Niños, los más afectados por drama en Guanaja

Al centro de salud del cayo Bonacca han llegado en las últimas dos semanas padres con niños que no logran dormir porque sueñan con el incendio.
En todo el municipio de Guanaja viven más de 2,000 menores de 18 años, según el censo de población del Instituto Nacional de Estadísticas (INE).

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Guanaja

Cientos de niños que escaparon del incendio que desoló gran parte del cayo Bonacca, en Guanaja, hace dos semanas, no logran dormir profundamente porque abruptamente sueñan con lenguas de fuego que los persiguen.

La conflagración ocurrida la madrugada del 2 de octubre acabó con más de un tercio de las casas de este pequeño territorio incrustado en el Caribe, dañó la salud mental de una gran parte de la población menor de 18 años (2,100) y, además, los mantiene a la deriva, deambulando entre las ruinas.

“Nos gritaron salgan, hay fuego... salimos de la casa corriendo... en la noche sueño a veces con las llamas que nos siguen”, relató Edwin Scott, un niño de 13 años, quien junto con su hermano Bled van todos los días a ver los cimientos de las paredes donde un día ellos vivieron.

En la madrugada del siniestro, abrumados por los ensordecedores gritos de los adultos y perseguidos por un calor infernal, los Scott y decenas de niños, de la mano de sus madres, dejaron las casas y abordaron una lancha para refugiarse en la isla mayor de Guanaja.

Desde las colinas de esa isla, los niños vieron las llamas “que llegaban al cielo”, dicen, y las columnas de humo que cubrieron con una nube oscura a todo el cayo Bonacca de donde salían y entraban lanchas para rescatar a los habitantes que salían a través de sus angostas calles de dos y tres metros de ancho.

“Allí dormía, en esa esquinita”, dijo Edwin, mientras su hermano corría entre los escombros y ruinas. “A otro amigo, que se llama Denzel, también se le quemó la casa... No sabemos cuándo vamos a tener otra”, dijo con dificultades porque él habla más “ingles isleño”.

Entre la destrucción, los niños corren, canta y juegan, pero no olvidan la madrugada aterradora.

La pediatra Mireya Edith Guillén, vicealcaldesa de Guanaja, le informó a periodistas de Diario LA PRENSA que “este suceso, por haber sido de un gran poder destructivo, tuvo una gran repercusión en la salud de todas las personas, en adultos y niños”.

“Vale más que no es un porcentaje alto que ha sufrido estos daños. Tengo pacientes, niños que dicen que cuando quieren dormir miran las llamas de fuego. Es algo que les impactó. Es un trauma que les ha quedado. Gracias a Dios hemos tenido el apoyo y la intervención de psicólogos de la Universidad Autónoma que ya les iniciaron sus terapias”, dijo Guillén, quien también atiende pacientes en el centro de salud del cayo.

Gabriel Philips, otro niños de 10 años, no sueña con el fuego, pero sí recuerda que las “llamas eran muy grandes”. “Tenía miedo, no queremos ver eso otra vez”, dijo cuando buscaba cobre entre los desechos de construcción que habitantes apilan en una orilla del cayo en estos días que realizan la limpieza.Padres de familia consultados por periodistas de Diario LA PRENSA coinciden en que el incendio afectó psicológicamente a los niños, principalmente, “los que salieron corriendo de Punta Caliente” en un momento de terror y confusión “por no estar preparados para una situación de este tipo”.

A este escenario de ruina llegan todos los días varios niños damnificados a buscar cobre para vender.

“Parece que muchos niños han quedado afectados. Yo tengo tres hijos (10, 13 y 18) y ellos están bien. Yo no puedo dormir. Tengo varios días de estar soñando con otro incendio. Eso no es vida. Nosotros aquí ahorita estamos intentando salir de esta situación con el esfuerzo propio y con ayuda de organizaciones”, dijo Nury Hunter (de 40 años).

Con remesas que su esposo le envió de Estados Unidos, Hunter comenzó la semana pasada a instalar puertas y ventanas en un apartamento que recién había construido para alquilar.

El incendió lo dañó parcialmente, pero la casa en la cual vivía, en Punta Caliente, quedó destruida.Hunter cree que el incendio “vino a terminar de arruinar las cosas para todos”, especialmente “para los niños que no tienen muchas oportunidades” para desarrollarse. “Aquí no tienen oportunidades para estudiar”.

En Bonacca han funcionado tres centros educativos: dos públicos (el instituto Enma Romero y la escuela Cristóbal Colón) y un privado ( la Escuela e Instituto Adventista de Guanaja) , el cual ahora es una ruina que deberán demoler.

En este cayo, durante 2021, los escolares asistieron a clases dos veces a la semana. Recibir clases “on line” no es tan factible por las dificultades económicas de los padres que les impiden comprar celulares para tener servicio de Internet y por las interrupciones del sistema eléctrico que depende de la energía térmica.

“En el cayo, las autoridades de educación decidieron solamente tomar tres períodos para promediar. Los niños ya no volverán a los centros educativos este año”, dijo la vicealcaldesa.

Ella es del criterio que de tierra firme pueden enviar zapatos, útiles escolares, uniformes y juguetes para que los niños vuelvan a clases el año próximo. “Los padres de familia, debido al incendio, no están en condiciones económicas para comprar”, dijo Guillén.

Al igual que los adultos, los niños de Bonacca deben buscar algunas llaves que han instalado en lugares públicos para que puedan bañarse.

El incendio colapsó toda la tubería de Punta Caliente y afectó el fluido para toda la población.Jesús Manueles, coordinador de emergencias de la Agencia Adventista para el Desarrollo y Recursos Asistenciales (Adra), lamenta que gran parte de los damnificados “sean menores de edad, que sufren por haber perdido los hogares”.

“Adra está aquí en Guanaja para apoyar a los adultos y niños afectados. Nosotros tenemos la lista de los damnificados. Una parte se quedó en el Cayo y otra se fue para La Ceiba, Trujillo y Roatán. A las familias les damos colchonetas, kit de higiene, raciones alimentarias. Para incentivar la economía, porque quedó destrozada, les damos un bono de L2,000 a cada una de las familias afectadas. De esta manera, ellos tienen una pequeña base económica para ayudar a sus hijos”, dijo.

En un salón céntrico que es propiedad de la Iglesi adventista, Adra ha habilitado un centro de acopio adonde entrega las donaciones y los tres tiempos de comida diarios para todos los damnificados, incluidos todos los niños.

“La primera etapa de nuestro apoyo ha consistido en ofrecer ayuda durante la emergencia. Ahora vamos a ayudar en la reconstrucción de las viviendas. Ya estamos haciendo las gestiones con los donantes. De esta manera vamos a recuperar las esperanzas de las familias, de los niños”, dijo.

Los niños, por no tener una casa donde vivir, se sienten inseguros. Ellos no saben qué hacer y extrañan las condiciones en las cuales estaban, dijeron.
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