“Me levanto a las 4:30 de la mañana para empezar a trabajar, pero no tengo hora de regresar. Depende de cómo esté el día. Somos así porque necesitamos comer. Peleamos ruta y hacemos lo necesario para ganar pasajeros. A veces solo sacamos 200 lempiras al día, después de darle la tarifa al dueño y pagar la extorsión. No tenemos salario fijo. Si así fuera ya no tendríamos presión y andaríamos más relajados, sin prisas”. Palabras de un conductor de un rapidito en un reportaje de investigación de este rotativo del 4 septiembre del año en curso.
Sí, es un trabajo de hambre, y de muerte. Cumplen de 7 a 10 vueltas a su ruta al día. Una ruta de locura. Un trabajo ingrato y peligroso. Pelean contra los dueños de los buses, contra los extorsionadores y entre sí con los otros conductores.
Esta es en mayor o menor medida la lucha del trabajador hondureño. Dar su trabajo para que ganen otros, sin un ápice de compasión para esa persona que les da su esfuerzo por necesidad, tolerando vejámenes y maltratos por sus empleadores.
Definitivamente muchos de esos conductores son vulgares, malcriados, groseros y algunos conducen bajo efecto de drogas y alcohol, pero eso sucede porque empleadores y la autoridad lo permiten. Ese desorden genera dinero.
Ese es el día a día aquí. La vida es durísima para la mayoría. En los últimos tres años, 498 trabajadores del servicio público del transporte han sido asesinados. Pero son vidas que no importan. Otros vendrán a ocupar su lugar inmediatamente. Así de doloroso.
Curiosamente ahora a las empresas les ha dado por llamar “colaboradores” a sus empleados. Se oye raro. Suena a hipocresía. Hasta ofende. Eso no les trae ningún beneficio real. Es una intentona de mal gusto. Son palabras distintas y con significados diferentes. Empleado y colaborador. Da la impresión que el denominarles así ahora, las empresas se han vestido de compasión, han humanizado el trato hacia ellos, les ha mejorado sus condiciones de trabajo y salarios. Y no es así. Esto es parte de la farsa actual de las sociedades. En los foros de empresas, en las capacitaciones, en eventos, se refieren a ellos como colaboradores, y en sus puestos de trabajo son simples empleados. Allí el afecto se acaba, y no se guardan apariencias.
Así no se construye patria. Solo corazones llenos de rencor. No escarbemos más esa herida con palabras huecas.