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Aprovechar el tiempo

  • 03 enero 2023 /

Mi madre, que era una mujer que siempre estaba ocupada y que procuraba que todos los que nos movíamos en su esfera de influencia también lo estuviéramos, repetía con alguna frecuencia que “el tiempo perdido hasta los santos lo lloraban”. Nunca supe a qué exactamente se refería cuando hacía semejante afirmación, ni qué tenían que ver los santos con el hecho de hacer siempre lo posible porque en casa nadie estuviera de balde ni mano sobre mano.

Lo que sí sé es que con sus frases y con su ejemplo me enseñó a sacar el máximo provecho posible de las horas y de los días, a evitar las siestas, a levantarme temprano, a no dejar para mañana lo que puedo hacer hoy, a recoger cuanta basura me encuentro en mi camino y me es factible recoger, y a hacer ver a los que ahora se mueven en mi esfera de influencia que la pereza es un vicio detestable, que hay que exprimir el tiempo y que siempre es mejor adelantar que posponer. Y es que ahora que estamos estrenando año, vale la pena reflexionar sobre ese “tesoro” llamado tiempo, que no siempre se aprovecha sabiamente y que se llega incluso a cometer el crimen de matar, porque habrá quienes se dediquen a verlo transcurrir, y así se les van las semanas y los meses sin hacer correcto uso de él o apenas aprovecharlo a medias. De ahí que la semana pasada escribiera sobre la necesidad de concretar a la hora de formular propósitos de mejora, de puntualizar qué aspecto de nuestra vida, que elemento de nuestra conducta, debe ser sometido a un proceso de mejora cuyos resultados sean observables y, si se puede, medibles.

Porque todos, absolutamente todos, sin que quepa excepción alguna, tenemos tareas pendientes en relación con la manera en cómo y trabajamos, la forma de comportarnos con la propia familia, con los amigos o con los colegas, con el cumplimiento de nuestros deberes ciudadanos. Hay que estar muy engañado, o ser preso de una soberbia descomunal para pensar que somos perfectos, que todo lo hacemos bien, que tratamos como se debe a todo el mundo, que, en fin, somos monedita de oro.

Claro, el error que muchas veces cometemos es que nos convertirnos en juez y parte de nuestro proceder, cuando lo correcto es que alguien desde fuera; la esposa, los hijos, los amigos auténticos, los colegas sinceros, nos ayuden a elaborar la lista de desafíos personales, de puntos a mejorar, que sin duda resultará considerablemente extensa.

Pero vale la pena. Y pena es sinónimo de dolor, de sacrificio, de esfuerzo. Porque una vez entremos en la dinámica de luchar por ser cada vez mejores, nos colocaremos en un plano inclinado por el que, sin duda ascenderemos en la escala hominal. Adelante, pues, ánimo.