¿Otra vez, el fin del mundo?
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Tras dos años de pandemia, y en pleno siglo XXI, el mundo se encuentra a las puertas de una tercera guerra mundial, una muestra más de la mezquindad con que muchos líderes gobiernan las naciones, sin importarles la vida de sus ciudadanos.
Como era de esperarse este conflicto ha encendido nuevamente las “alarmas apocalípticas”, entre miembros de sectas y de la Iglesia, quienes bombardeados por teorías fatalistas, malas interpretaciones o manipulaciones de la Sagrada Escritura, anuncian la llegada del “Armagedón”.
Algunos de estos “pseudo profetas” han llegado a identificar la guerra entre Rusia y Ucrania con la famosa batalla bíblica de Og y Magog, descrita en los libros de Ezequiel y el Apocalipsis.
Por eso es necesario recordar lo que nos ha dicho el Señor Jesucristo en Mt 24,6-8: “Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares.
Y todo esto será principio de dolores.” Si hemos leído con atención nos deben resonar dos cosas: “Aún no es el fin”, pero si es “el principio de dolores”. Hacer cálculos matemáticos y predecir fechas para el fin del mundo, ha sido y sigue siendo una tentación para la humanidad, que busca seguridades y certezas a que aferrarse, pues la esperanza es una apuesta no siempre fácil de hacer.
El día exacto nadie lo sabe, pero lo que si es verdad es que vivimos “tiempos de dolores”, no solo para los hermanos ucranianos, que necesitan nuestra oración, y nuestra ayuda, sino para el mundo entero. Pues mientras la esperanza invita a la responsabilidad personal y a la solidaridad, el fatalismo se reduce al “sálvese quien pueda y a la resignación”.
La Esperanza de la Iglesia se orienta a un futuro que sabemos llegará, pero a la vez se arraiga en un acontecimiento del pasado: la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
La cual se actualiza en el presente, por medio de la vida ordinaria de cada cristiano, su trabajo, sus esfuerzos, sus metas y proyectos. La plenitud de la historia no será una catástrofe que destruirá todo esto, si fuera así, únicamente quedaría cruzarnos de brazos y esperar el final.
Y es que Dios no aniquila, sino que transforma, haciendo todas las cosas nuevas, por eso vale la pena creer, amar y esperar. “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más.” (Ap. 21, 1)