Ingeniero eléctrico con promedio de 95% estudiaba hasta 12 horas diarias y 6 clases
Marlon Solís se graduó con los más altos honores en la ingeniería más desafiante por su rigor y demanda numérica, en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, campus Unah Cortés.
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El pasado 19 de septiembre recibió su título como ingeniero electricista industrial en San Pedro Sula.
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San Pedro Sula, Honduras.
En un mundo donde la electricidad impulsa el 80% de las industrias, Marlon Gabriel Solís Alfaro, un joven originario de Sonaguera, Colón, y residente en San Pedro Sula, ha demostrado que el poder de los números y la dedicación pueden iluminar el camino hacia el éxito.
Marlon no solo se enfrentó a las complejidades de la Ingeniería Eléctrica, un campo que exige dominar más del 90% de conceptos matemáticos y físicos, sino que también desafió a diario las expectativas que la vida le impuso. A sus 23 años no solo se graduó como ingeniero, también demostró que la gloria es un proyecto a largo plazo, calculada con precisión y alimentada por la perseverancia.
Con un promedio académico de 95%, Marlon dedicó más de 12 horas diarias a sus estudios durante sus años universitarios, equilibrando el trabajo como instructor de laboratorio y su vida académica.
Al mirar hacia atrás, Marlon reconoce que no solo estaba aprendiendo sobre circuitos y maquinaria eléctrica, estaba cultivando un futuro en el que cada voltio y cada ohmio (unidad que se utiliza para medir la resistencia eléctrica) representaban sus sueños y sacrificios.
Durante su trayectoria en las aulas de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, Campus Unah Cortés, aprendió que el verdadero ingeniero no solo resuelve problemas técnicos, sino también ilumina el camino de otros, reflejando que, al igual que la electricidad, su dedicación y trabajo arduo pueden conectar vidas y generar cambios importantes.
Aspiraciones
Ingresó a la universidad durante el año 2019 lleno de sueños y metas, cuatro años más tarde, durante el mes de mayo del año 2023, miró esos anhelos materializarse al obtener su título con los más altos honores: summa cum laude.
Desde el principio tenía un plan claro en mente, sabía hacia dónde quería ir y cómo iba a llegar. Durante este proceso expresó y reiteró su agradecimiento a todos aquellos que, de alguna u otra manera, lo apoyaron en cada paso.
Recordó con cariño el tiempo que pasó participando en las olimpiadas de física y matemática, fue una experiencia que no solo le permitió poner a prueba sus habilidades, sino también le brindó la oportunidad de conocer a muchas personas con intereses en común.
Desde el comienzo, su madre fue su mayor apoyo, impulsándolo y brindándole todo lo que estaba en sus manos. Al avanzar en sus estudios, Marlon, decidido a no detenerse, tomó las riendas de su destino y durante su segundo año de carrera decidió postularse como instructor de laboratorio en la misma universidad, una oportunidad que le permitiría mantenerse y continuar su formación académica.
A pesar de la distancia, hablaba con su mamá todos los días, durante la mañana recibía su bendición, lo que le daba fuerzas para comenzar el día, y durante la noche volvían a comunicarse, asegurándose de que ambos estuvieran bien.
Durante los últimos dos años de su carrera, Marlon no solo estudió, sino que trabajó como instructor, compaginando ambas responsabilidades. Esos años, cargados de esfuerzo y dedicación, lo condujeron a donde siempre soñó: la meta final de su carrera universitaria.
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La ingeniería era un sueño que perseguía desde sus años de colegio, cuando el licenciado Atilio Alvarado, su profesor de taller, lo inspiró a buscar esta profesión. La electricidad lo cautivó, no solo como un campo de estudio, sino como una fascinación que se convirtió en su propósito de vida.
Las personas que fue conociendo en el área jugaron un rol motivador, verlos en acción, escucharlos hablar con entusiasmo sobre sus trabajos y experiencias fue lo que lo impulsó a llegar a esta carrera y a profundizar en ese mundo que inicialmente solo conocía de forma básica. “Desde el colegio me llamó mucho la atención la electricidad, todo lo que veía era de manera básica. Las personas del área que conocí en su momento me motivaron a estudiar esto”, recordó con orgullo.
