“Si pudiera ver por un día, lo primero que haría sería contemplar a mi hijo”
Nacido sin capacidad de mirar, el psicólogo sampedrano Roberto Laínez ha alcanzado lo que muchos solo sueñan: una licenciatura, cuatro maestrías; además, es maestro de karate, escritor y músico.
Foto: Franklin Muñoz / LA PRENSA
Roberto disfruta plenamente cada momento que comparte con su hijo Máximo y su esposa Wendy Domínguez. Su familia lo visita frecuentemente en su consultorio de salud.
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San Pedro Sula, Honduras.
La claridad natural entraba escasamente a través de las ventanas del consultorio número 303 del tercer piso del Hospital del Valle, mientras yo preparaba mi libreta, lápiz y grabadora, me encontraba sentado frente a un hombre cuya vida ha sido marcada por la oscuridad, pero también por una luz interna que irradia desde el primer momento en que lo conocí. A pesar de haber perdido la visión, su mirada, aunque vacía a los ojos de cualquiera, parece mirar más allá de lo que los demás podemos percibir.
Me recibió en su consultorio con una escueta sonrisa, pero cálida, su voz, firme y serena, me invitó a comenzar, sabía que estaba frente a alguien que ha aprendido a navegar el mundo de formas que yo apenas puedo imaginar, y de inmediato sentí una sensación de admiración.
Empezamos la conversación con una pregunta sencilla, pero cargada de significado: “Roberto, ¿cómo empezó todo?”. Tomó un pequeño respiro y su respuesta vino acompañada de un aire de calma.
Cada persona tiene una historia que contar, pero pocas son tan extraordinarias como la de Roberto José Laínez Escoto (35), un psicólogo hondureño cuya vida se despliega entre la resistencia y valentía, resonando profundamente en los corazones de quienes tienen el honor de escucharla.
Nació con una condición genética llamada retinosis pigmentosa, una enfermedad que le ha robado gran parte de su visión. Esta se manifiesta en la pigmentación anómala de la retina, afectando principalmente la visión periférica, es como si el mundo fuera un túnel angosto, imaginemos un lugar donde las formas y los colores se desvanecen en una oscuridad evolutiva.
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Su condición de vista es degenerativa, lo que significa que empeora durante con el paso del tiempo; sin embargo, Roberto bebe vitaminas y sigue tratamientos permanentemente que ayudan a ralentizar el proceso.
Mientras me relataba sus primeros años de vida sin visión, Roberto movía sus manos con delicadeza, como si estuviera trazando los recuerdos en el aire. La manera en que describía sus experiencias me hizo darme cuenta de lo esencial que son los sentidos del tacto y el oído para él, había una fluidez en su narración que me hacía sentir que cada palabra estaba cargada de una lección aprendida.
“Mi campo visual está muy reducido, esto provoca dificultades para conducir y, al caminar, puedo no notar desniveles, baches o grietas, lo que me hace tropezar con frecuencia y genera problemas de movilidad. Debido al daño en la retina hay un componente de miopía o astigmatismo, básicamente miro bultos y no definiciones, esto representa grandes retos en mi vida diaria”, relató con una voz que lleva el peso de una lucha constante.
La visión se vuelve borrosa, las formas se mezclan y lo que para otros es un simple paseo sobre la calle, para él es un campo minado de obstáculos invisibles. Su porcentaje de vista aproximado es de entre 40% y 50%, la mayor parte de sus interacciones las interpreta a través del oído y el tacto, cada tarea cotidiana, que para alguien con visión normal podría parecer trivial, se convierte para él en un reto.
A pesar de los desafíos, Roberto nunca se ha permitido caer en la autocompasión, desde niño entendió que la vida iba a ser diferente para él, pero nunca dejó que eso lo definiera, más bien la abrazó como un catalizador para su fortaleza interior.
Contó que heredó esta afección de uno de sus abuelos, quien también la padecía, es una condición predominante en varones, por lo que hombres del lado materno de su familia igualmente la sufren.
