Myanmar, capital mundial del crimen
Myanmar es hoy el mayor nexo del crimen organizado en el planeta, afirma el Índice Global de Crimen Organizado.
Foto: The New York Times
Una granja de amapola real en el Estado de Shan, Myanmar. El caótico País, atrapado en una brutal guerra civil, se ha convertido en un imán para el crimen transnacional. (Adam Ferguson para The New York Times)
Por: Callie Holtermann/The New York Times
Los campos de flores se extienden desde la aldea de montaña por casi todas las carreteras —mosaicos de blanco, rosa y morado.
La belleza de este rincón del Estado de Shan, en el noreste de Myanmar, podría parecer un respiro de la brutal guerra civil del País. En lugar de ello, las flores son un síntoma: en estos campos todo es amapola real, y Myanmar vuelve a ser el mayor exportador mundial de la materia prima para elaborar heroína y otros opiáceos. Y eso es sólo el comienzo.
Desde que cayó en un conflicto civil hecho y derecho hace casi cuatro años, después de que los militares depusieron al Gobierno electo, Myanmar ha consolidado su estatus como foco de delincuencia transnacional. Es un patio de recreo para señores de la guerra, traficantes de armas, traficantes de personas, cazadores furtivos y sindicatos de drogas.
Myanmar es hoy el mayor nexo del crimen organizado en el planeta, afirma el Índice Global de Crimen Organizado.
La criminalidad que florece en el suelo fértil de Myanmar tiene consecuencias desastrosas para sus 55 millones de habitantes. También está esparciendo los frutos de la transgresión por todo el mundo. Con más de la mitad del País en guerra tras el golpe militar de febrero del 2021 que depuso la autoridad civil de Daw Aung San Suu Kyi, Myanmar está acumulando superlativos dudosos.
Actualmente es el mayor productor de opio del mundo y uno de los mayores fabricantes de drogas sintéticas, incluyendo la metanfetamina, la ketamina y el fentanilo. Elaboradas con químicos precursores procedentes de las vecinas China e India, las tabletas fabricadas en Myanmar alimentan hábitos tan lejanos como en Australia. Con las fábricas a toda marcha y la aplicación de la ley internacional rebasada, los precios callejeros de estas drogas son alarmantemente baratos.
Myanmar no es sólo un narcoestado. También se cree que es el mayor exportador mundial de ciertos elementos pesados de tierras raras que impulsan la energía limpia en todo el mundo. En los campos de batalla convertidos en páramos tóxicos, los trabajadores excavan en minas ilegales y luego envían las tierras raras a China vía antiguas rutas de contrabando. La nación del sudeste asiático también alberga el mejor jade y rubí del planeta, gran parte de ellos extraídos por jóvenes adictos a las mismas drogas que inundan el mercado mundial. Los cazadores furtivos recorren los bosques de Myanmar en busca de fauna en peligro de extinción y madera, a menudo con destino a China.
La guerra en Myanmar está ampliando el alcance de los sindicatos criminales chinos, que operan con impunidad. Las armas chinas fluyen tanto a la junta gobernante como a las fuerzas de resistencia que la combaten.
En las zonas fronterizas de Myanmar, las redes criminales que unen a los capos chinos con los señores de la guerra étnicos están secuestrando a personas de todo el mundo para trabajar en fábricas que estafan a la gente en línea. Las organizaciones policiales internacionales dicen que este fraude en línea ha estafado miles de millones de dólares a jubilados y corazones solitarios en Estados Unidos, China, Europa y más allá.
El Ejército de Myanmar y las milicias étnicas que se han alineado con él son, por mucho, los mayores impulsores de la economía ilícita. Desde el golpe, las sanciones internacionales impuestas debido al terrible historial de derechos humanos del Ejército han reducido las ganancias de la junta. Pero quienes luchan del lado de la democracia y la autonomía regional también saben que las ganancias ilegales son la forma más fácil de alimentar su maquinaria de guerra.
En las colinas Shan de Myanmar, la amapola real se llama “flor de la paz”. El nombre es una ironía: no ha habido paz en el Estado de Shan durante décadas. Más de una docena de grupos guerrilleros han luchado contra el Ejército de Myanmar, y entre sí, por el dominio de la tierra y el tráfico de drogas.
