Los Ángeles, Estados Unidos.
Harvey Weinstein era un cinéfilo apasionado, alguien que tomaba riesgos, un promotor del talento fílmico, un padre amoroso y un monstruo.
Durante años, fue mi monstruo. En este otoño me abordaron reporteros que dieron con mi nombre por varias fuentes, incluida mi amiga Ashley Judd, para hablar sobre un episodio de mi vida que, aunque es doloroso, pensé que había superado.
Cuando tantas mujeres dieron un paso al frente para describir lo que les hizo Harvey, tuve que enfrentarme a mi cobardía y aceptar humildemente que mi historia, aunque fuera tan importante para mí, no era más que una gota en un océano de pesar y confusión. Sentí que a estas alturas a nadie le iba a importar mi dolor; quizá era un efecto de todas esas veces que me dijeron, especialmente Harvey, que no era nadie. Por fin empezamos a tomar conciencia sobre el vicio que ha sido socialmente aceptado y que ha insultado y humillado a millones de niñas como yo, porque dentro de cada mujer hay una niña. Me inspiraron aquellas que tuvieron la valentía de decir algo, especialmente en una sociedad que votó por un presidente que fue acusado de acoso y abuso sexual por más de una decena de mujeres y a quien hemos escuchado decir que un hombre en el poder puede hacer prácticamente lo que quiera con las mujeres.
Pues hasta aquí.
En los catorce años que transcurrieron desde que pasé de colegiala a estrella de telenovelas mexicanas a ser extra en algunas películas estadounidenses y a tener un par de golpes de suerte con Desperado y Un impulsivo y loco amor ( Fools rush in), Harvey Weinstein se había convertido en el gran mago de la nueva ola del cine que llevó contenido original a las grandes audiencias. Al mismo tiempo, era impensable que una actriz mexicana aspirara a ser parte de Hollywood. Y aunque había comprobado que esa idea era errónea, todavía era “nadie”.
Una de las fuentes de fortaleza que me dio la determinación para impulsar mi carrera fue la historia de Frida Kahlo, quien, en la era dorada del muralismo mexicano, hacía pinturas íntimas que los demás desdeñaban. Tuvo la valentía de expresarse y de ignorar a los escépticos. Mi mayor ambición era contar su historia. Retratar la vida de esta artista extraordinaria y mostrar a mi México de una manera que desmintiera estereotipos se volvió mi misión.
El imperio de Weinstein, que en ese entonces era Miramax, se había vuelto el sinónimo de calidad, sofisticación y de tomar riesgos; un refugio para artistas que eran complejos y desafiantes. Eso era todo lo que Frida significaba para mí y todo lo que aspiraba ser.
Había empezado el proceso para producir la película con otra compañía, pero luché para recuperarla y llevarla con Harvey.
Lo conocía un poco gracias a mi relación con el director Robert Rodriguez y la productora
Elizabeth Avellan, quien era su esposa en ese entonces y quien me había acogido bajo su tutela tras hacer algunas películas con ella. Lo único que sabía de Harvey en ese momento era que tenía un gran intelecto, que era un amigo leal y que era un hombre de familia.
Con lo que sé ahora, me pregunto si no fue solo mi amistad con ellos —así como con Quentin Tarantino y George Clooney— lo que me salvó de ser violada.
El acuerdo que hicimos en un inicio era que Harvey pagaría por los derechos del trabajo que ya había empezado a desarrollar. Como actriz, me pagarían la tarifa mínima prevista por los tabuladores del Sindicato de Actores de Cine estadounidense y un 10 por ciento adicional. Como productora recibiría un crédito aún indefinido, lo que no era inusual para una productora en los años noventa. También pidió un acuerdo firmado para que hiciera otras películas con Miramax, lo que pensé iba a consolidarme como actriz protagónica.
No me importaba el dinero; estaba extremadamente emocionada por trabajar con él y con la empresa. En mi ingenuidad pensé que se había cumplido mi sueño. Había validado los últimos catorce años de mi vida y había apostado por mí, la “nadie”. Dije que sí.
No sabía que muy pronto yo tendría que decir no.
No a abrirle la puerta a cualquier hora de la noche en hotel tras hotel y locación tras locación donde se aparecía inesperadamente, incluido un sitio en el que estaba rodando una película en la que él ni siquiera estaba involucrado. No a bañarme con él. No a dejarlo que me viera bañarme. No a dejarlo que me diera un masaje. No a que un amigo suyo,
desnudo, me diera un masaje. No a dejarlo que me hiciera sexo oral.
No a desnudarme junto con otra mujer. No, no, no, no…
Con cada rechazo surgía la ira maquiavélica de Harvey.
No creo que odiara nada más que la palabra “no”. Las demandas absurdas iban desde recibir una llamada iracunda a la mitad de la noche en la que me pedía que despidiera a mi agente por una pelea que tenían sobre una película distinta con otro cliente a sacarme de una gala de estreno en el Festival de Cine de Venecia, que fue organizada por Frida, para estar en una fiesta privada con él y unas mujeres que pensé que eran modelos pero después me enteré que eran prostitutas.