Curiosamente, su segunda opción de estudio era algo completamente diferente: Lenguas Extranjeras. Durante un tiempo lo contempló seriamente, pero al reflexionar sobre ello hoy, admite que no se ve desarrollando una carrera en ese campo.
Siempre ha sido alguien que delimita sus tiempos con cuidado. La lectura ha sido una de sus grandes pasiones, y aunque admite haberla dejado un poco de lado recientemente, solía ser su pasatiempo favorito, pasaba horas inmerso en libros, disfrutando de nuevas historias y descubriendo conocimientos.
“El fenómeno de la electricidad es complejo, está en todo, no podríamos estar conectados si no hay electricidad, es el motor de la industria. En su momento no lo vi a nivel macro, miraba la electricidad en todo y eso me llamaba la atención”, comentó con una sonrisa durante la entrevista con LA PRENSA Premium, concedida semanas después de su discurso de graduación.
El trayecto no fue fácil, si bien su madre Ernestina Alfaro lo apoyó durante todo momento, los retos que enfrentó al ser un estudiante foráneo no fueron menores. Adaptarse a la vida universitaria, alejarse del calor de su hogar y de la comida de su madre, y asumir responsabilidades que muchos de sus compañeros aún no conocían, fueron desafíos que lo marcaron profundamente.
Obtener este índice académico no fue algo que buscó intencionadamente, los estándares educativos premian con un número o una calificación, pero él nunca lo miró de esa manera, ese índice solo representa la materialización de un esfuerzo constante, nada más. Marlon nunca perdió el enfoque, desde el primer día tenía claro su objetivo: graduarse, y para lograrlo hizo sacrificios que otros no estaban dispuestos a hacer.
Esa decisión implicó dedicarle más esmero a cada cosa que hacía: pasaba más tiempo estudiando, redujo las distracciones y se centró en lo que realmente importaba. Las notas, sorprendentemente, llegaron por si solas, no era su prioridad alcanzar un promedio sobresaliente, pero el esfuerzo que puso se reflejó en los resultados.
Un balance
Al iniciar la universidad se dio cuenta de que no se puede abarcar demasiado a la vez, hubo un momento cuando que tuvo que bajar el ritmo, y de seis clases terminó cursando cuatro o tres.
Aprendió a distribuir su tiempo, lo cual se convirtió en una habilidad clave para priorizar sus responsabilidades. Al principio era un desafío manejar cinco o seis materias a la vez, y la mayoría de ellas estaban relacionadas con números y teorías complejas.
La buena gestión del tiempo le enseñó a ser más eficiente y a valorar cada minuto de estudio. Aprendió que la calidad del tiempo dedicado a cada clase era más importante que la cantidad.
“Parte de mis sacrificios fue el dejar de salir, no lo veía como que no tenía vida social, sino que tenía una responsabilidad y algo que hacer ante todo, lo miré como la oportunidad de aprovechar el tiempo”, reflexionó.
Hubo momentos cuando sacrificó sus fines de semana para asistir a tutorías de física y matemáticas, aunque entonces podía parecer un sacrificio, se dio cuenta de que esas horas dedicadas a reforzar sus conocimientos eran esenciales para el crecimiento. La universidad no solo le proporcionó la teoría necesaria, sino también lo preparó para enfrentar el mundo laboral.
Reconoció, con cierto pesar, haber perdido tiempo valioso con su familia y amigos, momentos que nunca podrá recuperar, pero entiende que el mayor sacrificio era invertir todo su tiempo en cumplir su plan. Aunque en ocasiones sentía la falta de compañía o los momentos compartidos, siempre supo que estaba construyendo algo más grande para él.
Marlon habló con orgullo de los amigos que hizo en la universidad, compañeros que compartían su dedicación y con quienes estudiaba durante extensas jornadas.
