Matus, compañero sacerdote

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La muerte de Jorge Matus, me tomo de sorpresa. Francisco Galdámez, amigo mutuo de toda una vida, me aviso inmediatamente que un ataque cardiaco fulminante, había terminado con la vida de un sacerdote que, más que pastor de ovejas, era un amigo fraterno, dedicado a un apostolado con el cual nos sentíamos, hermanos y compañeros en esta dura lucha que significa la existencia sobre la tierra.

Jorge Matus, había nacido en Orica, Francisco Morazán, hijo de José Matus y de Isabel Cáceres. Su apellido, parece que es de origen mejicano.

Su padre fue un disciplinado agricultor y su madre una piadosa católica que lo oriento hacia el sacerdocio. Lo conocí en 1969, en Radio Católica y me llamo la atención su cercanía y confianza, su alegría desbordante y su fuerza natural para la carcajada. Con mucha confianza, me trato de Moncho, desde el principio.

Así, me quede para toda la vida. La última vez que lo vi, mientras asistía al velatorio de Félix Valerio hijo, en la funeraria junto a la Iglesia de Loarque que fue su parroquia donde nadie lo movió, mientras daba misas en la Fuerza Aérea y en la Colonia Satélite, no me conoció.

Había poca luz. Empezó a hacer comentarios gruesos en contra de quienes andaban con guardaespaldas.

Iba acompañado de un conductor, porque por razones de seguridad de los demás, hace algunos años, no manejo.

Pero cuando llegamos a la luz de la funeraria, me identifico y con el cariño de siempre y me dijo riéndose:” y yo hablando de ti, directamente y en tu cara”. No se preocupe, le dije, lo conozco muy bien.Y es que Jorge Matus, era muy expresivo y espontaneo. De palabra fácil, hizo de la predica del evangelio, un estilo muy personal.

Mientras otros, le explican la lectura leída, como que, si uno no entendiera y lo llevan al Israel del antiguo testamento y de Jesucristo, Jorge Matus, por el contrario, traía el evangelio a la vida concreta que enfrentábamos cada uno. Iluminaba con la palabra de Dios, las caídas, las dificultades, la perdida de la humildad e incluso los enojos con la familia y los amigos, con lo que entendíamos que teníamos que seguir adelante, perdonándonos y perdonar.

Mucho antes que se “resolviera” el problema de los que se habían divorciado - ignorando lo traumático que son tales rupturas--, Matus no negaba la comunión a nadie; e incluso algunos de sus más fieles seguidores, eran compañeros que habían sobrevivido al trauma del divorcio. Cuando hablamos del tema, aclaro, “esta es la casa de Dios y, además, quien soy yo para juzgar”.

Cercano a sus feligreses, junto con Galdámez, varias veces nos invitó a comer en la casa cural. Era un agasajo culinario; pero más, un espacio de rica conversación, en donde mezclábamos anécdotas, citas bíblicas y teología. Cuando me incorpore a la Academia Hondureña de la Lengua, en el 2004, fue el único sacerdote invitado. Llego vestido de negro, celebrando lo que creía, era mi éxito mayor.

Asistí a su funeral. Estuve a punto de no comulgar por el trato que me dispenso el sacerdote; pero recordé a Matus, y acepté el regaño innecesario de un príncipe de los aleros que no quiere ser mi hermano, sino que líder y conductor.

Porque el hermano Tony Salinas, explico que la cripta donde depositarían sus restos, solo asistirían sus familiares, no estuve en el momento del encuentro con la tierra e inicio del olvido. Que, en su caso, será retardado porque muchos recordaremos su fe, la confianza en la vida eterna, que nos enseñará fraternalmente Matus, sacerdote, hermano y amigo.

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