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The New York Times

Descubren un mundo de “esclavitud y torturas” disfrazado de atractivas ofertas laborales

Miles de personas son traficadas y acaban siendo explotadas y torturadas bajo organizaciones criminales en el Sudeste Asiático.

Foto: Adriana Loureiro Fernandez para The New York Times

Lu, vendido a una pandilla china, lo llamó “una forma de esclavitud moderna”.

jue 28 de diciembre de 2023

Por Isabelle Qian/ The New York Times

Le habían prometido un salario generoso. Un mejor equilibrio entre la vida personal y laboral. Una oportunidad de vivir en la vibrante metrópolis de Bangkok. Su fluidez en inglés le serviría como traductor para una empresa de comercio electrónico, había dicho el reclutador.

Más que nada, Neo Lu, un oficinista chino de 28 años, creía que el empleo sería el nuevo comienzo que necesitaba para ahorrar dinero para su sueño de emigrar a Occidente. Así que en junio del 2022, se despidió, voló a Tailandia y se dirigió a su nuevo puesto.

Pero al llegar tuvo la sensación de que algo andaba mal. En lugar de un edificio de oficinas en una ciudad, Lu había sido abandonado en lo que parecía un campo de trabajo construido en una zona de jungla y campos lodosos.

Adentro del complejo había edificios con puertas y ventanas con rejas. Dos hombres vestidos en ropa de camuflaje y con rifles custodiaban la entrada. Altos muros y vallas coronadas con alambre de púas rodeaban el complejo, claramente destinados a mantener a raya no sólo a los forasteros, sino también a evitar la salida de los de adentro.

Como Lu se dio cuenta rápidamente, en realidad no había ningún trabajo de traducción. Tampoco ninguna empresa de comercio electrónico. Todo había sido parte de un engaño, que comenzó con una publicación en un foro de empleo chino, perfeccionado por traficantes de personas para que gente como él viajara a Tailandia.

Los traficantes habían cruzado a Lu por la porosa frontera de Tailandia y lo habían introducido clandestinamente, sin su conocimiento, a un rincón remoto de Myanmar. Allí lo entregaron a una banda china.

Así fue como se convirtió en uno de los cientos de miles de personas que han sido traficadas en lo que un grupo de investigación ha llamado un “cáncer criminal” de explotación, violencia y fraude que se ha arraigado en el Sudeste Asiático.

Lu habló con The New York Times con la condición de que no se utilizara su nombre completo, por temor a represalias de los criminales. El Times verificó los detalles de su viaje, cautiverio y rescate entrevistando a sus padres y dos amigos, así como revisando mensajes de texto, copias de documentos de viaje y cartas emitidas por las autoridades chinas. Su relato coincide con el de muchos otros que han sido rescatados de esos campos. En conjunto, su experiencia y el material que pudo sacar de contrabando ofrecen una rara ventana al funcionamiento interno y las tácticas de un inframundo que opera a una escala impresionante.

Desde bases en Camboya, Laos y Myanmar, las pandillas obligan a sus cautivos a llevar a cabo complicadas estafas en línea que explotan a las personas solitarias y vulnerables en todo el mundo. Por lo general, estos engaños involucran el uso de identidades falsas en línea para atraer a las personas a relaciones románticas ficticias y luego engañarlas para que entreguen grandes sumas de dinero en esquemas falsos de criptomonedas.

Muchas de las personas que han sido secuestradas y obligadas a trabajar para las pandillas son chinas, porque los grupos inicialmente se centraron en robar a la gente en China. Pero los objetivos de las pandillas se han ampliado. En Estados Unidos, el FBI informó que en el 2022, estadounidenses perdieron más de 2 mil millones de dólares en estas y otras estafas de inversión. Cada vez más, personas de India, Filipinas y más de una docena de otros países también han sido traficadas para trabajar para bandas estafadoras, lo que llevó a la Interpol a declarar la tendencia como una amenaza a la seguridad global.

Los cautivos que desobedecen son golpeados. Una vez que empiezan a trabajar, a menudo se hace creer a las víctimas que enfrentarían penas de cárcel si regresaran a sus países. Las pandillas a menudo les quitan los pasaportes y dejan que sus visas caduquen, lo que crea complicaciones de inmigración.

La operación que retuvo a Lu pagaba a los trabajadores una pequeña porción de las ganancias para gastar en comida, juegos de azar, drogas y sexo que servían como distracción de las condiciones de explotación laboral.

Lu dijo que sus captores lo pusieron a trabajar como contador y que durante meses rastreó millones de dólares en ingresos ilícitos y administró sus gastos diarios. Mientras estaba dentro del campamento, Lu se puso en contacto con The New York Times. Envió cientos de páginas de registros financieros, fotografías y videos del sitio, con la esperanza de exponer la operación en algún momento. También envió una captura de pantalla que se aproximaba a su ubicación. El Times geolocalizó un conocido complejo de estafas llamado Zona Dongmei por las fotografías que tomó Lu. Luego, silencio.

Myawaddy, en el sureste de Myanmar, donde se ubica la Zona Dongmei, ofrece la base perfecta para grupos estafadores. Gobiernan con virtual impunidad, respaldados por grupos armados étnicos locales a los que pagan por seguridad. Una vez que personas como Lu han sido llevadas a Myanmar, quedan aisladas de sus familiares y amigos, en una región en su mayor parte fuera del alcance de los extranjeros y lejos del alcance de la policía.

