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Hay un término en lengua swahili, la que hablan millones de africanos, que, de muchas maneras, deberá convertirse en una especie de lema a partir del próximo 27. “Harambee”, podría traducirse al español como: todos a una, trabajando juntos con un fin común o, más coloquialmente, vamos a halar juntos.

Y es que sería cándido pensar que, ante tantos retos que deberá enfrentar el gobierno entrante, podrá tener éxito si no cuenta con el concurso de todos los buenos hondureños; todos lo que, sin distinción de colores políticos, hagan lo que les corresponde en su ámbito de influencia, en su campo de trabajo.

Luego de dos años de pandemia, de padecer todavía las consecuencias del paso de Eta y Iota en la costa norte, y de los problemas heredados, el equipo liderado por doña Xiomara Castro Sarmiento tiene ante sí unos desafíos imponentes. Y, por mucha buena voluntad que tenga, no podrá hacerlo todo sola. El complejo panorama nacional exige corresponsabilidad, esfuerzo solidario, olvido de las diferencias, deseo sincero de que las cosas salgan bien. Solo los sectarios, los que piensan en ellos antes que en nadie ni nada, pueden esperar que el nuevo gobierno fracase. Porque, como se ha dicho hasta la saciedad, cuando el gobierno fracasa, fracasamos todos, y, cuando el gobierno tiene logros, todos resultamos beneficiados.

La primera gran batalla que habrá que ganar es el retorno, progresivo y responsable, a las aulas de clase. Han sido los hondureños económicamente menos favorecidos los más perjudicados, y no hay posibilidad de un movimiento social ascendente, de una mejoría en las condiciones de vida de la población, sin educación. El Estado, el gremio magisterial y los padres de familia tienen la enorme responsabilidad de asegurar un salto cualitativo en la educación nacional, acorde con las exigencias de la pospandemia. No se trata de partir desde donde quedamos en marzo de 2020, sino de recuperar los conocimientos dejados de interiorizar, los buenos hábitos dejados de practicar, adquirir nuevas destrezas tecnológicas, y pensar en una nueva realidad, sin duda más retadora y exigente. Sobre todo, los docentes deben cambiar su “chip” y ser conscientes del tipo de ciudadano que el mundo actual pide y necesita. Esto requiere una especie de revolución personal, íntima, en cada educador; la convicción de que no puede continuar haciendo lo mismo que hacía antes del covid-19. Si se logra ganar esta batalla, buena parte del camino se habrá andado. Pero, de nuevo, los profesores sin la ayuda de los padres poco podrán hacer. Así que, todos a una, escuela a familia, a recuperar el tiempo perdido y a dar el gran salto que la educación nacional necesita.