Cuando hayamos talado el último árbol...
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Las nuevas autoridades encargadas de velar por la conservación del medio ambiente, de la flora y de la fauna, del hogar común de todos los hondureños, tienen ante sí un imponente cometido. Desde que, hace ya décadas, se creara la Cohdefor, y las entidades que deberían haber continuado con su misión; hasta la actual Secretaría de Recursos Naturales y Ambiente, se han realizado algunos esfuerzos. Pero, si miramos hacia nuestro alrededor, vemos que no se ha logrado detener, como debería ser, la destrucción del ecosistema, y que, tanto la agricultura como la ganadería, han ido apropiándose de tierra de vocación forestal o cuya conservación es necesaria para mantener el equilibrio ecológico y preservar cientos de especies animales y vegetales.
Los casos del parque nacional Janet Kawas y la biósfera del río Plátano resultan emblemáticos y ejemplificantes. En el primero, se ha ido aniquilando la vegetación original para sembrar palma africana y, en el segundo, tanto la ganadería como la agricultura extensiva, así como la extracción ilegal de madera, han ido robando cientos de hectáreas al año, al pulmón no solo hondureño, sino centroamericano, poniendo en peligro la vida silvestre y la del resto de los habitantes de la región, que necesitamos del oxígeno que ahí se produce para poder sobrevivir.
Desde que la conciencia conservacionista comenzó a tomar forma, se volvió popular una sentencia que afirma que cuando hayamos talado el último árbol entenderemos que el dinero no se come. La defensa del medio ambiente, aunque a veces haya derivado más en postura política que en auténtica preocupación por la conservación de la naturaleza, debe ser prioridad de este y de todos los Gobiernos que vengan en el futuro.
No debería hacer falta vivir en Tegucigalpa, para sufrir la falta de agua, ni padecer los calores sofocantes, en una ciudad que alguna vez tuvo uno de los climas más benignos de Centro América; ni recordar el impacto de los fenómenos naturales en las zonas deforestadas o en las riberas de los ríos convertidas en zonas habitadas, para tomar conciencia de la urgencia del asunto.
No es algo en lo que podamos tomarnos tiempo para pensar a largo plazo sino actuar de manera inmediata y detener, y, si es posible, revertir, el daño que se hace al país entero.
Y no se trata solo de discursos y buenas intenciones, sino de tomar medidas, aplicar la ley, deducir responsabilidades y sentar precedentes, inmediatamente. Mañana no es que puede ser, sino que ya es tarde.