, en un lugar neutral, sentimos la tensión palpable en el aire, Marcos, con una presencia imponente, se sienta frente a nosotros con reserva y deseo de ser comprendido, estamos en la zona donde alguna vez reinó el caos que él mismo ayudó a perpetuar, situados cerca de una mesa modesta.
Su historia comienza con la serenidad fracturada de un hogar destrozado por conflictos familiares, fue testigo de la desintegración de su familia y abandonó la escuela en busca de un rumbo que finalmente encontró en las calles, entre amigos que pronto se convertirían en su nueva familia: la mara.
En un principio, su hogar fue armónico; sin embargo, las crecientes tensiones entre sus padres transformaron esa paz en una rutina de conflictos incesantes, pelea tras pelea, la discordia se convirtió en su nueva realidad diaria, la situación se deterioró tanto que sus padres finalmente se separaron y Marcos abandonó la escuela, sumido en el caos familiar.

Marcos habla con franqueza sobre sus primeros días y pronto evolucionó hacia roles más peligrosos y prestigiosos dentro de la mara. Tras abandonar el sistema educativo comenzó a relacionarse con personas que pronto se presentaron como sus “amigos”, la influencia de este nuevo círculo inició con pequeños encargos: mandados a la pulpería y compras de comida, paralelamente, la situación en casa se deterioraba porque su padre se sumió en el alcoholismo y su madre los abandonó a él y a sus hermanos.
La tragedia que desbordó el vaso fue el asesinato de un pariente al que quería mucho, un niño de apenas 12 años entonces, a manos de miembros de una banda rivals”, así, a los 13 años, Marcos comenzó a adentrarse en un camino que lo arrastraría al abismo, marcando el inicio de su caída. Sus palabras se vuelven más lentas y su mirada se oscurece mientras revive aquel momento, como si el recuerdo aún lo atormenta en su búsqueda de redención.
Datos proporcionados por la Secretaría de Seguridad a LA PRENSA Premium indican que desde enero del año 2014 hasta junio de 2024 murieron 287 niños y adolescentes por rivalidad entre maras, pandillas y crimen organizado, de los cuales, 94 de ellos eran estudiantes activos, y las principales muertes se produjerons entre el Distrito Central, San Pedro Sula y Choloma.
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Sus amigos de entonces le preguntaron si le atraía ese nuevo estilo de vida y si deseaba unirse a ellos. “El país está cargado de desempleo, a los chavalos (hombres) les ofrecen hasta 4,000 lempiras o más a la semana y se sorprenden, se lo pintan (muestran) bonito a uno, solo les dije que quería pertenecer y ya”, murmura con amargura mientras describe cómo la atracción de dinero fácil y el poder superficial lo engatusaron. Sus palabras resuenan con una crudeza que revela no solo su pasado, sino también la desesperanza de una juventud quebrada por la violencia y el abandono.
En palabras de Marcos, “los miembros activos no prometen nada, la mayoría ingresa porque les gusta tirar barrio (pertenencia), le llueve (abundan) las cipotas, ellas lo buscan a uno, a la mayoría les gusta los hombres armados, los pandilleros, y uno dice: ´¡Uyy, voy a tener nenas (mujeres), me van a estar dando mi paguito pue´, ya tenía autoridad y mandaba a otros”. Continúa relatando mientras su corazón parece acelerarse con el recuerdo de la autoridad que alguna vez tuvo, dando órdenes a otros.
Cuando ingresó al grupo comenzó a experimentar con marihuana, conocida entonces como punto rojo. “Ahora las más brava (fuerte) en todo Honduras es la tiburón, al comienzo no me gustó, pero después la seguí probando y sí, la agarré de contrato, al igual que el cigarro”, se cuestiona.
Rutinas
“Nuestro día a día era vigilar, reunirnos, meternos droga, comer, llevar cipotas (mujeres) para tener relaciones, de hecho, hay muchachas de casa que ustedes miran muy bonitas y les gustan los mareros, hasta comidas les llevan, la juventud está perdida ahora”, comenta Marcos.
