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Una retahíla valiosísima

  • 03 mayo 2023 /

El coleccionismo es una afición que no solo mantiene ocupadas a muchas personas, sino que, en algunos casos, les ha producido notables ganancias materiales. Hace falta dedicación, disciplina y verdadero interés y cariño por algo, para dedicar horas o días enteros para clasificar o almacenar debidamente figuras, rocas o sellos postales. Conozco a algún filatelista al que le brillan los ojos cuando habla de algunas de las estampillas que celosamente conserva y a un coleccionista de figuras de superhéroes que no puede ocultar su emoción cada vez que suma una de ellas al ya nutrido elenco.

En mi caso, alguna vez pensé que la mejor colección que podía tener era una buena biblioteca. Y, desde mi adolescencia comencé a comprar sobre todo narrativa y algo de poesía. Luego, los estudios me obligaron a adquirir textos sobre historia de la lengua, teoría literaria, literatura de todo tipo, de distintas procedencias y de los diversos géneros y épocas. En los últimos años me interesé mucho por los estudios sobre la familia y la orientación familiar, y sumé bastantes títulos a la modesta, pero, para mí suficientemente bien surtida biblioteca. Y he dicho modesta, porque he procurado comprar solo los libros que considero voy a tener tiempo para leer y he evitado llenarme de libros que no harán sino agarrar polvo y que, puede darse el caso, continuarán con las “páginas pegadas” por defectos de encuadernación y guillotinado, quien sabe por cuantos años.

Sin embargo, también desde muy jovencito, he puesto los medios, todos los posibles, para crear una retahíla valiosísima que me ha dado más satisfacciones que cualquier colección y que no ha dejado de crecer a medida que han pasado los años.

Me refiero al hecho de la construcción de relaciones humanas sólidas y duraderas, a las que ni el paso de los años ni la distancia han sido capaces de apolillar. En muchas ocasiones he señalado como para mí la amistad es un tesoro invaluable, que enriquece la existencia y que es el mejor conjuro contra la soledad, la desesperanza o la tristeza.

Larga sería la lista si me pusiera aquí a escribirla, y no me perdonaría una omisión que, aunque involuntaria podría significar una injusticia. Sí señalaré que estas mujeres y estos hombres; de distintas edades, procedencias, ocupaciones, filiaciones políticas, intereses, etc. se han ido sumando a mi retahíla y dejado huellas claramente luminosas en mi vida y en las los míos. Da gusto estar cerca, aunque sea de vez en cuando de gente a la que se puede mirar a los ojos sin pudor; personas que no te juzgan, porque te quieren; amigos de los que se puede tener la absoluta certeza de que te defienden cuando no estás presente.