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Cambios en la Iglesia Católica

  • 02 febrero 2023 /

Desde 1916 cuando el papa Pio X decidió mediante una bula pontificia que la Iglesia de Comayagua dejara de ser sufragánea de Guatemala, nunca se había producido un cambio tan importante como el que se acaba de anunciar. La Honduras católica se divide en dos provincias eclesiásticas: la del norte y la del sur. Con dos arzobispados a cargo de clérigos capaces y con experiencia que asumen sus sillas episcopales, dispuestos a enfrentar los retos que tiene el catolicismo de Honduras: la pérdida de la clase media, el distanciamiento de los sectores populares y el avance del protestantismo. El fin -por lo demás natural y legal- del liderazgo del cardenal Rodríguez Maradiaga es el principio de una nueva época en la que los obispos católicos deberán asumir los nuevos desafíos con reformas oportunas en lo referido a la predicación, la aproximación a la realidad y a un nuevo discurso pastoral, encarnado existencialmente en los problemas que enfrentamos los católicos en el diario vivir.

La liturgia católica es inmensamente bella, pero no es suficiente. Urgimos, además, de la palabra del pastor, la compañía suya al lado de sus ovejas – de todas, al margen del nivel económico, la clase social o la militancia política- compartiendo con ellas el frío, la soledad, pero también el seguro amanecer de la palabra que nos trae buenas nuevas. La Iglesia Católica hondureña tiene pocos oradores sagrados. Manejan mejor el discurso evangélico los predicadores protestantes que, incluso, muestran más conocimientos de psicología aplicada y más proximidad a los fieles al extremo que ganan en cuanto se refiere al manejo de los medios alternativos de comunicación. Sus metáforas son más cercanas al reto de la vida y tienen más habilidad de vincular la palabra de Dios con la existencia que siempre es un reto, especialmente, en estas condiciones de inseguridad en que vivimos.

La acción educativa en colegios y universidades deberá ser revisada. Deben ser espacios de formación de católicos firmes, líderes que defiendan su fe y compaginen su vida con las enseñanzas del evangelio. La broma que San Miguel formaba a los “izquierdistas” la confirma el hecho de que Manuel Zelaya sea egresado de allí; o por lo menos, que en sus aulas discurrió su vida estudiantil, hasta donde sabemos. O Jorge Cálix, egresado de la Universidad Católica.

Los católicos de hoy estamos más en comunión con nuestros pastores que en 1916. Algunos sacerdotes y el arzobispo Martínez Cabañas -coronel del Ejército- se oponían a trasladar la sede eclesial a Tegucigalpa donde residía el poder central, “porque no había un edificio adecuado”, sostenía el prelado.

En 1923, con la llegada de monseñor Agustín Hombach, la Iglesia recuperó su prestigio, enfrentó a sus críticos y monseñor Hombach confrontó a los ateos, a los izquierdistas e incluso a los descreídos, escribiendo valientemente en los periódicos, y trabajando intensamente para mostrar la fuerza de la Iglesia.

Monseñor Hombach escribió un bello tratado teológico para enfrentar las críticas materialistas que algunos usaban como forma de expresar sus compromisos con la modernidad. Y todo lo pudo hacer, incluso, contra la oposición de algunos periodistas que le apostaban al antigermanismo.

Ahora, el tiempo es mejor. Los nuevos obispos tienen experiencia pastoral. La feligresía los conoce y los respeta. Lo que hace falta, sin duda, es entender que hay que fortalecer los esfuerzos destinados a hacer sentir que los católicos, somos “el pueblo de Dios” y que avanzamos con esperanza en la ruta de la salvación al encuentro con el Padre sin aislarnos de la sociedad, de la economía y, menos de la política, porque somos anuncios esperanzadores del nuevo amanecer.

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