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Él es un estudiante de último año de Medicina de una de nuestras universidades. Está por terminar su año de práctica. A corto plazo deberá tomar una decisión importantísima: proseguir estudiando una especialización médica, o buscar trabajo. Tiene muchos temores, mucha incertidumbre. La situación futura no se pinta bien.
Es consciente que pronto tendrá un título que lo acreditará para atender personas enfermas para curarlas. Y en su interior tiene miedo. Sabe que no ha recibido una buena educación. Que es el producto de un sistema de educación nacional mediocre y politizado.
Que en la facultad de Medicina la calidad del conocimiento recibido no fue óptima, que la práctica clínica no fue suficiente, que los métodos de evaluación no fueron los mejores. Prácticamente todo el que se matricula se gradúa, eso no habla de un buen nivel de calidad.
En este momento de su vida quisiera que algunas cosas hubieran sido distintas. Le hubiera gustado recibir una educación básica de calidad, coherente a los tiempos actuales, y formativa en valores.
Que sus padres no fueran tan indulgentes y sobreprotectores cuando fue joven, eso lo volvió inseguro.
Que alguien le hubiera hablado claro sobre el tiempo que había que invertir para volverse productivo en la profesión. Ocho años de facultad, cuatro de especialidad, tres de subespecialidad. Que el mercado laboral ya estaba saturado en las ciudades y que no iba a ser fácil descollar. Que había demasiados médicos desempleados y que el Gobierno no podría asegurarle un trabajo porque no tenia capacidad de contratar a todos los egresados.
Que aspirar a estudiar una especialidad en el país sería muy difícil por la cantidad de aspirantes que aplican y por el método de selección utilizado. Y que salir del país al extranjero para ese propósito era sumamente costoso, fuera del alcance de la mayoría.
Que cabía la posibilidad que con un título de médico en algún momento tendría que optar a trabajar en otra actividad, dada la falta de oportunidades en las ciudades. Irse a un pueblo a ejercer no estaba en sus planes.
Le gustaría haber dedicado más tiempo a formarse mejor, no limitarse a pasar asignaturas. Le asusta fracasar, renunciar a sus sueños.
¿Qué pasó, entonces?¿De quién fue el error? ¿Será que las entidades encargadas de vigilar su formación, no se han percatado que algo está fallando con las expectativas de los nuevos médicos?
Es una triste y vieja historia. No es justo que siga sucediendo. Alguien debe hablar claro y hacerse responsable.