05/05/2024
06:53 PM

Cuando veas las barbas de tu vecino cortar...

Víctor Ramos

Pon las tuyas en remojo. Lo que ha ocurrido en Ecuador es realmente para sentarse a analizarlo con la mente fría por parte de las autoridades hondureñas. Ecuador como Honduras ha caído en las manos de las bandas criminales, sobre todo las dedicadas al narcotráfico y las maras. Aquí, como en el país sudamericano, las bandas organizadas de delincuentes han copado el control de muchas de las funciones estatales, sobre todo las relacionadas con la seguridad nacional y de los ciudadanos,

Todos sabemos que venimos de un Estado que fue tomado por el narcotráfico, a tal grado que el expresidente fue solicitado en extradición a Nueva York, pocos días después de entregar el mando, aunque todos en Honduras sabíamos perfectamente que desde Casa Presidencial emanaban las directrices para el tráfico de drogas hacia los Estados Unidos y hacia el narcomenudeo para inducir a nuestros jóvenes al consumo y a la narcodependencia.

Esta situación anómala se inició con un repunte de la delincuencia en el país, sobre todo en los últimos años. Durante el gobierno de JOH era perfectamente conocido que el sistema del tráfico de drogas en el país descansaba en varios estamentos gubernamentales del lado civil, policíaco y militar, sin que hasta el momento se haya realizado una verdadera depuración del Estado para asegurar que en su seno no persisten los cómplices de los narcodelitos. La larga disputa, destinada a asegurar impunidad, para la escogencia de los fiscales ha permitido que la delincuencia de alto calibre se mueva con alguna tranquilidad. Por eso es obvio que los capos controlan las cárceles, los acontecimientos que ha registrado la prensa lo confirman, y, además, se ha intensificado en gran medida el crimen con cifras que pareciera que nos acercan a las cifras que antes nos colocaron entre los primeros países con elevada criminalidad. A esto se debe agregar la cada vez más tolerada inclinación de los ciudadanos a no cumplir sus obligaciones cívicas de someterse al estricto cumplimiento de la ley: asesinar a grupos que incluyen niños y mujeres, pagar a sicarios para que consumen una venganza que se traduce en crimen, acudir a las bandas organizadas para recibir la protección que no da el Estado, reclutar niños para que realicen tareas delictivas como iniciados, intensificar la extorsión y, sobre todo y en donde deben enfocar su trabajo, la tolerancia hacia los capos, porque ingenuo sería aceptar que la Policía no sabe quién es quién y en dónde focalizar la tarea de desmantelar las bandas y la captura y enjuiciamiento de sus integrantes.

El Salvador puso en acción un plan agresivo para terminar con la delincuencia con resultados que han logrado la satisfacción de la mayoría de los ciudadanos salvadoreños, pero también con fuertes críticas porque se ha operado de manera indiscriminada con la captura y encarcelamiento de algunos ciudadanos que no tienen nada que ver con la delincuencia. Y el presidente Bukele no puede presumir de que su plan es una creación suya porque tales medidas se han ejecutado en otros tiempos por otros gobiernos como el de Franco en España o el de Hernández en el mismo El Salvador. Por esta razón las primeras respuestas de los delincuentes ecuatorianos frente a las medidas del presidente Novoa, fiel admirador de Bukele, solo han demostrado que no estaban adecuadamente preparados para iniciar una campaña de enfrentamiento radical con la delincuencia, porque también dejaron crecer al monstruo y que este penetrara al Estado, pero los buenos resultados se han ido viendo poco a poco, gracias al respaldo ciudadano.

En Honduras, comenzamos a tener la desazón de que estamos sobre un lecho de brasas y que la delincuencia va tomando más protagonismo a tal grado que podrían sorprendernos con acciones violentas masivas que nos pongan manos arriba y en la total incapacidad para defendernos.

Lo que ha ocurrido en Ecuador es aleccionador: hubo tolerancia estatal durante los regímenes de los dos últimos presidentes y ahí tienen los resultados. Si en Honduras no ponemos un alto definitivo a la delincuencia organizada, incluso con vínculos internacionales, nos esperan también días negros.

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