Durante años, los campesinos cultivaron sus amapolas lejos de las autoridades que, a veces a punta de pistola, imponían impuestos, exigían parte de la cosecha o incluso destruían sus campos. Hoy los campesinos cultivan abiertamente la amapola real y cosechan la resina de opio sin temor a ser atrapados.
“Ahora no hay Gobierno ni Ejército, así que no tenemos que escondernos”, dijo Daw Hla Win, cuando regresaba de cuidar sus amapolas. “Es el mejor momento en la historia para el opio”.
Antes del golpe, funcionarios y extranjeros intentaron convencer a los cultivadores de opio que cultivaran sustitutos, como aguacate, café y maíz. Pero los campesinos empobrecidos de estas colinas aisladas dicen que había poco mercado para esos cultivos. Además, el opio era más lucrativo.
Fabricación de drogas sintéticas
La Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (UNODC) estima que el año pasado se exportaron desde Myanmar hasta 1.2 mil millones de dólares en heroína, principalmente procedente del opio del Estado de Shan. Muchos de los campesinos son aparceros desplazados por los combates y ganan sólo 2 dólares al día. “Tengo que sobrevivir”, dijo Ko Pa Lae.
Hace un año, una ofensiva de resistencia expulsó a los militares de decenas de poblados, colocando estos campos de opio bajo el mandato de un grupo étnico armado que forma parte de la fuerza antigubernamental. El Ejército de Myanmar —que aterroriza a la población civil con ataques aéreos y con drones— y sus milicias asociadas están comprando la mayor parte del opio que se cultiva aquí, dicen los lugareños.
“Vendemos a cualquiera que tenga dinero para pagarnos”, dijo Ko Myo Lay, un cultivador de opio. “No pregunto quiénes son”.
La fabricación de drogas sintéticas en Myanmar antecede al golpe y la consiguiente guerra civil. Los señores de la guerra en ciertas regiones autoadministradas del Estado de Shan tienen mucho supervisando las economías de las drogas, y los militares y sus apoderados se quedan con parte de las ganancias.
La intensidad de los talleres que producen drogas sintéticas ha alcanzado un nuevo nivel desde la toma del Ejército en Myanmar, dicen los expertos. Grupos armados en el Estado de Shan han comenzado a producir nuevas drogas de club, como paletas hechas con un coctel que incluye ketamina, MDMA y metanfetamina. Drogas sintéticas salen a raudales del Estado de Shan hacia Laos y Tailandia, reconstituyendo el tristemente célebre Triángulo Dorado. Son contrabandeadas a Bangladesh e India por rebeldes étnicos que luchan contra la junta y hacen negocios con ella.
Tres meses antes del golpe militar, los bosques de pinos alrededor de Pangwa en el Estado de Kachin, en el norte de Myanmar, tenían 15 minas de tierras raras. Tres meses después del golpe, eran cinco veces más.
El año pasado, se creía que Myanmar era el mayor exportador mundial de ciertas tierras raras pesadas, incluyendo disprosio y terbio, utilizados en artículos como vehículos eléctricos y turbinas eólicas.
En octubre, el Ejército de Independencia de Kachin, parte de la alianza rebelde que busca derrocar al Ejército, capturó Pangwa. Las fuerzas antijunta controlan ahora la frontera entre China y Kachin, a través de la cual se contrabandean tierras raras, madera y jade.
Los residentes de Pangwa dijeron que durante algunas semanas después de la victoria de los rebeldes cesó la minería de tierras raras y los trabajadores chinos regresaron a sus hogares.
Pero a finales del 2024, los rebeldes y los empresarios chinos habían llegado a un acuerdo y ya se había reanudado parte de la actividad minera. Las tierras raras de Myanmar están ingresando nuevamente a la cadena de suministro global para impulsar la revolución verde.
“Ahora no hay Gobierno ni Ejército, así que no tenemos que escondernos. Es el mejor momento para el opio”.
©The New York Times Company 2025