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Yoro, el espíritu de Subirana

  • 29 septiembre 2021 /

Hemos llegado a Yoro, después de pasar por Comayagua, adonde efectuamos acuerdos con el alcalde Carlos Miranda sobre la exposición de pintura permanente de obras del Museo del Hombre Hondureño. Yoro es, junto a Puerto Lempira, la cabecera más desatendida por el Gobierno actual. Los últimos 45 minutos de la carretera que desde Santa Rita conduce a la ciudad adonde está la iglesia que contiene los restos del más santo de los hondureños, Manuel Subirana, son una prueba de deliberado descuido.

El sistema de agua potable es deficiente, y el alumbrado público, focos compitiendo con luciérnagas. Por ello es que cuando cae la noche es la ciudad más triste que hemos visto en nuestra vida. Pero no solo el Gobierno tiene abandonado a Yoro, también la Iglesia. Cuando creó la diócesis de este departamento no estableció aquí, como era lo lógico, su sede, sino en El Progreso, más cerca de los ricos y más distante de los xicaques, que siguen siendo víctimas –eso sí– de la indiferencia pública y el rechazo de la sociedad, incluso de la que profesa la fe de Jesucristo. Posiblemente, el obispo García –hermano en la fe– se siente mejor en la modernidad de El Progreso, entre los mestizos y los extranjeros, que con unos “indios” que han sido maltratados en el pasado y en el presente por los madereros, los acaparadores de tierras y por los hondureños, que los desprecian por una supuesta falta de fuerza y su preferencia por la libertad, que han mantenido huyendo en el interior de las montañas, que destruyera en el verde de sus pinares Santiago Babún y sus “colegas”, depredadores del bosque.

Como parte de las actividades del Bicentenario hemos estado allí. Visitamos a la alcaldesa, pronunciamos una conferencia sobre el siglo XX con énfasis en los retos para los yoreños –incluso solicitarle al papa Francisco que el obispo García imite más a Subirana que a otros que siguieron caminos diferentes-, rezamos en la tumba del Misionero, homenajeamos a Roberto Sosa –que nació allí– y llevamos la Banda de Los Supremos Poderes, que ofreció un concierto memorable en el atrio de la iglesia del defensor de los indígenas.

Resaltamos la importancia del turismo religioso como fuente de ingresos, si convertimos a Yoro en un centro de peregrinación, estableciendo algo parecido al “Camino de Santiago”, en que los peregrinos a pie sigan una ruta para expiar sus pecados y satisfacer sus deseos de ser mejores personas. Les recomendamos que la ruta empezara en el Potrero de Los Olivos, donde falleciera Subirana, hasta su tumba en Yoro. Los aplausos de la concurrencia nos confirmaron que la sugerencia es respaldada.

De regreso, en la larga ruta por la descuidada carretera, nos comprometimos a escribir este artículo, llamar la atención de la Conferencia Episcopal sobre estas ideas, enviar una carta al obispo de Yoro y al papa Francisco para que el eje de la acción de los católicos tenga en la cumbre a Jesucristo y, en la base, a los actos de servicio del misionero Subirana. Con cierta nostalgia recordé a Vicente Matute, quien muriera asesinado casi al mismo tiempo que dejáramos el cargo de responsables de la reforma agraria, durante cuya gestión nos permitimos actualizar los títulos otorgados por gestión de Subirana, siguiendo las voces de antiguos documentos, como repetía Eduardo Villanueva.

Hay que apoyar a Yoro y lo que los yoreños hagan para mejorar. Tienen fuerza y la dignidad que da la soledad y la indiferencia. Pueden, con el apoyo general, y de los yoreños fuera de su pueblo, ponerse de pie y hacer de su ciudad la Pamplona de Honduras.

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