A los 13 años comenzó a “banderear” (vigilar) y a “radear” con walkie-talkie, su tarea consistía en monitorear el movimiento de patrullas y asegurarse que pandillas rivales no transitaran por la cuadra ni se acercaran. Este trabajo lo realizaba a diario, de 6:00 am a 6:00 pm.
Recuerda que en reuniones de grupo se discutía de todo un poco, desde nuevos nombramientos en la Policía local hasta la aprobación de leyes, y a menudo seguían las noticias en diferentes medios de comunicación.
Algunos de sus compañeros recibían sugerencias para que, aunque debían dedicarse de lleno a la pandilla, también estudiaran y se prepararan como abogados o contadores, con todos los gastos pagados, para luego iniciar un negocio legítimo y manejar dinero o fueran representantes legales.
Subraya, con cierto sentimiento de pesar, que algunos de los examigos están ahora muertos, otros presos y otros huyeron del país.
”En la organización se vive bien, cada quien tiene su plasma (televisor), aire acondicionado, ropero, buena ropa, pero también se pasa hambre, no siempre ajusta el dinero”, manifiesta.
“Pasaba en las calles, para aquel entonces entre 2013 y 2014 no pagaban casi nada, solo el pisto (dinero) para comida, ahora es diferente”, dice.
Al preguntarle sobre los criterios para ascender en la organización, explica: “Todo depende de la cora (coraje) que le miren a usted, si lo miran asustado a uno y no va, ellos dicen que no es de los aventados (decididos), lo prueban primero para ver si está loco (dispuesto) o no. Uno va ascendiendo según la cora por el barrio, allí el dicho es: ´¡Vivo por mi madre y muero por mi barrio!´”.
A medida que profundizamos en sus experiencias más crudas, desde el manejo de armas hasta las decisiones difíciles sobre la vida y la muerte, sentimos cómo nuestra comprensión se reconfigura, la proximidad con la que Marcos comparte sus recuerdos desafía a mantener la objetividad periodística mientras absorbemos la intensidad emocional de su narrativa.
Seis meses después de unirse usó un arma por primera vez. “A veces lo entrenan a uno, aunque uno ya nace con eso, los chavalos (jóvenes) ya saben que no tiene ciencia, cargarla, descargarla y desmontarla”, apunta. Marcos asegura que las únicas ocasiones en las que portó arma fueron para “chistar” (amedrentar) y después la entregaba al relevo, insistiendo en que nunca le quitó la vida a nadie porque el temor lo retenía.
Recuerda que la Biblia, entre sus mandamientos dice que nadie tiene el derecho de arrebatar la vida de otra persona.“Ya Dios sabe qué destino tiene para mi vida, porque para esos días ya mero me salían chambas (trabajos) y caí preso”, enfatiza. Lo hace con una tranquilidad similar a la que puede caracterizar la personalidad de un sicario, a propósito, para que lo entendiésemos mejor: “Ya sabe... Estar en mi casita acostado, recibir la fotito de quién, tal colonia, sale a esta hora y viene a esta hora, uno sale, mata y se guarda de nuevo”.
Sentencia que no asesinan a cualquiera. “Si un miembro activo, por enojado mata a otra persona, por un problema de mujeres o algo similar, automáticamente a él lo matan. Los trabajos que me iban a asignar era matar a sapos (habladores), a quienes vendían drogas de bandas contrarias, gente que la lengua no se la mide y se pone a andar de sapa”, detalla fríamente en medio de la tensión.
“Llegué a manejar cuerno, mini-14, uzi, 9mm, .38, chimba y hasta granada número cinco, aprendí adentro. Ya estando en el presidio me posicionaba frente a los 18 y la tenía enganchada por si intentaban algo, estaba preparado para responder, ellos se ponían igual”, exclama.