Los amigos cercanos eran sus compañeros de carrera, al ser foráneo se convirtieron en su círculo más cercano, compartieron mucho, especialmente cuando decidían que necesitaban un descanso. Lo mejor de todo es que eran personas con el mismo empuje y dedicación que Marlon, entre ellos estaban personas como Yensi, Gabriel, José y Douglas, que, al igual que él, estaban en el mismo recorrido, algunos en su mismo rubro y otros en diferentes ingenierías, pero siempre en sintonía con las metas y el esfuerzo que requería alcanzarlas.
Estas interacciones fueron cruciales durante su formación en la universidad, ya que se rodeó de personas que compartían sus intereses y aspiraciones. Cada encuentro y conversación le ayudaron a crecer y a reafirmar su compromiso con los objetivos.
Contó que las clases eran como un trabajo y lo que le daba su madre se asemejaba a un sueldo mensual, se lo tomaba con total seriedad: asistía a clases, realizaba las actividades con puntualidad y jamás permitía que un temario lo sorprendiera el día del examen, se aseguraba de estar preparado con antelación.
Algo que realmente lo ayudó fue el hecho de compartir con sus compañeros de clase, siempre estudiaban juntos e intercambiaban lo que cada uno entendía de los temas. Esas sesiones de estudio en grupo no solo le ayudaban a reforzar sus conocimientos, sino también creaban un ambiente de apoyo mutuo, donde todos se impulsaban a mejorar. Esa camaradería fue clave en su aprendizaje y en su crecimiento académico.
Cada día lo miraba como una oportunidad de aprender y mejorar, no solo como estudiante, sino también como persona. La planificación fue clave en su éxito.
De las 24 horas del día, siempre se organizaba con una distribución clara de la semana, dependiendo del nivel de las clases destinaba alrededor de cinco horas diarias para repaso, tareas y otras actividades educativas, además de siete horas de clase que recibía, incluyendo los laboratorios. En total eran aproximadamente 12 horas al día enfocadas en su carrera universitaria.
Al preguntarle insistentemente sobre el secreto de su éxito académico, considerando que estudió una profesión sumamente compleja en la universidad más prestigiosa y difícil del país, Marlon respondió que probablemente le dedicaba un poco más de tiempo a sus estudios que el resto de sus compañeros, pero nunca lo vio como un sacrificio ni se sintió aislado.
No tenía esa necesidad urgente de salir o desconectarse constantemente, si alguna vez se sentía agobiado, simplemente pausaba lo que estaba haciendo y salía a despejarse, pero en ningún momento esta rutina fue una carga para él, al contrario, aprendió a disfrutar del proceso y del equilibrio que encontraba en su día a día.
Su rutina empezaba temprano, recibiendo las clases durante la mañana, cuando se sentía más productivo, sabía que esas primeras horas del día eran clave para aprovechar al máximo. Después de clase se preparaba la comida, algo que, además de ser necesario por su situación económica, se volvió parte durante su día a día.
Durante algunas pausas de tiempo descansaba un poco, y ya durante la tarde o noche retomaba sus actividades educativas, preparándose para lo que venía al día siguiente. Nunca vivió “al día”, siempre trataba de planificar con anticipación, no solo para el siguiente día, sino también para la semana que venía.
Siente que lo que realmente lo diferenciaba del resto de compañeros fue la motivación, no hizo nada extraordinario en términos de métodos, simplemente estaba rodeado de personas excepcionales que lo inspiraban a seguir adelante. Mientras sus compañeros también se dedicaban a sus estudios, él les invertía más tiempo, enfocando toda su atención en la carrera, sin distracciones.
“Nunca vi a mis compañeros como competencia, sino como motivación, conocí a personas que de verdad tienen un potencial excepcional y aprendí de ellos. Absorbí lo que compartían y me aparté de situaciones o personas que creía no me iban a aportar”, indicó.
Su dinámica de estudio siempre fue un proceso metódico y desafiante, algo que compartió en alguna ocasión. Por ejemplo, al enfrentar un problema práctico, su primer paso era estudiar todas las variables involucradas, en lugar de simplemente observar un problema, tomaba un ejemplo concreto y se aseguraba de comprender la teoría detrás de él, a partir de esa comprensión desarrollaba otros problemas relacionados, luchando con cada ejercicio hasta llegar a la solución.
