Mis hijos merecen la verdad: sí, el mundo se está desmoronando
En este artículo de opinión, el periodista estadounidense Jake Halpern, comparte detalles sobre la visión del mundo de su hijo adolescente.
Foto: RAJIB DHAR/ASSOCIATED PRESS
Las guerras, el cambio climático y la polarización en varios países incrementan la tensión en la juventud.
Por: Jake Halpern/The New York Times
Mi esposa y yo tenemos un choque de culturas, lo que significa que les hablamos a nuestros hijos de manera muy diferente sobre el mundo. Yo soy el padre optimista de Estados Unidos; ella es la madre pragmática de Polonia. Es más o menos Disney vs. la Cortina de Hierro.
Mi esposa, Kasia, maneja las dificultades mejor que yo. Se siente cómoda cuando habla de lo mórbido, lo conmovedor y lo trágico. Creció del otro lado de la Cortina de Acero, en Varsovia. Allí no había mimos. Cuando estaba en primer año, su maestra la llevó a una excursión al lugar de un reciente accidente aéreo, donde ella miró los tenis carbonizados de pasajeros muertos. La lección parecía ser: cosas malas suceden y no tiene caso fingir lo contrario.
Cuando nuestros hijos eran pequeños y nos preguntaban sobre la muerte, yo patinaba, mientras Kasia explicaba: yo moriré, tu padre morirá y algún día tú morirás. Se derramaron lágrimas, pero así se explicó con precisión la muerte. Kasia perdió a su propio padre cuando sólo tenía 10 años. En ese entonces, su padre —un matemático de renombre— vivía en Francia y libraba una batalla perdida contra el cáncer. Nadie le dijo nunca del cáncer. Cuando supo que su padre había muerto, la noticia fue un completo shock. Ahora, como madre, Kasia está a favor de algo cercano a la total transparencia. Una vez me dijo: “Sólo quiero proteger a los niños de sentirse desprevenidos”.
Yo, por el contrario, disfruté de una infancia libre de tragedias en gran medida. Crecí en el resplandor de la década de 1980, yendo al mol y escuchando música en mi Walkman. Creía en los finales felices. Como padre, ofrecí a mis hijos las mismas garantías optimistas que mis propios padres me ofrecieron a mí, cuando la Guerra Fría estaba en pleno apogeo y Ronald Reagan nos aseguraba que era “de mañana en Estados Unidos”.
Claro, mis hijos me preocupaban. En Estados Unidos, existe toda una industria que atiende esas preocupaciones y ofrece infinitas soluciones: asientos para autos, tapas para enchufes eléctricos, puertas para bebés, protectores de ventanas, protectores de esquinas, cerraduras para inodoros. Cuando mis hijos eran pequeños, compré muchas de estas cosas porque me hacían sentir como si estuviera haciendo mi trabajo —como si estuviera en control. Lo curioso es que mientras más crecían mis hijos, más me daba cuenta del poco control que tenía. Mis hijos también lo sabían.
Lucian, mi hijo menor que ahora tiene 15 años, tiene una vena fatalista. Hace poco me comentó: “El mundo se está desmoronando, ¿verdad, papá?”. Su evidencia, que abundaba, incluía el cambio climático, los cortes de energía, Ucrania y Gaza. Y no parecía convencido de que ninguno de los “líderes supremos” del mundo, como los llamaba, estuviera haciendo un trabajo particularmente bueno.
“¿Cuánta fe, en general, le tienes a los adultos?”, le pregunté.
“No mucha”, respondió.
“¿Siempre te has sentido así?”, pregunté.
“No, el mundo era mejor hace 10 años”, dijo con nostalgia. “Pero nunca pensé realmente en ese tipo de cosas cuando tenía 5 años. Entonces sólo pensaba en lo que iba a comer”.
En una conversación, Lucian me dijo: “Papá, la cuestión no es ‘si’ habrá una guerra nuclear; es una cuestión de ‘cuándo’”. Me quedé sin palabras porque, a decir verdad, yo había estado avanzando hacia la misma aterradora comprensión. La única pregunta era si estaba dispuesto a ofrecerle alguna tranquilidad que ambos sabíamos que sería una mentira.
Kasia se siente mucho menos conflictiva al hablar del apocalipsis. Esto quizás se deba a que, cuando era niña, tuvo su propio roce con el Armagedón. Cuando tenía 11 años y aún vivía en Polonia, ocurrió el desastre de la planta de energía nuclear Chernobyl en 1986. Su madre y su padrastro lograron recopilar fragmentos de información y no minimizaron la gravedad de la situación. Su enfoque fue brindarles a los niños la mayor cantidad de información posible. Su objetivo, me dijeron más tarde, era “generar confianza” con sus hijos para que todos pudieran respetarse y depender unos de otros.
La verdad es que Lucian tiene razón. El mundo se está desmoronando. Ahora lo veo desde su perspectiva. Ha crecido en una época en la que Covid cerró las escuelas, los incendios forestales oscurecieron los cielos y los alborotadores irrumpieron en el Capitolio de Estados Unidos. Mi instinto de minimizar todo esto era errado. A cierto nivel, simplemente no quería admitir a mis hijos —ni a mí mismo— que era incapaz de protegerlos. En el fondo, esto era una mentira que sólo socavaría su confianza en mí.
Les estaba robando a mis hijos un sentido de urgencia, un sentido de que la situación, en gran parte del mundo, es terrible y exige su atención. Por eso he adoptado la respuesta de la Cortina de Acero: sí, el mundo está roto, por eso es necesario arreglarlo. La respuesta de Lucian a esto, por supuesto, es: nosotros no lo rompimos. Ustedes lo hicieron. Buen punto. Él también nos recuerda: si tú no puedes arreglar las cosas, ¿qué te hace pensar que yo sí pueda hacerlo? Y sólo puedo responder: Quizás no puedas, pero aún así tienes que intentarlo.
Jake Halpern es periodista y autor. Él y Michael Sloan compartieron el Premio Pulitzer 2018 por caricatura editorial por “Bienvenido al Nuevo Mundo”, una serie de 20 entregas en The New York Times. Envíe sus comentarios a intelligence@nytimes.com
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