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10:07 PM

Suma y sigue

  • 22 junio 2022 /

    Señalaba recientemente la diputada Maribel Espinoza que, en Honduras, por donde quiera que se apretara salía pus. Y los hechos no hacen más que confirmar semejante extremo. No hay, para el caso, prácticamente ningún sector de la vida política en el que alguno de sus miembros no haya resultado involucrado en mal uso de caudales públicos, en el desvío de fondos para asuntos personales o grupales o, peor aún, no haya sido sindicado como cómplice o protagonista directo de tráfico de drogas.

    En el caso de los políticos, además del hecho mismo de resultar responsables de actos ilícitos, se hace un grave mal a la sociedad, a la cultura ciudadana, por el pésimo ejemplo que dan, sobre todo, a la gente joven.

    Porque cuando una mujer o un hombre están en eminencia se convierten automáticamente en modelos a imitar, en referentes, tienen la obligación de mantener una conducta diáfana, transparente.

    Pero cuando su proceder se convierte en motivo de escándalo, traicionan algo tan delicado y difícil de recuperar como la confianza de la gente.

    Además, la frecuencia con que nuevas listas de corruptos, ladrones o extraditables se han dado a conocer al público se ha ido incrementando.

    Los elencos de pillos se han multiplicado, y con ello el desencanto de la población, que ha sido testigo de cómo no hay fuerza política importante que se mantenga al margen de tan penoso fenómeno.

    Definitivamente, hace falta una cruzada de decencia, de probidad, de honradez, de valores.

    El vicio ha penetrado profundamente el alma nacional.

    Y lo que no puede permitirse es que ese ADN perverso se incorpore irremediablemente, permanentemente, a la conducta de los dirigentes y de los dirigidos, del pueblo.

    Ha sido la voracidad, la ambición de un montón de gente, la que ha mantenido postrado a este país. Se han pagado viajes de placer para familias enteras, remodelaciones de casas, compras de bienes dentro y fuera del país, entre otros.

    La situación es tal que produce rubor y coraje.

    De ahí que las promesas de lucha contra la corrupción, que frecuentemente hace el actual Gobierno, no pueden quedarse en palabras que se lleva el viento o en papel mojado.

    Y, por supuesto, la mirada vigilante sobre sus funcionarios se mantendrá para que muestren con hechos lo que afirman con los labios.