30/04/2024
12:50 AM

¿Por qué te fuiste niño?

¿Por qué te vas niño en oleadas de miles de infantes, de cuatro hasta dieciséis añitos, emprendiendo un camino incierto y arriesgado? ¿Por qué nos dejas recordando solo tus pasitos de niño que recién empieza a patear un balón y de pronto tiene que correr, nadar el río Bravo, pasar una frontera escondido en la noche y agarrada tu manito de un adulto que quizá ni conoces? ¿Por qué te vas dejando la escuela en un primer grado y el recuerdo de tus compañeritos, de los que tienes en tu mente grabado sus rostros y sus risas de creaturas pobres, sin futuro y seguridad en nuestros barrios violentos de la atribulada ciudad? ¿Por qué te vas dejando solo una foto de recuerdo en la sala de la casita de techo de zinc y goteras, de paredes de cartón y madera?

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Me voy porque tengo hambre, si, por eso, simplemente; porque me acuesto y duermo engañando mi estomago con tortillas con sal. Porque dormimos todos apiñados en un solo cuarto, donde somos cuatro, más mi madre y mi abuela María. Nos han cortado la luz y el agua llega ocasionalmente. Y se oyen tiros de repente y cuando eso pasa, al día siguiente encontramos muerto a alguien del barrio. El hambre y la muerte violenta se dan de la mano y se felicitan mutuamente, porque son secuaces del diablo que matan al pueblo. Me voy porque no tengo zapatos ni una bicicleta para montar como los de la colonia pudiente de enfrente y dicen que en los Estados hay de todo y para todos. Así lo veo en las películas donde aparecen los niños sonrientes jugando en su patios y comiendo gustosamente, estudiando en buenas escuelas y con buen calzado. Así nos dicen los “coyotes”, esos que llegan cordialmente a engañarnos en nuestros barrios asegurando que nosotros los niños nada más llegar tendremos casita, estudios, comida y vestido gratis del gobierno americano.

Pero la realidad es otra. El camino es duro y hasta trágico. He visto a niños sedientos y hambrientos que se han quedado rezagados y perdidos en la montaña, o cayendo deshidratados, derrotados en el desierto y abandonados para ser comidos por las fieras. He visto a niñas ultrajadas, violadas por los coyotes y también a otros compañeritos entregados por esos desalmados a las mafias para engrosar sus filas. He visto a niños que se han caído del tren donde estaban con cuerdas agarrados y trituradas sus piernitas por las ruedas de hierro de los vagones de ese tren que sigiloso se mueve como serpiente gigantesca, llevando en su lomo los sueños que casi nunca serán realizados por miles que encima de él han viajado. He visto a la miseria reunirse en procesión funesta con gorras puestas, zapatos rotos, pantalones sucios, colgando una mochila con pocas pertenencias y entre ellas el papel con la dirección del familiar que los espera en los Estados, el del supuesto paraíso americano. He visto llorar desconsolados a niños temerosos y agotados porque fueron capturados por mafias de corazón sanguinario que negocian el precio del rescate con los familiares que quedaron en nuestro pueblo atribulado. Y he visto a miles de niños centroamericanos apresados por la “migra” y puestos en salones con mallas metálicas preparados para ser deportados.

¿Pero qué pasa? Se oyen gritos y amenazas, secuestran a pequeños y grandes, es una banda criminal y nos llevan a una vieja construcción abandonada y allí nos acribillan y vamos cayendo unos y otros y yo ya no estoy vivo. Pero si nada más tengo seis años, que tengo que ver a mi padre que se fue “mojado” cuando estaba en el vientre de mamá y no lo conozco. Que no puedo morirme así. Que nos entierran en una gran fosa y ya no veo el sol ni siento mi cuerpo. Que mi madre está esperando que la llame cuando llegue a los Estados. Que esperará desconsolada más de veinte años a que un día la llame su hijo desaparecido y le diga que está vivo y morirá sin escuchar esa llamada porque en verdad estoy muerto. Pobre mamá. Empeñó todo y vendió su vieja refrigeradora para que el coyote me llevara a Estados Unidos.

Ven mamá, ven conmigo, y yo la recibo en el cielo, donde veremos la luz eterna que brilla más que todos los soles, donde reiremos y gozaremos con los ángeles, donde seremos felices y no tendremos hambre ni miedo, donde esperaremos a nuestros hermanitos y nuestra morada será Dios, infinitamente más grande que el universo, siendo abrazados por Él con quien viviremos eternamente y con quien somos invencibles.