Pueden algunos amigos ser más peligrosos que los enemigos
Es más molesto que te decepcionen algunas veces las personas que te caen bien, a que te decepcionen todo el tiempo personas que te desagradan.
Foto: Damon Winter/The New York Times
Durante los años de Trump, existía la sensación de que los estadounidenses tenían que estar gritando todo el tiempo, fracturando familias en el proceso
Han pasado dos décadas, pero todavía siento nervios cuando pienso en una antigua jefe. Un día me nominó para un premio por servicio a la organización. Luego me amenazó con despedirme por plantear una preocupación sobre el maltrato a un colega. “Si alguna vez vuelves a hablar fuera de lugar, haré que te despidan”, dijo. Tuve cuidado con lo que decía en su presencia hasta el día en que renunció.
A menudo pensamos en las relaciones en un espectro de positivo a negativo. Gravitamos hacia miembros de la familia amorosos, compañeros de clase cariñosos y mentores que brindan apoyo. Hacemos todo lo posible para evitar al tío cruel, al bully del patio de recreo y al jefe idiota.
Pero las relaciones más tóxicas no son las puramente negativas. Son los que son una mezcla de lo positivo y lo negativo —presuntos amigos que a veces te ayudan, y a veces te lastiman. Pero no son sólo amigos. Son los suegros que se ofrecen a cuidar a tus hijos, pero menosprecian tu forma de criarlos. El gerente que elogia tu trabajo, pero te niega un ascenso.
Todo el mundo sabe cómo relaciones como esas te pueden hacer hervir la sangre. Pero investigación realizada por los psicólogos Bert Uchino y Julianne Holt-Lunstad muestra que las relaciones ambivalentes pueden ser perjudiciales para la salud. Un estudio encontró que los adultos tenían una presión arterial más alta después de interactuar con personas que evocaban sentimientos encontrados que con aquellos que provocaban sentimientos negativos.
Yo había asumido que en el caso de un vecino o un colega, tener algunas interacciones positivas era mejor que todas las interacciones negativas. Pero ser animado por la misma persona que te da la zancadilla no amortigua los malos sentimientos; los amplifica. Incluso una sola interacción ambivalente puede cobrar factura. En un experimento, las personas dieron discursos improvisados sobre temas controvertidos frente a un amigo que ofreció retroalimentación.
Sin que los participantes lo supieran, los investigadores habían asignado al azar al amigo para que hiciera comentarios ambivalentes o negativos. Recibir comentarios mixtos provocó una presión arterial más alta que las críticas puras. “Yo hubiera abordado el tema de otra manera, pero lo estás haciendo bien” resultó ser más angustioso que “Estoy totalmente en desacuerdo con todo lo que has dicho”.
La evidencia de que las relaciones ambivalentes pueden hacernos daño es fuerte, pero las razones pueden ser más difíciles de leer. La razón más intuitiva es que las relaciones ambivalentes son impredecibles. Con un enemigo claro, levantas un escudo cuando cruzas camino con él o ella. Con unos supuestos amigos, nunca sabes si va a aparecer el Dr. Jekyll o el Sr. Hyde. La ambivalencia provoca un cortocircuito en el sistema nervioso parasimpático y activa una respuesta de lucha o huida. Es desconcertante tener esperanzas de un abrazo mientras te preparas para una pelea.
Otro factor es que las interacciones desagradables son más dolorosas en una relación ambivalente. Es más molesto que te decepcionen algunas veces las personas que te caen bien, a que te decepcionen todo el tiempo personas que te desagradan. Cuando alguien te apuñala por la espalda, duele más si ha sido amable contigo de frente.
Finalmente, la ambivalencia es una invitación a la rumiación. Los comentarios ambiguos nos causan angustia, al no saber cómo tomarlos y si se puede confiar en las personas que los hacen. Les damos vueltas a nuestros sentimientos encontrados, divididos entre evitar a esas personas y mantener la esperanza de que cambien.
Aunque estas son las personas que más nos lastiman, somos mucho más lentos para darles la espalda que a los enemigos. En nuestras vidas, tenemos más o menos la misma cantidad de relaciones ambivalentes como conexiones de apoyo. Y no parece que mejoremos con la edad en manejarlas.
Al principio de mi trayectoria, invertí una gran cantidad de energía en ser mentor de un estudiante. Pensé que era una relación positiva, pero eligió a un asesor diferente. Cuando pedí retroalimentación, me enteré de que ella veía la relación desde otra óptica. Por un lado, agradecía mis respuestas rápidas y mi orientación clara. Por otro lado, mis respuestas eran demasiado directivas: estaba silenciando su voz y no dejando lugar para sus ideas. Lo que pensé era apoyo en realidad estaba socavando su autonomía.
Es muy raro que intercambiemos este tipo de retroalimentación. A veces terminamos evitando a las personas que nos estresan así. No siempre es una decisión deliberada; postergamos las respuestas y posponemos las comidas hasta que la relación se desvanece. Otras veces, simplemente los toleramos como son.
Una relación en la que no puedes ser sincero no es una relación en absoluto. La investigación muestra que tendemos a subestimar lo abiertas que son las personas a las sugerencias constructivas. La retroalimentación no siempre conduce al cambio, pero el cambio no ocurre sin retroalimentación. El objetivo es ser lo más sincero posible en lo que dice y lo más cuidadoso posible en cómo lo dice.
He visto a personas tratar de abordar la ambivalencia al declarar: “Esta relación no es saludable para mí”. Eso no es amable: a menudo se recibe como “Eres una mala persona” cuando la realidad es inevitablemente más complicada. Una relación ambivalente merece un mensaje más matizado y preciso: “La mezcla de bueno y malo aquí no es saludable para nosotros”.
No todas las relaciones se pueden salvar. Hace unos años, mi antigua jefa me contactó para decirme que había disfrutado uno de mis artículos. Parecía demasiado tarde para decirle lo estresante que me había resultado estar en un limbo constante, sin saber si me levantaría o me derribaría a patadas. Me pregunto si terminará leyendo sobre eso aquí —y si también recuerda nuestras interacciones con sentimientos encontrados.
Adam Grant es psicólogo organizacional en Wharton. Es autor de “Think Again” y conductor del podcast de TED “Re:Thinking”. Envíe sus comentarios a intelligence@nytimes.com.
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