26/04/2024
12:56 AM

Como si fuera el último...

Roger Martínez

La idea se ha repetido mucho, pero pienso que no está de más repetirla de nuevo. Los seres humanos perdemos fácilmente nuestro sentido de caducidad, nuestra irremediable finitud. La semana pasada tuve noticias de la muerte de tres hombres jóvenes, menores de 50 años. Los tres, padres de familia, con hijos pequeños; fallecidos en diferentes circunstancias. Con uno de ellos había alternado muy recientemente en una actividad formativa; a otro lo conocí mientras él cursaba su escuela primaria y yo era profesor de su hermana mayor en secundaria; al tercero no lo traté personalmente, pero mi esposa, que ha estado superconmovida, fue maestra de una de sus hijas el pasado año lectivo. De modo que, los tres, no fueron para mí muertos anónimos.

En situaciones como esta no puedo dejar de pensar que la realidad de la muerte, y no es la primera vez que escribo sobre este tema, debe ser asunto de habitual consideración.

Y no se trata de dramatismos ni fatalismos ridículos, sino de enfrentar con realismo el hecho de que, como diría mi papá, aquí nadie queda para semilla, y que deberíamos empeñarnos en ser personas que hacemos lo posible por dejar una huella positiva, o que, por lo menos, no nos recuerden mal. Por la vida se puede ir de diferentes maneras. Podemos ir por ahí atropellando a todo el que se nos pone enfrente, causando destrozos a nuestro paso, provocando heridas en la gente con la que convivimos, pisando a los demás; o, haciendo el esfuerzo por hacer el bien, concediendo los favores que nos solicitan, volviéndole menos pesada la existencia a los que nos rodean. Claro, para que esto último sea posible, se vuelve obligatorio el ejercicio de virtudes humanas como la humildad o la indulgencia, que no suelen ser las más populares ni las mejor cotizadas.

Y tampoco se trata de sentirnos permanentemente nerviosos ni de mantener un ataúd en la bodega o el garaje de la casa, pero sí de no creernos eternos, infinitos, omnipotentes, inmortales. Los superhéroes son seres fantásticos, producto de la imaginación; los seres humanos, desde que nacemos hasta que nos vamos, somos tremendamente susceptibles de padecer daños, de ser pasados de página, de perecer. Así que nunca ha estado de más esa idea que plantea que debemos vivir cada día como si fuera el último; que debemos hacer planes a futuro sin volvernos indispensables en ellos; considerar que el universo no tornará al caos inicial si faltamos nosotros, y que, lo mejor es procurar ser útiles a los demás cada momento, cada día, porque no podemos tener certeza de cuándo dejaremos de estar por acá.