En cierto modo, Dongmei le recordaba a Lu una fábrica china. Los trabajadores tenían acceso a una cafetería, un restaurante chino, un pequeño casino llamado Golden Horse y un bar de karaoke. Pero estaba claramente organizado en torno a actividades ilícitas. Se podían comprar metanfetamina y otras drogas en la sala de juegos y en el bar de karaoke, dijo Lu, y un edificio era un burdel. Los guardias en las torres de vigilancia y en las rejas impedían que los trabajadores escaparan.

El jefe de la organización era un hombre chino de mediana edad con ojos saltones llamado Xi Ge. Lu dijo que Xi Ge dirigía una operación de unas 70 personas, la mayoría de las cuales eran ciudadanos chinos atrapados. A Lu le dijeron que Xi Ge había pagado 30 mil dólares por él.

Debido a que sus objetivos estaban principalmente en China, el grupo adelantó todos los relojes una hora y media, para ajustarse a la hora de Beijing. El trabajo comenzaba a las 10:30 horas y finalizaba a medianoche, con tres descansos de sólo media hora cada uno. Los trabajadores sólo tenían un día libre al mes. Estaban bajo estrecha vigilancia, creando perfiles que parecían auténticos en WeChat, una popular app de chat china, con datos comprados al por mayor en línea.

Durante su primera semana allí, Lu usó un teléfono del trabajo para comunicarse con un amigo en Telegram, la aplicación de mensajería. Al día siguiente, los gerentes lo confrontaron y lo amenazaron con golpearlo o venderlo a otro complejo del que se rumoraba que se extraían órganos. Lu suplicó que lo liberaran. Xi Ge finalmente le presentó tres opciones: pagar un rescate de 30 mil dólares, trabajar como un estafador como todos los demás o poner en práctica sus habilidades y ayudar con la contabilidad. Después de seis meses, dijo, la pandilla consideraría liberarlo. Optó por la última opción.

Después de casi seis meses, Lu se había ganado la confianza de sus captores. Se puso en contacto con su familia y amigos y les dijo que había sido secuestrado. Tomó fotografías del complejo y filmó videoclips dentro de la oficina principal. Subió todo a una cuenta de correo electrónico codificada. Luego envió el material, junto con los registros financieros y una lista de los nombres de las víctimas, a The Times. A principios del 2023, Lu le rogó a Xi Ge que cumpliera su promesa de liberarlo. En cambio, lo esposaron a una litera y lo soltaban sólo para comer e ir al baño.

Les dijo a sus captores que se había puesto en contacto con los medios de comunicación. “Traté de hacerles entender que me había acorralado a ellos y a mí mismo”, dijo. Un hombre que conocía como Ah Hong golpeó a Lu y le aplicó toques eléctricos. Ah Hong le dijo que sería castigado hasta que dejara de pedir ser liberado. Lu se negó y dijo que su familia pagaría un rescate.

La pandilla exigió 500 mil yuanes chinos, o alrededor de 70 mil dólares. Para los padres de Lu, que operaban una pequeña empresa, esta no era una suma pequeña. Los padres de Lu denunciaron el secuestro a la policía y buscaron ayuda en las embajadas y asociaciones empresariales chinas. La policía de su provincia natal, Zhejiang, les presentó a un hombre apodado Dragón y les dijo que había rescatado a más de 200 ciudadanos chinos de complejos fraudulentos en el sudeste asiático.

Dragón dijo que los captores de Lu continuarían enviándoles imágenes y videos espantosos. Sin embargo, si pagaban el rescate, la extorsión nunca terminaría. En cambio, dijo, deberían parecer cooperativos.

Una semana después de que recibieron los videos de rescate, Dragón dijo a los padres de Lu que un poderoso amigo suyo, un hombre de negocios chino con conexiones con la milicia armada local, había hecho un viaje a Dongmei y confirmó que Lu estaba allí. Dragón dijo que su amigo podría sacar a Lu en dos días.

Dragón corroboró la línea de tiempo y describió el rescate en términos generales. Dijo que el empresario volvió a Dongmei el 23 de enero, esta vez flanqueado por un general y soldados de las Fuerzas de la Guardia Fronteriza, un grupo armado local alineado con la junta que gobierna Myanmar. Preguntó por Lu.

Cuando la madre de Lu vio a su hijo, una oleada de alivio la invadió. Aunque la familia había evitado pagar un rescate, la madre dijo que había enviado alrededor de 37 mil dólares a Dragon, dinero que, según él, iría a parar a su socio y al General.

Al día siguiente, Lu acudió a la policía china, entregó todos los materiales que había recogido y ofreció explicaciones detalladas de la operación.

En los últimos meses, las autoridades chinas han estado trabajando con funcionarios del Sudeste Asiático para arrestar y deportar a China a miles de personas acusadas de trabajar en grupos estafadores, pero los expertos creen que muchas organizaciones simplemente se han reubicado.

Lu ha hablado con los medios chinos y ha sido consultor sobre un proyecto cinematográfico, y planea escribir unas memorias.

.“Estas pandillas chinas están propagando una forma de esclavitud moderna”, afirmó Lu. “Quiero que todo el mundo sepa”.

© The New York Times Company