Colas, escasez de bienes y servicios, racionamiento, mercado negro, corrupción y dinero sin poder de compra eran las características de la economía soviética, del socialismo real, que conocí hace 46 años. En la década de los años 70 también visité China y Cuba, donde la pobreza y escasez eran notorias. Había dos clases sociales, los que vivían bien, altos funcionarios y dirigentes del partido socialista, y el “pueblo”, todos igualmente pobres.
En el siglo XXI, el ejemplo de los resultados del socialismo real o “neosocialismo” es Venezuela, país que he visitado varias veces, antes y después de implantar el capitalismo de Estado, pues en el socialismo real no desaparece el capitalista, la burocracia, los dirigentes del partido o el caudillo y su séquito, que se convierten por ley en los únicos capitalistas, monopolizan las principales actividades económicas y distribuyen lo poco que producen.
La escasez en los países socialistas radica en un Estado planificador, dueño de los medios de producción y repartidor de lo producido, en prohibir o limitar la propiedad de empresas y la libertad de producir, vender y hacer negocios. A pesar de los nefastos resultados en 100 años, el socialismo gusta a los políticos por el poder que concentran y a muchos pobres por la ilusoria promesa de que sin trabajar saldrán de la pobreza.