“A menudo, los libros de texto incluyen las respuestas al final del contenido, y mi objetivo era siempre alcanzar esas respuestas por mi esfuerzo, no me importaba pasar de dos a tres horas trabajando en un solo ejercicio. Mi enfoque contrastaba con el de muchos de mis compañeros, quienes solían estudiar solo el ejemplo proporcionado, resolvían los ejercicios de manera más superficial y si no entendían algo durante cinco minutos, abandonaban el ejercicio y se dirigían directamente al libro en busca de la solución”; refirió el ingeniero.
Intensidad
La asignatura de máquinas eléctricas 2, impartida por un docente del área de física, representó uno de los mayores retos. “Fue una clase extremadamente exigente”, rememoró, pero no se rindió. En lugar de ver los obstáculos como barreras, los asumió como retos que lo preparaban para el mundo laboral.
La mayoría de clases las disfrutó, como aquellas asociadas al control de máquinas e instalaciones eléctricas, las que están más cerca de lo que un ingeniero puede encontrar en la realidad.
Los números nunca fueron difíciles para este joven ingeniero, por el contrario, siempre le llamaron la atención, especialmente aquellos que los descubrieron. “Siempre he bromeado diciendo que quien me sacó el promedio fueron las matemáticas”, expuso con ironía.
En el campo de la ingeniería hay una combinación de física, matemáticas básicas, un poco de economía y, por supuesto, los temas específicos de la carrera. Durante las primeras clases se comienza abordando matemáticas generales y geometría, a medida que se avanza llegan a temas más complejos como la cronometría y, eventualmente, ecuaciones diferenciales. Estos conceptos son como los primeros filtros de la carrera, y muchos estudiantes se ven retrasados por ellos.
Esta carrera, en particular, exige un estudio riguroso y estricto. Las clases requieren un componente práctico significativo, pero es crucial entender que la práctica sin teoría no tiene fundamento. La estructura del programa se basa, quizás, en un 60% de teoría y un 40% de práctica, donde el 90% del contenido son números y el resto es texto. En este equilibrio, aprendió que la disciplina siempre vencerá al talento.
Desde el primer día, los estudiantes se sumergen en el mundo de las matemáticas, comenzando con conceptos básicos y avanzando hasta llegar a problemas complejos, como el análisis de una falla trifásica (problema en sistemas eléctricos que usan tres corrientes alternas) o los cálculos entre líneas.
Cada asignatura se entrelaza con los números de una manera que, a veces, puede parecer abrumadora, pero a medida avanzan se dan cuenta que esta inmersión matemática es fundamental para su formación. Marlon comentó que cada ecuación y análisis lo preparaban no solo para enfrentar los desafíos de la carrera, sino también para las situaciones del mundo real en el campo de la ingeniería.
Esfuerzo
Este joven considera que la transición de ser estudiante a insertarse en el mundo laboral es una realidad diferente. En la universidad se trata de adquirir conocimiento, mientras que en el ámbito laboral las decisiones que se toman implican responsabilidades grandes, desde manejar cantidades económicas hasta garantizar la seguridad de vidas.
“La universidad te enseña a enfrentar problemas lógicos y a encontrar soluciones en situaciones imprevistas”, reflexionó. Eso es lo que significa ser ingeniero.
Nadie está exento de lograr cualquier objetivo que se plantee. “Cada quien tiene capacidades diferentes, y en mi caso no contaba con una fórmula mágica, más que el objetivo claro desde el principio. A eso le sumo la experiencia de las clases, el saber qué me aportaba la clase anterior, qué tenía que dejar de hacer, qué debía implementar, qué me funcionaba y qué no, eso es lo que lo hace a uno el ser bueno en algo”, exteriorizó.
“El mayor impacto de haberme graduado con excelencia académica fue que mi mamá me dijera que está orgullosa de mí, es lo que más a uno le hace latir el corazón y hace que sienta que se sale del pecho, el esfuerzo que ella hizo fue bárbaro y en su momento no lo entendí, pero ahora sí”, destacó.
