La insensatez

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Estos últimos días, los hondureños hemos sido testigos de imágenes tristemente históricas: un expresidente de la república esposado, puesto en prisión preventiva y requerido en extradición por el Gobierno estadounidense, acusado de delitos de narcotráfico. Para gran parte de la población, este suceso significa el comienzo de la aplicación de una justicia largamente añorada; pero dice un refrán popular: “Cuando las barbas de tu vecino veas cortar pon las tuyas a remojar”. Estas escenas no pueden pasar desapercibidas para nadie en Honduras, ya seamos políticos, empresarios, religiosos, pastores o ciudadanos de a pie.

Todos formamos la sociedad en que vivimos, y todos contribuimos a su construcción o a su debacle. Nos movemos en un mundo que ha vendido el humo del “éxito”, como la gran meta de la vida, y todos somos víctimas en potencia de la absurda obsesión por el espejismo del dinero y el poder.

Y es que sentirnos subordinados con frecuencia nos provoca impotencia y frustración, y la pobreza no es para nada una opción de vida. Pero la Palabra de Dios nos hace una advertencia clara e incontrovertible: “Los que quieren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven esclavos de sus muchos deseos. Estos afanes insensatos y dañinos hunden a la gente en la ruina y en la destrucción,“ (1 Tim 6,9). La insensatez es la incapacidad para sentir, para pensar, para reflexionar en aquello que decidimos, por eso cuando actuamos desde ella terminamos haciendo daño no solo a nosotros mismos, sino a aquellos que decimos amar.

Este lamentable episodio de la historia nacional, lejos de convertirnos en jueces, debe invitarnos a recobrar un poco de la sensatez perdida, despertando la conciencia Patria y Cristiana. Y es que la miel del tener, el poder y el placer puede llegar a seducirnos a todos, haciéndonos olvidar lo realmente importante: la familia, la salud, el lugar que le otorgamos a Dios y el bien que podemos hacer al prójimo.

Esperamos que los políticos que recién estrenan su cargo, cualquiera que este sea, aprendan por contraste de la triste lección del ex presidente Hernández, porque de aquí en adelante volver a la impunidad no será tan fácil y el pueblo los está observando.

Ojalá que las familias hondureñas más allá de ser los espectadores pasivos de un vergonzoso espectáculo político se tornen protagonistas activos del auténtico cambio que necesita el país, haciendo lo que solo a la familia le toca hacer: sembrar principios, inculcar valores y educar en la fe, desde el testimonio de vida. Porque acumular tanto para tan poco es lo realmente insensato, pues en un mundo de muerte rápida y alegrías pasajeras, “Más vale tener poco, con temor del Señor, que muchas riquezas con grandes angustias.” (Prov. 15,16)