Asegura que las maras no obligan a nadie a matar, pero una vez que alguien se activa debe estar preparado en cualquier momento. Entre la brutalidad de la vida en la pandilla había destellos de humanidad y una búsqueda de significado espiritual. “Adentro se respeta a Dios, los domingos daban una hora de charla de Dios y todos nos teníamos que hincar, nos pedían reverencia y ponían a cantar para adorar al Rey, después ya todo volvía a la normalidad, terminaban los siete gloria Dios”, relata con mucha seriedad.
Transformado
Estos intervalos de espiritualidad entre violencia y caos arrojan una complejidad moral de su historia. Afirma que también respetan a los padres y civiles. “Un miembro activo tiene prohibido matar sin sentido, mi corazón ahora está limpio porque no le hice daño a inocentes, siempre me traté de llevar bien con todos, por algo me dieron permiso, siento que me porté bien y hasta cierto punto no llegué a saber tanto; allí uno respeta cuando hay reuniones confidenciales con ciertos miembros”, aclara.
En un momento clave de nuestra conversación, mientras evoca la única vez que presenció una muerte frente a sus ojos, podemos sentir el peso de su trauma pasado resonando en cada palabra. Recuerda cuando mataron a un amigo suyo en territorio ajeno, ambos estaban buscándolos en su zona en horas de la madrugada, pero fueron sorprendidos por tiradores. “Sentí los disparos cerca, le pegaron directamente en la garganta a mi amigo, fue todo muy rápido, tuve que escapar y poco después la Policía lo fue a recoger”, rememora Marcos, quien en su mirada lleva consigo el peso de decisiones irrevocables.
A medida que profundizamos en sus roles dentro de la pandilla, podemos sentir la carga emocional que llevaba cada decisión que tomó durante esos años tumultuosos. La descripción de sus habilidades con las armas y la forma en que manejaba situaciones de alto riesgo revelan no solo su destreza táctica, sino también la profundidad de su inmersión en un mundo donde la vida y la muerte se equilibraban en un filo de navaja.
Su ascenso en la pandilla fue vertiginoso: de ser un “bandera” (vigía) pasó directamente a encargado de plaza o sector, tenía solo 15 años, su responsabilidad principal era supervisar la distribución de paquetes de droga por parte de los “tracas” (vendedores o distribuidores). “Me miraban recio (fuerte); soy serio”, subraya con orgullo, y con una mirada que refleja la dureza adquirida en su corta, pero intensa carrera.
El punto de quiebre llegó cuando fue arrestado por militares un 7 de diciembre en su vivienda, luego fue trasladado a un centro especializado, donde permaneció recluido durante dos años y seis meses, enfrentando cargos por extorsión y asociación ilícita.
“Nunca extorsioné realmente porque la MS no extorsiona, el que haga eso hoy en día no la cuenta (termina muerto). Nosotros con los demás miembros pasábamos juntos en las calles, en las casas y fumábamos marihuana, a veces en las casas de uno mismo”, añade, describiendo además la camaradería y la rutina en la pandilla.
En 2019 salió del encierro, trató de reintegrarse a la sociedad trabajando para una empresa local y se mudó de residencia; sin embargo, durante un patrullaje de rutina de la extinta Fuerza Nacional Anti Maras y Pandillas lo detuvieron por sospechas de extorsión. Fue posteriormente enviado a la cárcel de El Pozo en Ilama, Santa Bárbara.
Dentro de la prisión, Marcos no tuvo más opción que buscar protección y compañía entre los miembros activos de la MS en su módulo. “Desde que me meten allí de alguna manera me reactivo, pero ya cuando me quedaba solo un año para salir empecé a pensar en mi futuro, porque sabía que continuar por el mismo camino me llevaría de nuevo a caer”, reflexiona.