En la actualidad, Marlon se siente satisfecho por ser inspiración para muchos en Honduras. Ahora, con su hermano menor interesado en seguir sus pasos en el campo de la electricidad, solo espera que él también encuentre su pasión y siga su camino, sin vivir a su sombra.
Hoy, Marlon trabaja en una empresa de energía, donde se desempeña en la parte electromecánica, sueña con seguir creciendo profesionalmente y conocer cada detalle de la transmisión, distribución y generación de energía eléctrica. “Quiero entender todo el proceso”, dijo con determinación y ambición positiva.
Sabe que la industria demanda cada vez más ingenieros eléctricos y él está listo para asumir los medios que el futuro le presente. Se están desarrollando muchas subestaciones eléctricas y eso implica un proceso de montaje, pruebas, mantenimiento constante, y a medida la sociedad evolucione, necesitará más mano de obra para el mantenimiento del sistema eléctrico nacional.
La ingeniería eléctrica no es solo su carrera, es su pasión, y está decidido a seguir adelante, siempre conectado al motor que impulsa al mundo.
Parafraseando sus últimas palabras, el verdadero poder no reside únicamente en el conocimiento, sino en compartirlo y usarlo para abrir caminos a otros. Así, Marlon no solo se ha consolidado como ingeniero, sino como un líder transformador, demostrando que el futuro no está escrito, sino que se forja con visión, esfuerzo y el firme deseo de hacer la diferencia.
Para Gustavo Bustillo, especialista en física, estadística y matemáticas en la Universidad Tecnológica Centroamericana (Unitec), destacarse en una carrera tan exigente solo revela la importancia del esfuerzo, la dedicación y el sacrificio personal.
”La eléctrica es la más difícil de las ingenierías, primero que todo, luego, tener un índice de 95% implica que básicamente ese fue su índice general, y es extraño, porque se cometen errores de dedo y muchos otros; sin embargo, el muchacho estuvo bien concentrado y estudió bastante”, expresó el académico, destacando la magnitud del logro. Con una expresión de admiración, subrayó el esfuerzo detrás de ese número: “Tener este índice cuesta, no se consigue fácilmente, no se da al azar ni es producto de la casualidad, es a raíz del buen trabajo que hizo el joven”.
El docente universtario hizo una pausa antes de seguir, como si las palabras que estaba por decir pesaran con el peso de la experiencia. “Puedo decir con certeza que, si revisamos los cuadernos de este muchacho estarán completamente llenos con comentarios del profesor y anotaciones, pues desgraciadamente no todos siguen las directrices de los maestros, si lo hicieran les fuese mucho mejor”, apuntó, con un tono de reflexión sobre la importancia de la disciplina en el aprendizaje.
Luego, con respeto hacia el ahora ingeniero, añadió: “Este muchacho quizá sacrificó tiempo libre en lugar de salir con sus amigos, prefirió estudiar, sabía que hay que ser diferente en un aspecto como el índice académico y en una carrera tan difícil, es algo excepcional y marca la diferencia. Quedará como récord superarlo y seguramente pasarán muchos años sin que alguien lo haga”, señaló.
Mientras analizaba el desempeño de Marlon Solís, Bustillo recordó su propia experiencia como estudiante de Ingeniería Mecánica. Dedicaba un promedio de 20 horas semanales a sus estudios y terminó con un promedio de 87%, pero se preguntó con un tono pausado, como si desentrañara las prioridades de los estudiantes: “¿Cual es la diferencia entre el 87% y el 95% entre las notas? Es el tiempo invertido, y no todo mundo está dispuesto a pagar ese tiempo, porque prefieren tener el viernes libre, salir con sus amigos, mirar fútbol, salir con su novia o mirar una serie”.
El estudio intensivo aumenta el índice intelectual y previó que Marlon Solís, al ser alguien brillante académicamente, si se le hiciese un examen para medir su coeficiente intelectual, superaría el 130%”, aseguró con firmeza, anticipando que la capacidad de Solís no solo se limitaba a su alto rendimiento académico, sino que se extendía mucho más allá, hacia un potencial intelectual excepcional.