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Los días de Noé

  • 27 abril 2022 /

La elección de Noé, en Gn 5,29, encuentra su razón de ser en la voluntad de Dios, quien ha percibido, antes del juicio terrible del diluvio, a un hombre en el que podría volver a anudar un día la salvación.

De aquí que la alianza, con Noé y sus tres hijos (Gn 9, 1-17), se realice en términos de descendencia, pues el pacto posdiluviano no solo afectaría a aquellos presentes después del retroceso de las aguas, sino a las generaciones venideras.

El autor sagrado utiliza dos veces (Gn 9,1, y Gn 9,7), la doble fórmula (Creced y multiplicaos) de Gn 1,28, para colocar en manos de Noé y su familia, la descendencia de una humanidad renovada, que había quedado dañada por el pecado de los primeros padres.

Pero una vez más, la desobediencia del hombre entra en escena, y tras la falta de respeto de su hijo Cam (Gn 9, 20-24), es precisamente Noé quien torna la bendición de Dios en maldición para su segundo hijo y sus descendientes: “Maldito sea Canaán, siervo de siervos, sea para sus hermanos” (Gn 9, 25), este choque entre el querer divino y el obrar humano lamentablemente sigue perpetuándose en nosotros. No obstante, no acarreamos en sí la maldición de Cam, no únicamente porque no descendamos de este antiguo pueblo semítico, sino porque desde la Señoría de Cristo, la humanidad entera y toda la creación han entrado en el tiempo de la gracia y la misericordia (MV 5), hasta que no llegue la plenitud de todos tiempos.

Algo que, si nos fijamos a nuestro alrededor, seguramente no está tan lejos, recordemos las palabras de Jesús: “Más como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mt 24,37-39).

La Sagrada Escritura define habitualmente a Dios como “Paciente y Misericordioso”, la Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, que es el corazón palpitante del Evangelio, (MV 12), pero ha de hacerlo en aras de la conversión del corazón humano, pues sin conversión no habrá salvación.

Vivimos una Pascua especial, la primera después del “diluvio de la pandemia”, la primera después de tantas muertes, luto, llanto, dolor y enfermedad, ¿Qué lección nos ha dejado?, ¿Qué cambios estamos haciendo?, ¿Qué nueva humanidad estamos forjando? Nuestra generación fue elegida para vivir este tiempo decisivo de la historia de la salvación, pidamos la gracia necesaria para el compromiso futuro que nos aguarda.