El maestro que tocó fondo con el alcohol: “Hice sufrir a mi esposa”
Gustavo C. junto a su esposa relata el daño que el alcoholismo provocó en su familia. A la fecha llevan 12 años viviendo felices y en paz al lado de sus dos hijos.
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“La vi llegar ese día a los juzgados sampedranos tan arreglada y hermosa. Nos sentamos frente a la jueza de familia y ahí supe que era para tramitar el divorcio, pensar que iba a perder a la mujer que amaba y a mis dos hijos me hizo reflexionar y querer buscar ayuda.
Mi nombre es Gustavo C. trabajo como maestro en varios colegios sampedranos y además soy subdirector de un centro básico. Hace 12 años mi historia era diferente; vivía una vida sumida en el alcohol. Lo que ganaba en mi trabajo era para mis bebidas y anteponía mi vicio antes que a mi familia. Por 30 años fui presa del alcohol, algo que me hizo tocar fondo.
Llegar a Alcohólicos Anónimos (AA) cambió mi vida. Este proceso al que llamo proyecto de vida, en realidad es una enfermedad, porque el alcoholismo es una enfermedad.
Estudios indican que de 1,000 personas, siete venimos con una predisposición alcohólica. Mi enfermedad, al igual que para muchos otros alcohólicos, se presentó en mi juventud, cuando mi madre y mi padre me mandaron a estudiar magisterio al departamento de La Paz.
La primera vez que yo probé el alcohol no me gustó el sabor ni tampoco la reacción, pero como ya dije, traía una predisposición alcohólica y desde entonces empecé a consumirlo.
En tres años alcancé un nivel al que nosotros llamamos alcoholismo crónico, es decir, era una necesidad para mi cuerpo, el alcohol y si yo no tomaba, temblaba.
Una vez que me gradué, me vine para San Pedro Sula a trabajar. Pero no venía en sí para buscar un mejor futuro, mi motivación fue venir a ganar dinero para sostener mi alcoholismo; el alcohol me tenía atrapado totalmente.
Una vez radicado en la ciudad y con un trabajo estable, conocí a mi esposa Delmin R. en una reunión con compañeros y desde ahí empezamos a tratarnos y nos enamoramos; lógicamente yo le oculté el alcoholismo crónico que padecía.
Luego de tres años de noviazgo, nos casamos en 1991 -ahora tenemos 34 años de casados- y pocos meses después de mucho amor, saqué a relucir mi enfermedad dando inicio para ella un matrimonio doloroso.
Mi hogar empezó a deteriorarse, ya que todo lo que trabajaba era para saciar mi alcoholismo. Solo puedo decir que hice sufrir a mi esposa. Mis dos hijos nacieron y lamento que hayan crecido parte de su vida viendo a su padre ser un alcohólico y cómo hice sufrir a su mamá.
(Gustavo C., llora) Es doloroso recordar eso y sé que el alcohólico que lea esto me entenderá como se siente. Yo no quería hacerle daño a mi esposa ni a mis hijos porque los amaba, los amo, pero esta enfermedad es fuerte, dominante y nos cambia totalmente, a tal punto que llegamos agredir verbalmente y físicamente a los que amamos; yo lo hice varias veces con mi esposa.
Mi alcoholismo me llevó a vivir tantas experiencias. En muchas de ellas mi esposa llamó a la policía para que me llevaran detenido por escándalo público lo que hacía que durmiera en las estaciones de policía. En otras ocasiones el papá de un compañero de mi hijo me llevó a la casa porque yo, como decimos popularmente, fondeaba en las calles de mi colonia.
Varias veces llegué ebrio a mi trabajo y en una de esas me caí de las escaleras y en otra casi muero electrocutado al caer en una conexión eléctrica. La situación llegó al límite cuando la agredí físicamente por lo que me denunció por violencia intrafamiliar. Previo a esto, mi esposa visitaba una jueza de familia que vivía frente a la casa.
Lo que yo no sabía era que ella buscaba ayuda y se orientaba sobre qué hacer ante la vida que yo le estaba dando, así como la posibilidad de divorciarse. Aparte de los insultos, golpes y daño psicológico que sufría conmigo, ella se encargaba de todos los gastos de la casa y de los gastos de mis hijos, ya que yo gastaba mi dinero en la bebida.