Su infancia, en general, fue bonita, pero no estuvo exenta de una cuota de barreras sociales, hubo acciones que limitaban su visión, como la dificultad de seguir el ritmo en juegos como el fútbol, que requiere un rastreo visual constante, aún así no dejó que esto le impidiera participar.
“También enfrenté retos al interactuar con otros niños, como las burlas, que pueden ser bastante crueles, especialmente durante los primeros grados. Con el tiempo aprendí a lidiar con estas situaciones y a ganarme el cariño de mis compañeros, no guardo rencor hacia nadie, más bien, considero que estas experiencias me ayudaron a crecer y a fortalecerme”, recordó con una mezcla de optimismo y sabiduría en sus palabras.
Desde siempre y hasta ahora, cuando el sol comienza a ponerse y empieza a oscurecer, su visión se vuelve extremadamente limitada debido a daños en las células responsables de captar la luz. Por ejemplo, en lugares oscuros como una discoteca le resulta muy difícil mirar, es como si estuviera a ciegas.
Bastión
La determinación de Roberto ha sido siempre alimentada por el apoyo incondicional de su familia.
Sus padres, lejos de sobreprotegerlo, lo empujaron a enfrentar el mundo desde que era pequeño, su mamá siempre lo animaba a jugar y nunca lo hacía sentir que era alguien que sufría una discapacidad. Sus padres le decían que estudiara, ya que, aunque pudiera perder la vista, la preparación era algo que nadie podía quitarle.
Su papá siempre lo impulsó a seguir adelante, recordó con nostalgia cuando empezó a practicar karate y enfrentó algunos problemas porque él no quería que lo golpearan, pero después le dio su apoyo y fue así cómo se fue desenvolviendo en esa área.
Sus hermanos y su abuela, especialmente, le ayudaban con los estudios, aunque para él era un proceso lento y desafiante, aprendía mejor de manera auditiva, ella le leía mucho en voz alta, lo cual le fue de gran apoyo.
Cuando llegó el momento de elegir una carrera, Roberto sabía que las opciones estarían limitadas por su visión, pero nunca dejó que eso lo desanimara.
“Por mi condición visual no podía cursar la carrera que quisiera, no pudiera, por ejemplo, estudiar Medicina porque se hacen cirugías y otras cosas visuales, tampoco Diseño o Arquitectura porque requieren la vista. Durante el décimo grado miré la clase de psicología y me gustó mucho, entonces mi papá me sugirió que podría estudiar esto, pues más que todo iba a escuchar, a interpretar, y así lo consideré”, rememoró con orgullo.
En la universidad todo se desarrollaba alrededor de la audición, tenía compañeros que leían mucho y él solía reunirse con ellos para estudiar, les explicaba su situación y comprendían generosamente su problema.
A medida que avanzaba en la universidad, su padre le compró dispositivos tecnológicos, uno de ellos era una especie de escritorio con una pantalla que se podía ampliar hasta 72 veces y cambiar el contraste de colores. Encontraba más cómodo leer con un fondo negro y letras amarillas, ya que su ojo capta mejor esos colores, es así cómo utilizaba las nuevas tecnologías para facilitar su aprendizaje, pues contrario a como sucede en la mayoría de estos casos, Roberto no lee braille.
Una de sus experiencias más impactantes fue mientras estaba en la universidad, aún no tenía claro cuál era su diagnóstico o condición, una hermana suya que vive en Estados Unidos le ofreció pagarle una cirugía láser. Comenzó a imaginarse manejando y haciendo cosas sin necesidad de ayuda, pero cuando los médicos realizaron las valoraciones le informaron que no había una solución para corregir el daño, ya que la ciencia aún no había avanzado lo suficiente para ofrecer una solución completa, recibir esa noticia le dejó una herida emocional.
Entró a la carrera de Psicología en la Universidad Católica de Honduras, donde descubrió su vocación y se graduó durante el año 2011 como licenciado.
