26/04/2024
12:56 AM

Cazando a Trump

Desde 2015, cuando me sacó con un guardaespaldas de una conferencia de prensa en Iowa, no veía a Donald Trump. Y ahora lo volvería a ver durante su visita a la frontera en Texas, pero como casi todo lo que tiene que ver con Trump, las cosas no salieron como yo imaginaba.

Jorge Ramos Ávalos

Weslaco, Texas.

Desde 2015, cuando me sacó con un guardaespaldas de una conferencia de prensa en Iowa, no veía a Donald Trump. Y ahora lo volvería a ver durante su visita a la frontera en Texas, pero como casi todo lo que tiene que ver con Trump, las cosas no salieron como yo imaginaba.

“Todos tenemos que cazar un león”, le dijo el escritor Gabriel García Márquez al periodista Plinio Apuleyo Mendoza. “Algunos hemos llegado a hacerlo, pero temblando”. Y cuando tratas de cazar a alguien como Trump, no importa lo que pase, tienes que saber que él nunca va a aceptar que perdió. Es el típico mal perdedor, berrinchudo y vengativo.

Greg Abbott, gobernador de Texas, había invitado a Trump para apoyar su idea de un nuevo muro en la frontera de su estado con México. El gobernador ha declarado un estado de “desastre” por el número de indocumentados cruzando la frontera -en mayo fueron más de 180,000- y se opone a lo que llama la política de “frontera abierta” del actual presidente Joe Biden. Con esa declaración espera conseguir dinero para construir un nuevo muro en los lugares donde aún falta en la frontera de Texas con México.

Pero hay un pequeño problema. El esfuerzo sería inútil. Casi la mitad de todos los indocumentados llegan por avión o se quedan más allá de lo que dice su visa (según el Centro Pew es el 45 por ciento y, de acuerdo con el Center for Migration Studies, es el 42 por ciento). Por lo tanto, no importaría qué tan alto fuera el muro de Texas con México, esa estrategia no funcionaría. Eso es lo que yo le quería decir a Trump y al gobernador Abbott. Que los muros no funcionan. Y que no es cierto que Trump construyó “casi 500 millas de muro” con México, como suele decir, cuando en realidad solo habían sido 47, según reportó The New York Times. Y México, por cierto, no pagó ni un centavo por ese muro.

Pero no pude. Trump venía protegido con un sistema de seguridad que evitaba que los reporteros nos acercáramos. Y después de su reunión pública con el gobernador y con otros políticos estatales no nos permitieron hacer ni una sola pregunta.

Así que al terminar la reunión y en medio de los aplausos no tuve más remedio que gritar varias veces el nombre del expresidente para llamar su atención y acercarme lo más posible ante los ojos vigilantes de los agentes del servicio secreto. Funcionó. Trump me vio e, irónicamente, dijo: “Mira, mi amigo está ahí”. Por supuesto que no soy amigo de Trump, pero su expresión llegó a los oídos de los agentes, quienes me dejaron llegar a unos dos metros del exmandatario.

Y ahí, en solo unos segundos, tuve que cambiar de estrategia. Mis preguntas sobre migración eran demasiado largas y complejas para dispararlas. Además, había muchos funcionarios saludándolo y tomándose fotos. Así que me fui al plan B. Le haría una pregunta muy corta sobre su negativa a reconocer el triunfo de Joe Biden como presidente. Es, después de todo, la esencia de lo que ya se conoce como “la gran mentira”. -“¿Va usted a reconocer finalmente que perdió las pasadas elecciones?”, le pregunté. – “Ganamos la elección”, me dijo mirándome a los ojos. – “No”, le respondí. “Usted perdió la elección. Usted perdió el Colegio Electoral, ¿cuándo va a reconocer eso?”.

Trump se volteó, siguió caminando y no respondió más. Fin de la conversación. La realidad es que Joe Biden obtuvo 306 votos electorales, frente a 232 de Trump; Biden consiguió más de 81 millones de votos, ante los 74 millones de Trump. Esto debería ser el punto final, pero no lo es para Trump ni para sus seguidores.

Es sorprendente que a siete meses de las elecciones Trump siga diciendo tantas mentiras. Pero lo que es realmente increíble es que este hombre, que llegó a ser en 2016 el más poderoso del mundo, se crea sus propias mentiras, y aún más difícil de entender es cómo el 55% de republicanos, según una encuesta de Reuters, también piensa que Biden ganó con un fraude electoral.

El fenómeno Trump es preocupante y peligroso. Muchos han caído en sus mentiras, y la insurrección e invasión del Congreso fue una seria amenaza para la estabilidad del país.

Entre los latinos, Trump ha ganado adeptos. Un nuevo estudio del Centro Pew indica que el 38% de los latinos votaron por Trump. Esto es mucho más que el 28% que lo hicieron en 2016. Claramente para ellos los comentarios racistas de Trump -como aquello de que los inmigrantes mexicanos son “criminales” y “violadores”- no fueron un impedimento para votar por él. Trump parece tener secuestrado a una parte del partido Republicano. Pocos se atreven a criticarlo o, incluso, a contradecir su nuevo mantra de que ganó las elecciones. Y hasta políticos con una larga trayectoria, como el gobernador Abbott, buscan su bendición. Trump, mientras tanto, sigue jugando con la idea de su reelección en 2024. Y por más aborrecibles y falsas que sean sus ideas no es posible perderle la vista, por eso fui a verlo a la frontera. Al menos esta vez no me sacaron con un guardaespaldas.