Ahora entiendo que Dios siempre une a una persona débil con una persona fuerte. En mi caso, ella es la fuerte y ha sido fundamental para mi cambio de vida. Si Dios no la hubiera elegido para estar conmigo, yo no existiría.
Ella me sentaba y me decía que qué era lo que me pasaba, oraba por mí al igual que nuestros dos hijos; me amaba y ese amor la llevó a aguantarme y a luchar por verme bien.
No cabe duda que Dios tiene un propósito para mi vida. Se viene a mi mente una noche que estaba preso en una celda. A través del vidrio de la ventana yo miré a mi esposa llorando al igual que a mis dos hijos. Esa vez le pedí a Dios de corazón, me incliné y le dije que necesitaba ayuda y que arrancara de una buena vez y para siempre ese alcoholismo y Dios me escuchó.
Escuchó la oración de mi esposa, la de mi madre y la de mis dos hijos. Como todo tiene un propósito por parte de Dios, recuerdo que con el historial de las denuncias y con la denuncia por maltrato, el caso llegó a los juzgados.
En nuestra cita ante la jueza en el palacio de justicia, recuerdo que llegué y la vi preciosa, bien maquillada y arreglada. Al estar ante la jueza, ella empezó a decirle todo lo que yo era. Yo solo quería que la tierra me tragara porque estaba hablando lo que en realidad yo era. Su última frase fue ‘aquí se los dejo, vean ustedes lo que hacen con él’ y salió de la sala. En ese punto nosotros seguíamos viviendo juntos.
Al saber que además de decirme mis verdades, la reunión era para tramitar el divorcio, yo realmente quedé sin actuar, mudo y solo dije, ‘aquí terminó todo’.
Un silencio invadió la sala, pero repito, Dios tenía un propósito para mi vida. Estando ahí, sentado en silencio con la jueza, ella me sonrió y me dijo ‘no te preocupés que hay una solución’ y rápidamente le pregunte cuál era.
Fue en ese momento que me remitió a Alcohólicos Anónimos y en mi mente, exclamé ¡Dios Santo! Porque para mí era mejor que me mandaran al presidio. Ahora que analizo las cosas puedo decir que esa era la contestación de Dios a mi oración.
Me remitió al grupo de alcohólicos Amor y Triunfo en la tercera avenida entre la 9 y 10 calles del barrio Lempira en San Pedro Sula.
Al día siguiente yo llegué a las 2:00 de la tarde, pero el grupo se reúne a las 5:00 pm. Andaba de goma ese día por lo que tuve la tentación de ir a quitármela, sin embargo, no lo hice y esperé la reunión.
Uno a uno llegaban los compañeros y en una de esas entregué la hoja de la orden judicial que llevaba para mi remisión y lo primero que dijo uno de los ´compas´ fue que yo no iba a durar, ya que había llegado al grupo por obligación y no por voluntad propia.
Mi vida cambió desde entonces, pues en ese lugar recibí todo lo que necesitaba para despertar y ver que había una vida diferente para mí.
Hasta la fecha, sigo asistiendo a las reuniones para dar fe de lo que Dios hace en mi vida y que sí pude salir de las garras del alcohol.
Ahora puedo decir que Alcohólicos Anónimos significa un proyecto de vida y es una nueva vida. Asistir y entender mi enfermedad me ha llevado a comprender que soy débil, pero que puedo con la ayuda de Dios salir adelante, vencer día a día las ganas de beber.
Dos años después de sobriedad en el grupo, les conté que me gané un lugar en el mural del colegio donde trabajaba como uno de los maestros más responsables.
Mi lucha para no beber la logré gracias a Dios, a AA y al apoyo de mi familia. Llevo 12 años sobrio y me siento pleno, útil y feliz.
Sé que mi historia con el alcohol es solo una más de entre millones. Pero también sé que soy uno de los afortunados en poderla contar. Hay muchos a los que el alcohol les ganó la batalla y ahora están muertos. Saber eso solo me motiva dar gracias a Dios.
Soy feliz porque ahora agradezco a Dios. No hay nada mejor que despertar y decir ‘gracias Dios, porque ya no corre alcohol en mis venas, solo las ganas de vivir y buscar sobriedad cada día’”.