Y resulta ahora que, en estos tiempos de virus, nos toca reprimir el deseo de apapachar a los que queremos y, justamente por eso, porque los queremos, convertirnos en salvaguardias de su salud y de su vida, quedándonos prudencialmente lejos para que nuestra saliva no vaya a hacer una gracia y caiga sobre el otro, y lo enferme, si es que nosotros lo estamos. El amor ahora consiste más bien en asegurar un espacio seguro para la persona que ocupa un sitio en nuestros afectos y en procurar su salud a toda costa.
El ser humano, que de todo hace bromas y resta solemnidad hasta a lo más sagrado, ha inventado nuevas maneras de saludar, otras formas de mostrar cariño. He visto gente saludándose a codazos o rozándose rápidamente los nudillos, así como he visto, por primera vez, a alguien que huye de un abrazo o que aparta aceleradamente la mejilla ante la amenaza de un beso. Así están los tiempos. También he visto sufrir a los rebeldes por naturaleza, a los que rechazan todo tipo de indicaciones, a los que les gusta llevar siempre la contraria, puesto que ahora toca obedecer, hacer caso a unas “autoridades” cuya sinceridad no termina de convencernos, pero que, en esta ocasión, parecen tener razón. Ni modo, cuando pase esta emergencia repartiremos besos y abrazos como nunca antes o como debimos haberlo hecho hace apenas un par de semanas.