Después cursó virtualmente una maestría en Psicología Infantil en el Instituto Técnico de Estudios Aplicados de Málaga, España, y obtuvo dos maestrías más en la Universidad Católica de Honduras: una en Psicología Clínica Familiar y otra en Psicología Educativa, además de haber concluido recién su formación en Logopedia, es una disciplina dinámica y en continuo desarrollo que engloba la investigación, diagnóstico, evaluación, tratamiento y prevención de los trastornos de la comunicación humana y funciones asociadas. Actualmente está terminando su quinta maestría en Autismo e Intervención Psicoeducativa, sin descartar la posibilidad de una sexta.
Superación
Recuerdo haberle preguntado cómo se había adaptado a la vida sin poder mirar, me observó directamente, como si mi pregunta hubiese tocado una fibra muy íntima.
Los principales desafíos de su vida incluyen las conductas adaptativas en su día a día, como leer o tener organizadas las pastillas que debe tomar, enfrenta dificultades para moverse durante la noche y no puede conducir vehículo, ya que hacerlo representaría un grave riesgo tanto para él como para los demás.
Antes de casarse usaba taxis de confianza para transportarse, ahora su esposa se encarga de trasladarlo, y si ella no puede, se mueve igualmente en carros privados o con la ayuda de familiares, incluso sus padres, en su momento, le brindaron mucho apoyo para movilizarse. A pesar de esto encontró oportunidades, pues su déficit sensorial no afecta su capacidad intelectual o su cerebro, todo está intacto.
Hubo un momento cuando imaginé lo que representó para durante muchos años, sus días y sus noches en silencio, preguntándose qué sería de su vida, pero luego vino un punto de inflexión: la aceptación. Su reflexión me dejó en silencio por unos segundos, no porque no supiera qué preguntar, sino porque acababa de presenciar una verdad simple y poderosa: la vida de Roberto no está definida por lo que ha perdido, sino por lo que ha ganado a través de su lucha.
A lo largo de su vida, Roberto ha aprendido a adaptarse, la tecnología ha sido su gran aliada, desde aparatos que amplían textos hasta motores de voz que le permiten escribir y leer documentos.
“Los motores de voz vinieron a resolverme muchísimo la vida, porque si quiero escribir un mensaje, el celular me va diciendo qué tecla estoy palpando, me lo va dictando y al final solo verifico que escribí bien. Me sé todos los comandos, igual cuando leo automáticamente documentos en PDF”, explicó.
Roberto es también un esposo y padre devoto, aunque admite que hay cosas que se le dificultan, como cambiar pañales o manejarse sobre sitios ajenos a su memoria. Al principio, cambiar un pañal le resultaba complicado y le daba temor, pero cuando lo entendió a nivel táctil se dio cuenta de que no era complejo.
En casa es más sencillo para él, conoce su hogar de memoria y entrena sus sentidos para moverse con las luces apagadas, solo extiende las manos para evitar lesiones. Como padre, aunque desea ayudar, hay cosas que se le dificultan, pero hace lo mejor que puede.
Su visión es limitada, pero nunca ha dejado de admirar a los seres que más ama, especialmente a su hijo Máximo Laínez (2). Roberto puede distinguir claramente entre el día y la noche, tiene una aguda habilidad para identificar el dinero, frecuentemente cuenta con el apoyo de su esposa e hijo. Ellos lo acompañan con lealtad a lugares que le resultan desconocidos, brindándole guía y asegurando su bienestar en cada paso.
“Sé que no puedo decir que voy a conducir y pasar por ustedes (esposa e hijo )”, como suelen hacer otros padres. A modo de ejemplo contó una anécdota reciente: “Le dije a mi esposa que iba a pasar por mi hijo, fui con un taxista de confianza y le pedí que bajara el vidrio para usar mi oído, ya que no la conocía, entonces esperé escuchar los gritos de los niños y así detectar la ubicación de la guardería”, manifestó con una mezcla de ternura y pragmatismo.
En la calle utiliza un bastón para prevenir tropiezos, lo que también hace que algunas personas lo miren con respeto y reduzcan la velocidad. Relató que durante el pasado solía tropezar con la gente y no siempre veía a alguien sobre el suelo, por lo que se disculpaba reiteradamente. A veces recibía gritos de personas que no entendían su situación, pero comprendía que no sabían lo que estaba pasando.