Sus tácticas de persuasión iban desde hablar dulcemente y prometer cosas hasta aquella vez que, en un ataque de ira, dijo las palabras más temibles: “Te voy a matar, no creas que no puedo”. De manera irónica, cuando empezamos el rodaje terminó el acoso sexual, pero la ira aumentó. Pagamos el precio de enfrentarlo casi cada día que duró la grabación. Una vez durante una entrevista él dijo que Julie y yo éramos las peores “ rompehuevos” que había conocido; él lo vio como un cumplido.
A mitad del rodaje, Harvey se presentó en el set y se quejó de la uniceja de Frida. Insistió en que nos deshiciéramos del cojeo y criticó mi actuación. Luego le pidió a todos en la sala que salieran, excepto yo. Me dijo que la única cosa que tenía a mi favor era mi atractivo sexual y que en esta película no tenía nada de eso. Entonces me dijo que la iba a clausurar porque nadie querría verme en el papel.
Me ofreció una opción si quería continuar. Me dejaría terminar el filme si acordaba tener una escena de sexo con otra mujer. Y demandó que hubiera desnudez total vista desde enfrente.
Había estado pidiendo constantemente que se viera más piel, que hubiera más sexo. En una ocasión Julie Taymor logró que se contentara con un tango que terminaba en un beso en vez de la escena de un encuentro sexual que quería que grabáramos entre Tina Modotti, interpretada por Ashley Judd, y Frida.
Tuve que decir que sí. Para ese momento le había dedicado muchos años de mi vida a hacer esta película. Ya era la quinta semana de grabación y había convencido a tanta gente talentosa de participar. ¿Cómo iba a dejar que su magnífico trabajo se fuera a la basura?
Estaba en el set ese día que íbamos a grabar la escena que pensaba iba a salvar la película cuando, por primera y última vez en mi carrera, me derrumbé. Mi cuerpo empezó a temblar incontrolablemente, me quedé sin aliento y comencé a llorar y llorar sin poder detenerme como si estuviera vomitando lágrimas.
Para cuando terminamos el rodaje estaba tan deshecha emocionalmente que tuve que distanciarme de los aspectos de posproducción.
Cuando Harvey vio la película ya editada dijo que no era lo suficientemente buena como para un lanzamiento en cines y que la iba a enviar directo a video.
Esta vez Julie tuvo que pelearse con él sin tenerme a mí al lado. Consiguió que accediera a lanzarla en un solo cine de Nueva York si en una prueba de audiencia obtenía una puntuación del público de 80 mínimo.
Menos del 10 por ciento de las películas consiguen esa puntuación en una primera proyección.
No fui a la prueba; esperé ansiosamente que me dijeran qué sucedió. El público le dio un puntaje de 85.
Y, de nuevo, me enteré que Harvey se encolerizó. En el vestíbulo del cine después de la proyección le gritó a Julie. Dobló una de las tarjetas en la que la gente escribió su opinión y se la lanzó a la cara; le rebotó en la nariz. Su pareja, el compositor de la película Elliot Goldenthal, intervino y Harvey lo amenazó con violencia física.
Ya que se calmó encontré la fuerza para llamarlo y pedirle que estrenara la película también en un cine de Los Ángeles; con eso serían dos salas. Y sin mucho ademán me concedió eso. Tengo que admitir que a veces era amable, gracioso e ingenioso, y eso era parte del problema: nunca sabías a qué Harvey te ibas a enfrentar.
Meses después, en octubre de 2002, la película sobre mi heroína e inspiración –esta artista mexicana a la que no reconocieron mucho en su tiempo, con su cojera y su uniceja–, esta película que Harvey nunca quiso hacer, fue un éxito rotundo en taquilla; uno que nunca podría haber predicho. Y, pese a su falta de apoyo, le añadió seis nominaciones a los Oscar a la colección de Harvey, incluida mejor actriz.
Aunque Frida ganó dos de esos premios no lo notaba nada contento. Nunca volvió a ofrecerme ser la protagonista de alguna película. En los filmes que estuve obligada a hacer con el contrato original con Miramax tuve solo papeles de reparto pequeños.
Los hombres acosan sexualmente porque pueden. Y las mujeres estamos hablando porque, en esta nueva era, por fin podemos hacerlo.
Unos años después cuando me lo encontré en un evento me apartó y me dijo que había dejado de fumar y que tuvo un ataque cardiaco. Dijo que se había enamorado y se había casado con Georgina Chapman y que era un hombre distinto. Al final me dijo: “Lo hiciste bien con Frida; hicimos una película hermosa”.
Le creí. Harvey nunca iba a saber qué tanto me importaron esas palabras. Tampoco iba a saber qué tanto me hirió. Nunca le dejé ver lo mucho que me asustaba.
Harvey Weinstein era un cinéfilo apasionado, alguien que tomaba riesgos, un promotor del talento fílmico, un padre amoroso y un monstruo.
Durante años, fue mi monstruo. En este otoño me abordaron reporteros que dieron con mi nombre por varias fuentes, incluida mi amiga Ashley Judd, para hablar sobre un episodio de mi vida que, aunque es doloroso, pensé que había superado.
