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Don Julio Lazo, el barbero que quita el pelo y también el estrés

  • 14 enero 2012 /

Muchas de las personas que llegan al negocio de Julio 'Laico', lo hacen más por relajarse...

¿Quién en toda La Lima y sus alrededores no conoce a Julio Laico, el barbero que hace olvidar a sus clientes las penas contándoles sus “perras” y chistes? Laico es su nombre de combate porque su partida de nacimiento lo identifica como Julio Lazo Saravia, bautizado así porque nació un mes de Julio hace 67 años.

Su habilidad para manejar las tijeras y la navaja, la combina con sus dotes de comediante para hacer reír a sus clientes mientras les da giros en un viejo sillón y el pelambre va alfombrando el piso de la barbería carente de lujos.

En las paredes del negocio cuelgan fotografías suyas detenidas en el tiempo donde aparece en sus años mozos integrando un trío de músicos o cantando en un conjunto.

Desde aquellos tiempos cultiva también su vocación artística gracias a la cual hace otros ingresos como músico de un combo, para no tener que vivir siempre del pelo, según dice con su característico sentido del humor.

Agitada niñez

Aprendió a pelar a los quince años en la cabeza de sus amigos quienes se lo permitían a cambio de que no les cobrara, hasta que debutó como barbero en la recordada barbería El Jícaro de Lima Nueva.

Siendo cipote, Julio llegaba a lustrar zapatos a esa barbería que era propiedad de su tío político Gerardo Reyes, quien lo motivó a que aprendiera el oficio. La peluquería estaba ubicada en una zona de mucho movimiento donde hacían un alto obligado las baronesas que llegaban atestadas de pasajeros de comunidades como Potrerillos, Pimienta y Villanueva para continuar su recorrido hacia San Pedro Sula.

También estaban cerca las terminales de los primeros buses que viajaban hacia El Progreso.

Le pusieron así a la barbería porque enfrente había un enorme jícaro. “Allí comencé afilando las navajas en una tira de cuero antes de aprender a manejar las máquinas de mano y las tijeras”, recuerda el barbero.

Julio había crecido en las calles de La Lima, vendiendo pan, tabletas de leche, pinol y otras golosinas que hacía su madre en la casa mientras su padre trabajaba como conserje en la compañía bananera.

Julio solía colarse en los trenes que transportaban de gratis a los trabajadores de la bananera el primero de Mayo para que fueran a celebrar su día en las playas de Tela. “Aprovechaba para vender, pero también para bañarme en el mar”, recuerda el barbero.

No obstante, su vida de andariego, aquel chiquillo extrovertido logró hacer su educación primaria en la prestigiada escuela Esteban Guardiola que sostenía la frutera.

Herencia de su padre

Considera que fueron sus vivencias en las calles y la influencia de su padre, quien fue payaso en el famoso Circo Firuliche de El Salvador, las que fueron moldeando su personalidad de comediante la cual le ha captado la simpatía de sus clientes y de los limeños que en la feria del 2010 lo eligieron su mariscal por segunda vez.

Muchas de las personas que llegan a su negocio, lo hacen más por botar el estrés que por la necesidad de recortarse el cabello o la barba, pues saben que no van a parar de reírse con sus ocurrencias.

Julio Laico gesticula y se mueve frente a sus clientes para ponerle más sabor a sus anécdotas que son como vivencias personales aderezadas con el humor de los chistes populares.

Cuenta que cierta vez llegó a su negocio un amigo tacaño requiriendo sus servicios quien le dijo que solo le pagaría la mitad de lo que costaba el corte de pelo, porque no andaba más dinero.

“No hay problema, sentate” le dijo Julio y comenzó a meter tijera. Cuando Julio terminó y el tipo se vio en el espejo quedó asustado porque sólo tenía rapada la mitad de la cabeza.

Ante el reclamo de su amigo el barbero le explicó que cuando le pagara la diferencia lo terminaría de pelar. “No hombre, aquí tengo la plata”, replicó el cliente y entonces el barbero terminó su trabajo con una sonrisa de satisfacción no sin antes amonestarlo: “ajá, verdad que sí tenías”.

Cuenta el fígaro que a veces llega una perrita a hurgar entre la espuma de jabón y los mechones de los clientes, que van cayendo al suelo. Cuando alguien le pregunta que es lo que busca el animalito, responde sin inmutarse que “llega a rebuscarse lunares y verrugas” que caen de vez en cuando mientras él está barbeando con su navaja tan afilada “como la lengua del vecino”.

Los clientes que llegan a su barbería, localizada a unas dos cuadras del parque, son gente humilde, que a veces le pagan con “verduritas y plátanos” los servicios que les presta.

También tiene clientes con cierto nivel social a quienes corta el cabello o la barba a domicilio, transportándose para ello en una vieja bicicleta.

Orgulloso

Uno de los mayores orgullos del barbero es haber sido nombrado dos veces mariscal de la feria limeña por hacer reír y poner a bailar a los pobladores cuando se presenta con su combo en las festividades. Pero sobre todo por su honradez y su don de gente.

No vacila en ponerse de nuevo el traje de capitán de barco que vistió en aquella ocasión cuando fue paseado en un vehículo descapotable del año 33 por las calles de la ciudad como mariscal de la feria.

Su habilidad para contar chistes la pone en práctica no solo en su barbería, sino también en sus presentaciones artísticas o en las esquinas, donde le hacen rueda sus simpatizantes para disfrutar de un espectáculo gratuito.

“Guayo” Galeano tiraba monedas a la garduña

El barbero Julio “Laico” Lazo comparte el local donde funciona su negocio, con su amigo de la infancia Roberto Marroquín Folgar, más conocido como Chapín.

Juntos saltaban desde el viejo puente de hierro que divide a Lima Nueva de Lima Vieja, para zambullirse en las entonces claras aguas del Chamelecón.

Por ese tiempo estaba en su apogeo la Tela Railroad Company y estalló la huelga del 54, que los viejos amigos recuerdan con agrado porque disfrutaban de refilón la comida que daban a los huelguistas.

A cambio de cortar hojas de guineo para servir la comida, a los cipotes les daban también su porción en el campamento que los sindicalistas tenían en el campo Chulavista.

Eran tiempos felices que los niños disfrutaban sanamente porque no había maldad en las calles, según recuerda El Chapín.

No se les olvidan los sábados en que el comandante de La Lima, el temido Eduardo “Guayo” Galeano tiraba monedas a la garduña cuando estaba de buen humor para que la recogieran los cipotes.

“Guayo” Galeno trajo el primer torofuego a La Lima el cual hizo tronar entre el alboroto de la chiquillada y los adultos durante una celebración de la Virgen de Suyapa de la cual era ferviente devoto, según el relato.

Julio y El Chapín alternaban sus diversiones con trabajos que realizaban en las calles para ayudar al sostenimiento de sus respectivos hogares.

Iban los domingos a cuidar carros a la iglesia o a jalar bultos de la estación del tren de la que ahora solo están las planchas de cemento que sirvieron de arranque.

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