El aprendizaje del tacto le ha ayudado mucho también tanto en la práctica de karate como en baile, especialmente en el ritmo salsa, una de sus grandes pasiones fuera de lo laboral y profesional.
Entre las cosas que más extraña están las actividades que solía realizar con facilidad en el pasado. Ahora le resulta prácticamente imposible leer un libro físico, a diferencia cuando era pequeño, ya que las letras no las identifica claramente, tampoco firmar autógrafos o escribir, pues tiene problemas para medir la distancia y otros detalles; sin embargo, puede leer y escribir con buena ortografía y gramática.
De igual manera, tiene complicaciones para llevar a cabo ciertas actividades que antes hacía con mayor facilidad, pero sí puede hacer algo tan sencillo como bañarse y vestirse, ha logrado mantener su autonomía en muchas de ellas. Su esposa le brinda apoyo únicamente para verificar combinaciones de vestimenta y asegurar que todo esté en orden.
Confianza
En el ámbito de su trabajo no ha enfrentado dificultades significativas, pues usa dispositivos tecnológicos con adaptaciones. “Lógicamente hay retos como aplicar pruebas psicométricas, pero he capacitado a mi personal sobre cómo hacerlas y luego las interpreto, porque al final quien tiene el conocimiento soy yo”, comentó.
“La limitación está en la mente, no esta en el órgano afectado, y no es engañarme con esto, acepto mi problema y limitaciones. Cuando me gradué de la universidad y a medida avanzaba me pude dar cuenta cómo me sentía de bien, supe que puedo enseñar, aprender, tener un grado de competición, seguir estudiando y tener una vida normal de familia”, mencionó.
Cuando se le preguntó sobre qué le diría al niño que fue cuando descubrió que no podía mirar, respondió: ”Al niño Roberto le diría que no se victimice, que no se eche a llorar, que busque potenciar sus otras habilidades. Por ejemplo, sé tocar guitarra y estoy capacitándome, con ayuda de mi esposa, en manejo de armas de karate, con ella somos un gran equipo”, expresó con una chispa de orgullo en su voz.
Aunque pueda parecer utópico, el mejor regalo que le ha dado el no ser vidente es una red de amigos sinceros, son pocos, pero los que tiene son los mejores. También continúa contando con el apoyo de su familia y ha logrado abrirse puertas en muchos espacios.
En medio de las dificultades y momentos de vulnerabilidad, Roberto mantiene una perspectiva positiva. “A veces pienso cómo sería si pudiera ver, no tener que esperar un taxi y simplemente tomar mi carro y salir, o no depender de nadie para hacer las cosas por mi cuenta. Luego vuelvo a la realidad y me adapto, allí está la clave”, apuntó con una determinación inquebrantable.
“En algunos casos no es pesimismo, sino más bien frustración, pero trato de no enfocarme en qué no puedo hacer. Hace no mucho me acredité en una capactación de autismo y pensé que me iba a costar ser parte porque se requiere la vista, pero mi tutora me recomendó que aprendiera las actividades de memoria y las realizara, que tuviera una grabadora y que otra persona me ayudase”, dijo.
Durante los últimos años se ha dedicado a escribir fantasía, especialmente sobre heroísmo, inventa historias con héroes que tienen habilidades y enfrentan retos, que de alguna manera logran superar. Tiene un libro publicado llamado Poesía ética para tu vida, que se puede encontrar en Amazon o pidiéndolo directamente a él. Su proceso de escritura y edición se realiza en computadora y su inspiración surge de su imaginación.
Puro y verdadero
El amor y el apoyo de su esposa han sido fundamentales. “Mi esposa y yo nos llevamos muy bien, ella tiene una mayor responsabilidad porque debe cuidar al bebé, me apoya tanto profesionalmente como en nuestra vida diaria. Está atenta a cualquier cosa que esté fuera de lugar y si no hay energía o hay oscuridad, me avisa cuando es necesario. Trato de apoyar en lo que puedo, por ejemplo, si hacemos limpieza, ayudo a barrer, pero ella debe verificar el trabajo, ya que no puedo mirar el polvo”, expuso con gratitud.
