El “infierno” de JOH en Nueva York
Así es la vida de JOH en la fría cárcel de Brooklyn, asediado por los peligros, siempre observado y reducido a un traje de presidiario
Foto: Henning García
Así es la vida de Juan Orlando Hernández en la prisión MDC de Brooklyn, Nueva York.
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El eco de las ovaciones presidenciales se ha disipado. Ahora, Juan Orlando Hernández, expresidente de Honduras, pasa sus días bajo la fría luz de los neones del Metropolitan Detention Center (MDC) en Brooklyn, un lugar conocido tanto por su infraestructura sombría como por las historias de desesperación que alberga.
Hernández, quien dirigió Honduras entre 2014 y 2022, fue extraditado a los Estados Unidos tras terminar su mandato. Acusado de conspirar para importar más de 400 toneladas de cocaína al país, recibió una condena de 45 años en prisión en 2024, un final devastador para quien alguna vez fue considerado aliado clave de Washington en la lucha contra el narcotráfico.
La ironía de su caso es evidente: como presidente, promovía una política de “mano dura” contra las drogas mientras, según las pruebas presentadas, supervisaba una red de tráfico respaldada por armas y violencia sin precedentes.
La doble cara de su liderazgo se desenmascaró ante el tribunal, donde testimonios de narcotraficantes y documentos incriminatorios sellaron su destino.
Tensión en el MDC
El MDC de Brooklyn no es solo un lugar de reclusión; es un reflejo de las fracturas del sistema penitenciario estadounidense. Diseñado para albergar a sospechosos antes de juicio, a menudo se convierte en un limbo para aquellos como Hernández, condenados pero aún a la espera de su destino final en prisiones más seguras o con instalaciones permanentes.
Aquí, los pasillos están llenos de ecos de puertas metálicas y conversaciones en múltiples idiomas. Entre los reclusos se encuentran figuras conocidas del narcotráfico, políticos caídos en desgracia y criminales internacionales.
Es un espacio donde las jerarquías del exterior se desmoronan, y la supervivencia depende de la adaptación rápida y de un bajo perfil.
La rutina de un reo presidencial
Para Hernández, acostumbrado al protocolo presidencial, la vida en prisión es una rutina marcada por la austeridad. Cada día comienza temprano con conteos de seguridad y revisiones estrictas. El acceso al aire libre es limitado y vigilado de cerca.
Fue condenado en junio de 2024 a 45 años de prisión en Estados Unidos. El tribunal lo encontró culpable de tres cargos principales: conspiración para importar cocaína, posesión de armas relacionadas con el narcotráfico, y asociación ilícita para el tráfico de drogas. Durante su juicio, fiscales estadounidenses presentaron pruebas contundentes que lo vinculaban con el transporte de más de 400 toneladas de cocaína hacia Estados Unidos y con la utilización de su posición como jefe de Estado para proteger y facilitar actividades del narcotráfico.
Aunque algunos reclusos intentan llenar su tiempo con libros o actividades recreativas, el aislamiento mental es un desafío constante. La familia de Hernández ha dicho que el exmandatario lee mucho la Biblia en su celda.
Las visitas de su familia son breves y protocolarias, pero nunca de sus hijas o su esposa, tampoco su madre o hermanos, porque se les inhabilitaron sus permisos para ingresar a ese país.
Además, las visitas son realizadas en espacios impersonales y bajo la mirada constante de los guardias. La distancia entre el expresidente y su vida pasada se mide en estas visitas, donde el cristal que separa al padre del político simboliza la ruptura de su mundo anterior.
Un juicio histórico
Durante el juicio, fiscales estadounidenses revelaron una red criminal que operaba con la complicidad de las instituciones hondureñas. Testimonios de narcotraficantes detallaron cómo Hernández recibía sobornos a cambio de protección estatal, mientras utilizaba su cargo para eliminar a rivales y garantizar el flujo de drogas hacia Estados Unidos. Las pruebas incluyeron transferencias de dinero, comunicaciones interceptadas y declaraciones que vincularon al expresidente con organizaciones como el cartel de Sinaloa.
Juan Orlando Hernández Alvarado nació el 28 de octubre de 1968 en Gracias, departamento de Lempira. Es abogado de profesión, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y con una maestría en Administración Pública de la Universidad de Albany en Nueva York. Fue presidente del Congreso Nacional de Honduras entre 2010 y 2014, y posteriormente asumió la presidencia del país durante dos periodos consecutivos, de 2014 a 2022, bajo la bandera del Partido Nacional. Está casado con Ana García de Hernández y tiene tres hijos.
El caso de Hernández también plantea preguntas incómodas para Estados Unidos. Durante años, Washington apoyó su administración como un baluarte contra el crimen organizado, ignorando las señales de corrupción y abuso de poder.
Su captura y juicio exponen las contradicciones de una política exterior que a menudo prioriza la estabilidad sobre la transparencia.
Los vecinos de JOH
En el MDC, Hernández comparte espacio con figuras como Genaro García Luna, exfuncionario mexicano, y otros condenados por crímenes similares. Aunque sus crímenes varían, todos comparten el peso del aislamiento en la fría cárcel neoyorquina.
Otros reos de gran importancia en esa prisión son R. Kelly, cantante que enfrenta una condena de 31 años por delitos como abuso sexual infantil, secuestro y tráfico de personas. Actualmente, cumple su sentencia en otra prisión, pero estuvo en MDC durante su proceso legal.
También Sam Bankman-Fried, el fundador de FTX que fue sentenciado a 25 años por fraude financiero, permaneciendo en MDC durante el juicio.
Otro más reciente es Diddy (Sean Combs), recientemente encarcelado en MDC tras ser acusado de conspiración para el tráfico sexual y otros delitos graves. Su caso resalta por la lucha de sus abogados para evitar su detención en este lugar debido a sus condiciones infames
Otros nombres incluyen a Michael Cohen, exabogado de Donald Trump, y Martin Shkreli, conocido como “Pharma Bro”.
Sobrevivir en el MDC
El aislamiento no es solo físico; la pérdida de su influencia política y social afecta profundamente su psicología. Según expertos, estas condiciones pueden exacerbar problemas de salud mental, un aspecto que preocupa a familiares y abogados del expresidente.
El MDC ha sido descrito como un lugar frío, oscuro y carente de comodidades básicas. Las celdas son pequeñas y están hechas de concreto, lo que las convierte en espacios inhóspitos. Hay reportes de fallos frecuentes en la calefacción, lo que provoca que los internos sufran temperaturas extremadamente bajas en invierno