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Zona rusa en Nueva York: “Vivir como en guerra” en la Little Odessa en el sur de Brooklyn

  • 18 marzo 2022 /

Mucha gente solo habla ruso en Little Odessa, como se conoce a este barrio del sur de Brooklyn en la orilla del Atlántico, donde se instalaron los judíos del este de Europa.

Nueva York, Estados Unidos

Cuando empezó la invasión rusa de Ucrania, Bobby Rakhman decidió cambiar el nombre de su tienda de ultramarinos “Taste of Rusia” (Sabor de Rusia) por “International Foods” en el barrio de Little Odessa, en Brighton Beach, en el sur de Brooklyn, en “solidaridad” con los ucranianos.

A diferencia de otros restaurantes y comercios con nombres rusos en Manhattan, Rakhman asegura a la AFP que no ha sufrido amenazas ni ha visto disminuir su clientela.

“Sentíamos que ‘Taste of Russia’ era inapropiado, por eso decidimos cambiar de nombre” a este comercio que abrieron sus padres hace 40 años tras llegar como refugiados de la Unión Soviética en la década de 1970.

“Tenemos una clientela mixta pero dentro de la tienda no hemos tenido ninguna confrontación. Lo que ocurre fuera no le puedo decir”, subraya este rusoestadounidense de 51 años tras recordar que en su negocio trabajan ucranianos con familia en Ucrania.

“La gente está muy enojada y muy triste” y “todo el mundo habla de la guerra”, dice.

Zona rusa en Nueva York: “Vivir como en guerra” en la Little Odessa en el sur de Brooklyn

Mucha gente solo habla ruso en Little Odessa, como se conoce a este barrio del sur de Brooklyn en la orilla del Atlántico, donde se instalaron los judíos del este de Europa, y en particular de esta ciudad ucraniana situada a orillas del Mar Negro, rodeada ahora por las tropas rusas.

La mayoría de supervivientes del Holocausto que llegaron a Estados Unidos se instalaron en Brighton Beach, así como la población rusófona tras el colapso de la Unión Soviética a partir de 1991. El 45% habla un idioma eslavo en casa, según el censo estadounidense.

Buena parte de los carteles de comercios tienen el nombre en cirílico y abundan las banderas ucranianas o los colores amarillo y azul y carteles en contra de la guerra.

- Perder amigos -

La invasión de Ucrania, los bombardeos la destrucción de ciudades y civiles por las tropas del presidente ruso Vladimir Putin han dividido a esta población de clase media trabajadora que ha convivido durante décadas en paz.

“Hemos perdido a muchos amigos rusos de aquí. Simplemente hemos cortado. Es muy aterrador para ellos”, dice Liliya Myronyuk, una ucraniana de 56 años, que lleva viviendo 18 años en el barrio.

“Vivo como en la guerra, cada día es para mí la guerra”, reconoce, antes de echarse a llorar al hablar de su familia en Ucrania, que está “sufriendo mucho”.

Hasta que el gobierno estadounidense de Joe Biden prohibió la difusión de los medios de comunicación rusos, los canales de televisión de Rusia eran la única fuente de información y entretenimiento para los inmigrantes que no hablan inglés.

“Si pasara tres días enteros” viendo la televisión rusa “odiaría a Ucrania” porque “es una propaganda muy fuerte”, dice Liliya Myronyuk.

- “Propaganda” -

“La comunidad de Brighton Beach ha sido bombardeada por la propaganda rusa durante mucho tiempo”, cuenta Victoria Neznansky, que emigró a Estados Unidos en 1989 con sus padres desde Odesa.

“Como resultado, todos los asuntos políticos han sido tratados desde la propaganda de Putin”, asegura a la AFP esta psicoterapeuta de 60 años, que ha dedicado su vida profesional a ayudar a los refugiados e inmigrantes.

Ahora “no saben a quién creer”, sostiene. “Ni saben ni quieren saber de la nueva Ucrania, independiente y libre, con muchas esperanzas y aspiraciones y lo ven como un país occidental que ha traicionado a Rusia”, asegura.

El ejemplo, dice, lo tiene en casa con su anciano padre, “un producto de la Unión Soviética”, procedente de Járkov.

“Al ver su ciudad destrozada prefiere decir: ‘Debería haber habido otra forma’ pensando que Ucrania ha tenido parte de culpa en el conflicto”.

A sus 97 años, dice, “está reviviendo el trauma de la guerra”, y en cierta manera es más fácil “instalarse en la negación”.

Ante la negativa de la gente de la calle a hablar con la prensa, una inmigrante judía de Odesa, que fuma un cigarrillo frente a la farmacia donde trabaja y que no quiere dar su nombre resume: “Nadie quiere decir nada que pueda afectar la convivencia”.