26/04/2024
07:52 PM

El virus de la desconfianza

Elisa Pineda

Estamos saturados de información, aunque no necesariamente más informados. Hay tantas versiones sobre el alcance y peligros potenciales del COVID-19, más conocido como el coronavirus, que la sociedad globalizada se mueve entre el escepticismo y la alarma.

En este caso, como en otros, los extremos nunca son buenos, especialmente cuando lo combinamos con la débil credibilidad de muchas instituciones, como sucede en Honduras, aunque por supuesto, no es un tema en el que tengamos exclusividad.

Con la finalidad de llegar con su mensaje a la población, de maneras creativas, algunos funcionarios públicos se han expuesto a través de redes sociales con publicaciones que lejos de generar conciencia, entretienen o provocan pena.

Aún en el mejor de los casos, en el que creamos que existe un interés genuino por ayudar, la poca sensibilidad hacia las condiciones del entorno y la banalización de asuntos que preocupan a la población contribuyen a que crezca la posibilidad de contagio de otro virus: la desconfianza.

La Organización Mundial de la Salud, OMS, y la Organización Panamericana de la Salud, OPS, hacen el llamado urgente a reforzar los hábitos de higiene básica para prevenir el contagio del COVID-19.

Pero Honduras atraviesa por una crisis por falta de agua, especialmente en la zona centro del país, donde destaca Tegucigalpa. En múltiples ocasiones los medios de comunicación han expuesto que en diversos sectores de la capital los racionamientos pueden significar recibir el líquido una vez al mes, a veces por unas pocas horas.

Las estadísticas sobre el acceso al agua en Honduras son muy variables. En promedio, se estima que del 20 al 30 por ciento de la población, poco más de dos millones de personas, no tiene acceso a agua potable

Los hábitos de higiene -que implican el acceso al agua- son indispensables, no solamente ante la inminente llegada del “coronavirus”, sino para prevenir muchísimas enfermedades, incluyendo las gastrointestinales, que en Honduras cobran la vida de miles de niños y niñas.

Por otra parte, almacenar agua implica otros riesgos, como el dengue. El mosquito transmisor aedes aegypti se reproduce en agua estancada. Para evitarlo, hay que tomar medidas como tapar los recipientes, por ejemplo. Pero en Honduras, tan solo en lo que va del año, las autoridades de Salud ya han registrado ocho muertes por dengue grave.

Esa realidad es la que influye negativamente a que se expanda la desconfianza, mientras la Secretaría de Salud que ha presentado las medidas sanitarias con las que cuenta para enfrentar el COVID-19. Si los centros hospitalarios públicos carecen de lo indispensable para hacer frente al dengue, por ejemplo, ¿cómo podemos recibir este mensaje?

El secretario general de la Organización de Naciones Unidas, ONU, Antonio Guterres, ha señalado que “no es momento para el pánico, es momento de estar preparados”. En ese sentido, hay que evitar la actitud alarmista que promueve el desorden, la especulación y el acaparamiento de insumos para la higiene, pues no contribuye a hacer frente a esta enfermedad.

Pero tampoco es momento para la indiferencia absoluta, cimentada en la desconfianza. Argumentar que la mortalidad es baja, con relación a otras enfermedades y que hay muchas otras alrededor del mundo, incluso más letales, puede llevarnos a la parálisis total. Buscar el equilibrio, seleccionar la fuente de información adecuada, seguir reglas, podrá evitar la propagación de este virus, que sumado a otras condiciones anómalas, puede poner en riesgo a buena parte de la población. Queremos menos circo y más seriedad; más prudencia y acción real.