“Gracias a Dios he podido mirar bien a mi esposa y guardar su imagen en mi mente, tengo la imagen de ella. También, así de cerquita he mirado las fotos y cara de mi hijo, he observado sus rasgos, su sonrisa y sé que es guapetón”, destacó este gran padre.
“Ella estaba consciente desde un principio de mi problema, y cuando me enviaba fotografías, yo aumentaba de tamaño para mirarla, ahora, si quiero mirar con claridad, tengo que estar a centímetros”, sonrió, con una afirmación que reflejaba profundamente su experiencia.
Se le preguntó si pudiera mirar por un día, qué es lo primero que le gustará hacer, a lo que respondió: “Lo primero que haría sería contemplar a mi familia, a mi hijo y esposa, luego conducir un carro y viajar”.
Esa complicidad con su pareja, ese amor incondicional que va más allá de las palabras, era palpable en cada uno de sus gestos.
Roberto y su esposa esperan con optimismo el acceso a una nueva herramienta tecnológica: unos lentes inteligentes que prometen transformar su vida. Estos están diseñados para potenciar sus habilidades, mejorar su movilidad, ofrecer una visión más clara y nítida, y durante las noches facilitarán la identificación de objetos y personas en su entorno, brindándole una mayor independencia y seguridad.
En el calor de la entrevista, el sonido de pasos se acercó a la sala, a unos metros de la recepción, Roberto, con su agudo oído, reconoció de inmediato la presencia de su esposa Wendy Domínguez y su hijo. A pesar de que ni mi compañero de fotografía ni yo los habíamos escuchado llegar, él ya sabía que estaban allí.
Wendy entró, con la serenidad que caracteriza a quienes están en su elemento, y colocó la bata blanca con la insignia del hospital sobre Roberto, observándolo con una atención amorosa.
“Después de conocerlo me di cuenta de que él tiene capacidades diferentes a las nuestras, pero también me supera en muchos aspectos”, comenzó expresando Wendy, mientras sus ojos brillaban con admiración.
“Es un intelectual, alguien de quien aprendo y con quien crezco. Recuerdo que todo comenzó en la academia de baile, cuando nos conocimos sentí algo extraño, pero no entendía qué era, solo sabía que era alguien diferente”, rememoró con nostalgia.
“Luego empecé a observarlo más de cerca, un día lo miré ir a tomar agua sin ninguna ayuda y me sorprendió tanto que, en ese momento, dudé de lo que me habían contado sobre su visión. Nos entendimos bien desde el principio y, con el tiempo, nuestras conversaciones en redes sociales se hicieron más frecuentes. En una de nuestras reuniones llevaba un perfume muy rico que, según me di cuenta después, captó mucho de su atención, mi aroma le gustó”, recordó Wendy, con una sonrisa y una chispa de emoción en sus palabras.
En ese momento, la conexión entre ellos era palpable y ahora atesoran cada recuerdo compartido. Se conocen desde antes del año 2020 y llevan dos años de matrimonio.
Cuando la entrevista llegó a su fin, Roberto me estrechó la mano con una firmeza que interpreto como un gracias por haberlo escuchado. Sentí que más allá de un simple gesto de cortesía, había en sus palabras un agradecimiento genuino por permitirle contar su historia al mundo.
¿Cómo es posible que alguien que no puede mirar el mundo lo entienda mejor que nosotros? La historia de Roberto me había desarmado y, al mismo tiempo, me había armado de una nueva perspectiva.
Mientras me alejaba del consultorio, el sonido de mis pasos resonaba en el pasillo vacío. Pensé en las palabras de Roberto, en su capacidad para transformar la oscuridad en una fuerza de vida, en luz...Comprendí que, a veces, la verdadera visión no necesita ojos.
En una dedicatoria final, Roberto quiso compartir estas sorpresivas letras, íntegramente, para su esposa y e hijo: