“Tengo 20 años de vivir de la basura; ya ni siento el mal olor”: hondureña

LA PRENSA Premium se internó en tres basureros municipales para sentir en “carne propia” la realidad de supervivencia que enfrentan familias hondureñas extremadamente pobres.

Foto: Héctor Edú / LA PRENSA

María Magdalena Díaz contó a LA PRENSA cómo se gana la vida escarbando en la basura.
La falta de opciones viables llevan a las familias a una lucha constante por la sobrevivencia.

mar 5 de septiembre de 2023

22 minutos min. de lectura

San Pedro Sula, Honduras.

En las sombras de las ciudades donde la opulencia y el desarrollo no llegan lo suficiente, hay personas “invisibles” que conviven y viven de los desperdicios. La lucha por la vida en ocasiones muestra el poder de la esperanza en su forma más cruda, donde sus historias abren ojos y tocan corazones.

Su modo de vida es toda la basura que la sociedad descarta día tras día. Son personas que luchan por sobrevivir y han encontrando su sustento y refugio en lo que otros considerarían inservible.

En las primeras horas del amanecer, cuando aún muchos duermen en sus hogares cómodos, grupos de personas empiezan su jornada en los basureros, empuñando bolsas resistentes y desafiando el peso de la pobreza mientras se lanzan hacia montañas de basura tras la llegada de cada camión.

Materiales como cartón, plástico y vidrio son cuidadosamente separados y recolectados. Se encuentran de todo: celulares, computadoras, televisores, electrodomésticos y juguetes.

$!Padres, madres y niños rastrean meticulosamente entre los desechos: vidrio, plástico, metal, cartón y comida.

Numerosos menores con sus manos pequeñas y hábiles, los sacan y recuperan parte de sus materiales. Cada objeto recuperado representa un paso más hacia la subsistencia diaria. Las historias de estas personas son tan variadas como las cosas que recogen.

Hay quienes, empujados por la falta de empleo y oportunidades, se vieron obligados a buscar alternativas inusuales para mantener a sus familias. Otros, huyendo de situaciones difíciles, encontraron en la recolección de basura una manera de subsistencia.

La Unidad de Investigación de LA PRENSA Premium se aventuró a los corazones palpitantes de tres basureros municipales: los de San Pedro Sula, Villanueva y La Lima, donde familias enteras se aglutinan diariamente para extraer vida de lo que otros han dado por muerto.

Desde adentro

El reloj marca las 9:00 am cuando nuestro viaje nos lleva a El Milagro, Villanueva, una aldea situada a 30 minutos en vehículo desde San Pedro Sula. Este basurero municipal, un mosaico de montañas de desperdicio, se extiende junto a la carretera, donde el infrenable ruido de vehículos nos recuerda constantemente la dualidad de la vida.

Mientras nos adentramos, conversamos con el vigilante para identificarnos y explicar nuestra visita, pero incluso antes de que las palabras se materialicen, los motores de dos camiones suenan en el fondo, descargando toneladas de basura.

$!Unos venden lo que hallan entre los desechos, otros se los quedan para su uso o consumo.

Recorremos sobre un camino de tierra y a medida se avanza se miran mujeres y hombres, la mayoría adultos de entre 20 y 55 años, así como algunos niños, retirando la basura y escogiendo entre los escombros lo que les pueda ser útil o comestible.

Nos aproximamos a una recolectora, quien nos comparte su rutina diaria con una mezcla de firmeza y resignación. “Esperamos dos camiones al día, recogemos y luego vendemos para alimentar a nuestras familias”, declara mientras las gotas de sudor resbalan sobre su frente. Ella está junto a una señora y dos hombres que le hacen compañía debajo de una cabaña improvisada con hornilla.

$!Actualmente existen unos 3.2 millones de hondureños con necesidades humanitarias: 60% mujeres, 37% niños y 6% con discapacidad, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Continuamos unos cuantos metros, y pese a que el sol y el calor ya impactan contra la piel, unos adolescentes y niños se suben a los camiones para aligerar la entrega de basura, clasificarla y comenzar a embolsar.

Santos Colina, a sus 45 años, demuestra que las fuerzas y las cicatrices de la vida no impiden que llegue junto a su nieta. Relata que a diario gana entre 200 a 300 lempiras. “Esto básicamente es para pasar el día, pero aquí se mata uno, hasta aguantamos hambre a veces, solo nos alcanza para agua y comida”, testimonia mientras sostiene una hielera cargada de refrescos y agua para mantenerse en pie.

Muy cerca está Karla Luna (32), quien demuestra que la determinación trasciende generaciones. A la semana logra agenciarse de entre 700 a 800 lempiras, eso le sirve para alimentar a sus dos niñas. Recordó que una de ellas tenía apenas dos años cuando comenzó en el mundo de la basura, y hoy por hoy, esa niña tiene 14 años y Karla continúa subsistiendo de esto.

$!Una madre y su hija mientras esperaban el ingreso de más basura para lograr desayunar de lo que encontrasen.

María Alvarenga (50) está inclinada en una de las esquinas buscando artículos que le sirvan para su propósito. Su voz serena relata cómo saca alrededor de 150 lempiras al día, manteniendo a flote a tres vidas.

“Trabajo solo de reciclar, venimos todos los de la casa y al día calculo que saco unos 150 lempiras. Tengo como cinco años de estar aquí, espero los camiones para recoger botes y los vendo, de esto mantengo a mis tres hijos”, señala aquella mujer de contextura delgada. Seguidamente tapa los ojos con su mano izquierda para intentar bloquear los rayos del sol que ya siente sobre sus párpados.

$!“Tengo 20 años de vivir de la basura; ya ni siento el mal olor”: hondureña
“No es fácil estar en estas condiciones, pero no tenemos otra opción”: María Alvarenga, recicladora

Mientras avanza el día, otras voces se suman: Martha Alvarado, con 22 años, se ha unido a la lucha por falta de oportunidades, encontrando satisfacción en apoyar con lo poco que gana.

Un motorista de los camiones que trabaja en la alcaldía de Villanueva, mientras está estacionado, apreta el timón con sus manos y mira sobre el vidrio frontal cómo todos se unen para recoger la basura que acaba de llegar. “Es increíble cómo hay tanta gente esperándonos todos los días, es difícil mirarlos así, esto realmente es extrema pobreza”, reflexiona, capturando el espíritu de una escena que desafía el sentido común y resalta las desigualdades profundamente arraigadas.

$!Son el otro rostro de la realidad. Se ven obligados a buscar refugio y medios de vida entre los desechos que llegan a diario.

Ni 40 minutos de camino han pasado desde que partimos de aquel lugar y ya estamos en territorio de El Ocotillo, aquí funciona el basurero municipal que tiene San Pedro Sula. Este punto queda a lo interno de uno de los sectores más conflictivos de la ciudad.

Con cierto nivel de tensión logramos entrar a lo que muchos en la ciudad consideran zona hostil. El basurero tiene en apariencia seguridad pública, pero a medias, apenas hay un guardia con una arma corta en la entrada, pero de tanto polvo que empaña la visión y el olfato, ni cuenta se da que acabamos de entrar a través del extremo lateral derecho.

Al transitar sobre una cuesta de tierra durante varios minutos hasta llegar adonde tiran la basura, miramos cómo muchos niños, adolescentes y adultos se abren paso entre los desechos, buscando con afán objetos de valor, alimentos en estado aceptable y materiales reciclables.

$!Pobladores se las han ingeniado para poder armar sus “hogares” improvisados y pasar el día a día.

A nuestro arribo en vehículo, algunos de los que están nos miran como verdaderos extraños y susurran entre sí. Aquí se siente con más fuerza el hedor de la basura proveniente de los cientos de barrios y colonias que tiene San Pedro, y no solo eso, también se recepciona el temor constante porque las estructuras locales (maras y pandillas) han establecido su dominio.

Difíciles condiciones

Las familias que han vivido de la basura y el reciclaje durante décadas, a menudo residen en asentamientos informales cercanos a vertederos, donde las condiciones de vida son extremadamente precarias.

La falta de acceso a agua potable, saneamiento básico y servicios de salud adecuados agrava aún más sus desafíos diarios. Este modus vivendi no es nuevo, pero se ha agudizado en los últimos años a raíz del incremento de costo de vida y la ausencia de oportunidades de empleo.

Problemática social
  • > Resiliencia en la adversidad: pese a circunstancias y falta de recursos, familias hallan formas ingeniosas al aprovechar materiales reciclable para sobrevivir
  • > Limitaciones y repetición: mayoría de familias están atrapadas en un ciclo de pobreza que dificulta su acceso a educación, salud y empleo estable
  • > Comunidad y solidaridad: comparten recursos, información y apoyo. Esta conexión les da sensación de pertenencia y seguridad en entornos hostiles.

Más al este, en la colonia 17 de Enero, más conocida como sector Metálicas, en los rincones del municipio de La Lima, el basurero municipal recibe a diario un nutrido grupo de mujeres.

Las jornadas se extienden desde las 7:00 am hasta las 5:00 pm. Aunque el promedio semanal es de alrededor de 1,000 lempiras por cada una, esta suma a menudo se disuelve en la lucha por cubrir las necesidades de sus hogares y el sostenimiento de los niños que dependen de ellas.

De las 140 familias que viven en esta zona, se estima que más de la mitad de las mujeres de cada hogar se mantiene de lo que encuentra en el basurero y vende.

$!Recolectores de basura ha armado covachas para protegerse a diario del inclemente sol.

Una joven llamada Yadira Contreras, quien no sabe leer ni escribir y cuya mirada se desliza tímidamente ante la cámara, comenta que todos los días se presenta al basurero, pero solo a buscar ropa para ella y sus hijos.

María Magdalena Díaz (60), con un enorme sombrero sobre su cabeza para bloquear el sol que apareció desde temprano, recuerda que tiene aproximadamente dos décadas de estar llegando y vendiendo cosas que encuentra entre la basura para subsistir.

A pesar de sentir en ocasiones que las fuerzas flaquean, sigue adelante recordando que no hay otra opción. “Es duro, pero la vida así es, hay que trabajar para comer, ya uno de la tercera edad se cansa más y aunque a veces siento que ya no tengo fuerzas, recuerdo que tengo que seguir”, externa la vecina de Las Metálicas, quien vive junto a su esposo y una nieta en una humilde casa del sector.

$!María Magdalena continúa yendo al basurero todos los días para mantenerse junto con su familia.

Cuenta que es tanto el tiempo que tiene de estar aquí que ya ni siquiera el mal olor siente. Aunque reconoce que no ha sido fácil el dedicarse a esto, es consciente que este trabajo ha sido una “bendición” porque de aquí ha pagado innumerables deudas con los bancos.

“Uno lo hace por necesidad y ya nos acostumbramos. Aquí encontramos plata y oro para vender, buscamos de todo un poco”, concluye.

Con María, el olor era simplemente parte de la rutina, pero para mí, es como una bofetada de realidad. La contaminación se infiltraba sin piedad, y no pude evitar pensar en lo mucho que anhelaba el simple placer de respirar aire puro, el que poco valoramos, mientras ajustaba mi mascarilla.

Causales
  • > Pobreza y abandono: familias que luchan para satisfacer sus necesidades básicas se ven atrapadas en un ciclo de carencias económicas que dificulta el acceso a viviendas adecuadas, educación y atención médica
  • > Ausencia de alternativas laborales: las personas, en su búsqueda de cualquier medio de supervivencia, se ven obligadas a recurrir a trabajos informales o de recolección de materiales reciclables en los basureros. La falta de opciones y la necesidad de ganar dinero para alimentar a sus familias los lleva a vivir y trabajar en entornos peligrosos
  • > Desplazamiento: el aumento de la población y urbanización conllevan a la falta de viviendas asequibles. Las familias que no pueden acceder a una casa digna se ven forzadas a improvisar refugios temporales, a menudo construidos con materiales precarios como láminas de metal y cartón. Estos asentamientos informales, a menudo cerca de basureros, surgen como una respuesta desesperada a la falta de opciones
  • > Falta de acceso a servicios básicos como agua potable, electricidad, educación y atención médica crea un círculo vicioso: las comunidades marginadas se ven afectadas por la ausencia de infraestructuras básicas, vivir en entornos sin servicios adecuados aumenta la vulnerabilidad de las familias y las expone a una serie de riesgos, incluyendo enfermedades transmitidas por vectores.

Más del 73% de los 9.7 millones de habitantes que tiene Honduras son pobres y el 53% vive en pobreza extrema, según últimos datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Los basureros, a menudo ubicados en las periferias de las ciudades, se han convertido en hogar para quienes no tienen más opciones. Estas personas suelen ser desplazadas, migrantes o personas sin hogar que han caído en el círculo de la pobreza.

Estos basureros, que deberían ser lugares de desecho y eliminación, se convierten en comunidades marginales donde las familias luchan por sobrevivir. Esta situación pone en evidencia las deficiencias en los sistemas de bienestar social, la distribución de la riqueza y el acceso a oportunidades de educación y empleo.

Es una ironía dolorosa que en una época de avances tecnológicos, riqueza acumulada y prosperidad para muchos, haya otros que se vean atrapados en un ciclo de pobreza que los lleva a vivir en condiciones insalubres y peligrosas.