Las cámaras de vigilancia estaban instaladas en los postes del tendido eléctrico, en la entrada al barrio Buenos Aires de La Ceiba, que conduce a un sector donde operan grupos de pandillas.
Dirigentes manifiestan que de nada sirve el estado de excepción porque siguen agobiados por el cobro de ese ilícito de parte las estructuras criminales
Daniel Pacheco recordó aquella vez que intentaron asesinarlo en pleno culto; el día cuando abrazó a dos niñas que lloraban la pérdida de su padre, acribillado por involucrarse en el cobro de extorsiones; o cuando logró recuperar una casa donde, tiempo atrás, habían torturado, asesinado y enterrado a una niña en el patio.
El pastor Daniel Pacheco, de Rivera Hernández en San Pedro Sula, ha alcanzado un vínculo de confianza con todas las pandillas. Lo escuchan, lo respetan, ha logrado unir y rehabilitar a cientos de ellos.
Hay zonas de alta conflictividad en la capital industrial en las que no operan empresas de servicios y no entran carros repartidores de alimentos y taxis.
Las principales víctimas son niños y adolescentes que desertan de escuelas y colegios, que enfrentan fracturas familiares por la violencia, alcohol, drogas y falta de dinero.