04/05/2024
12:01 AM

Coincidencia necesaria

  • 01 agosto 2023 /

Hace ya muchos años, comentaba a un alumno de secundaria sobre la óptima impresión que me había dado su padre durante una entrevista sostenida recientemente y de cómo me había parecido un tipo amable y con muy buen sentido del humor. El muchacho, de unos 15 o 16 años, se sonrío irónicamente y me dijo que así solía ser su papá cuando estaba entre extraños, en la oficina o entre amigos, pero que en casa era más bien intratable, que padecía frecuentes ataques de ira y que era más bien descortés con los miembros que componían el entorno familiar.

Recientemente me sucedió algo similar. Alguien me preguntó si yo conocía a determinado individuo. Cuando le dije que sí, me comentó que estaba extrañado porque no hacía mucho se había mudado a su vecindario y que estaba desconcertado con su proceder. De siempre había tenido el concepto de que era un tipo muy educado, puesto que lo había tratado por asuntos laborales, pero que la manera en como se comportaba ahora le parecía que era otra persona, que nada tenía que ver con la imagen que había conservado de él a lo largo de los años.

Luego de estos dos ejemplos, verídicos ambos, he reflexionado sobre las luchas que todos tenemos por ser mejores, por adquirir virtudes, por transparentar nuestros valores y de cómo no siempre somos capaces de remontar vicios profundamente enraizados. He pensado también que juzgar desde fuera, sin conocer las motivaciones que llevan a las personas a comportarse de determinada manera, es básicamente injusto, aparte de que nadie nos ha nombrado jueces de los demás ni tenemos el derecho de hacerlo. Tendríamos que ser inmaculados, inerrantes, para ser dignos de colocar etiquetas o clasificar a los otros.

Pero, es justa la expectativa de que la gente con la que alternamos procure que, como decía la semana pasada, nuestros pensamientos coincidan con nuestras palabras y con nuestras acciones. Tener un producto de consumo interno y otro de exportación, para usar una metáfora, no es correcto. Hacer de hombre civilizado en la calle y luego en casa ser un cromañón, es un error. Jugar al doctor Jekyll y el señor Hyde, no es honesto.

Cuando tenemos más de un rostro, nos desintegramos, nos descomponemos, perdemos unidad, desaparece la integridad. Es natural de que la vida familiar nos invite a ser espontáneos, pero no a enterrar las virtudes. En casa podemos andar descalzos, pero no dar patadas a los demás; en casa podemos cuidar menos las formas en las expresiones, pero no insultar ni maltratar.