Su tiempo tras las rejas se convirtió en un período de reflexión forzada, donde tuvo que enfrentar las consecuencias de sus acciones mientras luchaba por encontrar un camino hacia una vida mejor fuera de la mara. Marcos se refiere a la cárcel como “el tabo” y sostiene, con un tono de miedo, que “la vida allí ni quiera, Dios, sufrí, estuve un año sin mirar la luz del día, solo llegaban lo PM (policías militares) y decían: ´¡Ajá hijos de tal... Juan Orlando les va a hacer pagar todas las que hicieron!´”.
En su camino hacia el arrepentimiento y la paz, Marcos decidió que ya no quería seguir en la estructura, pero antes de retirarse tuvo que formalizar su renuncia, como si se tratara de una rutina empresarial cotidiana. Se acercó al líder de la MS en la cárcel, y asegura, que le dieron permiso para retirarse bajo la condición de que no revelara al resto de la población lo que había mirado o escuchado.
“Cuando uno sale activo lo van a traer los mismos grupos”, relata Marcos, moviendo las manos en forma de giro del volante para enfatizar mientras hace referencia a antiguos compañeros de la organización que llegaban en lujosos carros a las afueras de la cárcel.
“Pero cuando uno no es nada ya, sale por su cuenta, luego en mi sector supieron que había vuelto, pero solo me advirtieron que no debía decir nada”, agrega nervioso y ansioso, mientras toma sorbos de una botella de agua, junto a una gaseosa y unas galletas.
Pudo presenciar en algunos momentos de su vida cómo algunos eran golpeados por sus compañeros, que se turnaban, hasta cansarse, casi como si se trata de una tortura, hasta que los agredidos dieran información de sus barrios. “Sino caigo en la cárcel a saber cuántos muertos tuviera en el lomo (espalda) ya”, menciona con tranquilidad.
Estuvo encerrado durante cuatro años en la cárcel de Ilama, Marcos destaca que su transformación se debió a sus hijos. Ahora vive con su familia, buscando redimirse mientras enfrenta un juicio pendiente y las sombras de su pasado.
“¿Qué es lo peor que hizo mientras eras miembro de la Mara Salvatrucha?”, se le preguntó. “Lo peor que hice fue volarle (cortarle) los dedos a un chavalo (hombre) con un machete y lo hice que se los comiera. Ellos llegaron haciendo señas de la 18 y llegamos con un machete, seis más hicimos eso, pero siempre nos causó consecuencia porque a quien que le hicimos eso enseñó foto por foto; nos señalaron de tortura y maltratos con concursos reales”, testimonia de manera estremecedora mientras observa a su alrededor.
Marcos comparte durante su plática que, antes consideraba esas acciones como algo normal, pero ahora reconoce que su corazón ha cambiado profundamente. Recuerda que salió de El Pozo a finales del año 2020 bajo la categoría de reo sin condena y salió de la mara definitivamente, aunque sigue en proceso judicial, al tiempo que lamenta que, “parece que el Estado no me quiere dejar ir”.

“Hoy hay nuevas generaciones, esto no va a parar, se desactivan tres y hay otros tres muchachos que ya alucinan, y quienes buscan retirarse lo que hacen es irse lejos, por fortuna tuve la oportunidad y ahora estoy tranquilo en casa”, exterioriza.
Aunque aún siente alguna afinidad con estos grupos en cuanto a sus canciones favoritas y ciertos gestos derivados de una manía en el tiempo, se reintegró finalmente a la sociedad y recibe apoyo de su familia. Ahora su principal motivación es aprender oficios que le permitan tener una vida en armonía con su familia y salir adelante.
“A quienes forman parte de una organización les digo, no se siente feliz pensar que en cualquier momento la Policía te va a tocar la puerta, estar adentro se siente pesado, se vive con miedo”, concluye.
Nuestro encuentro culminó con un apretón de manos cargado de significado, cada una de las partes consciente del impacto profundo que esta conversación había tenido.
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