Cuando tantas mujeres dieron un paso al frente para describir lo que les hizo Harvey, tuve que enfrentarme a mi cobardía y aceptar humildemente que mi historia, aunque fuera tan importante para mí, no era más que una gota en un océano de pesar y confusión. Sentí que a estas alturas a nadie le iba a importar mi dolor; quizá era un efecto de todas esas veces que me dijeron, especialmente Harvey, que no era nadie. Por fin empezamos a tomar conciencia sobre el vicio que ha sido socialmente aceptado y que ha insultado y humillado a millones de niñas como yo, porque dentro de cada mujer hay una niña. Me inspiraron aquellas que tuvieron la valentía de decir algo, especialmente en una sociedad que votó por un presidente que fue acusado de acoso y abuso sexual por más de una decena de mujeres y a quien hemos escuchado decir que un hombre en el poder puede hacer prácticamente lo que quiera con las mujeres.
| La española Penélope Cruz reiteró su apoyo y amistad a Salma.
|
En los catorce años que transcurrieron desde que pasé de colegiala a estrella de telenovelas mexicanas a ser extra en algunas películas estadounidenses y a tener un par de golpes de suerte con Desperado y Un impulsivo y loco amor ( Fools rush in), Harvey Weinstein se había convertido en el gran mago de la nueva ola del cine que llevó contenido original a las grandes audiencias. Al mismo tiempo, era impensable que una actriz mexicana aspirara a ser parte de Hollywood. Y aunque había comprobado que esa idea era errónea, todavía era “nadie”.
Una de las fuentes de fortaleza que me dio la determinación para impulsar mi carrera fue la historia de Frida Kahlo, quien, en la era dorada del muralismo mexicano, hacía pinturas íntimas que los demás desdeñaban. Tuvo la valentía de expresarse y de ignorar a los escépticos. Mi mayor ambición era contar su historia. Retratar la vida de esta artista extraordinaria y mostrar a mi México de una manera que desmintiera estereotipos se volvió mi misión.
El imperio de Weinstein, que en ese entonces era Miramax, se había vuelto el sinónimo de calidad, sofisticación y de tomar riesgos; un refugio para artistas que eran complejos y desafiantes. Eso era todo lo que Frida significaba para mí y todo lo que aspiraba ser.
Había empezado el proceso para producir la película con otra compañía, pero luché para recuperarla y llevarla con Harvey.
| Antonio Banderas afirmó que la “integridad y honestidad” de la actriz le dan crédito a sus acusaciones.
|
Con lo que sé ahora, me pregunto si no fue solo mi amistad con ellos —así como con Quentin Tarantino y George Clooney— lo que me salvó de ser violada.
El acuerdo que hicimos en un inicio era que Harvey pagaría por los derechos del trabajo que ya había empezado a desarrollar. Como actriz, me pagarían la tarifa mínima prevista por los tabuladores del Sindicato de Actores de Cine estadounidense y un 10 por ciento adicional. Como productora recibiría un crédito aún indefinido, lo que no era inusual para una productora en los años noventa. También pidió un acuerdo firmado para que hiciera otras películas con Miramax, lo que pensé iba a consolidarme como actriz protagónica.
No me importaba el dinero; estaba extremadamente emocionada por trabajar con él y con la empresa. En mi ingenuidad pensé que se había cumplido mi sueño. Había validado los últimos catorce años de mi vida y había apostado por mí, la “nadie”. Dije que sí.
No sabía que muy pronto yo tendría que decir no.
La mexicana habló con sinceridad sobre los abusos de que fue víctima.
|
No a desnudarme junto con otra mujer. No, no, no, no…
Con cada rechazo surgía la ira maquiavélica de Harvey.
No creo que odiara nada más que la palabra “no”. Las demandas absurdas iban desde recibir una llamada iracunda a la mitad de la noche en la que me pedía que despidiera a mi agente por una pelea que tenían sobre una película distinta con otro cliente a sacarme de una gala de estreno en el Festival de Cine de Venecia, que fue organizada por Frida, para estar en una fiesta privada con él y unas mujeres que pensé que eran modelos pero después me enteré que eran prostitutas.
Sus tácticas de persuasión iban desde hablar dulcemente y prometer cosas hasta aquella vez que, en un ataque de ira, dijo las palabras más temibles: “Te voy a matar, no creas que no puedo”. De manera irónica, cuando empezamos el rodaje terminó el acoso sexual, pero la ira aumentó. Pagamos el precio de enfrentarlo casi cada día que duró la grabación. Una vez durante una entrevista él dijo que Julie y yo éramos las peores “ rompehuevos” que había conocido; él lo vio como un cumplido.
La actriz trabajó con Weinstein en ‘Frida’ (2002).
|
Me ofreció una opción si quería continuar. Me dejaría terminar el filme si acordaba tener una escena de sexo con otra mujer. Y demandó que hubiera desnudez total vista desde enfrente.
Había estado pidiendo constantemente que se viera más piel, que hubiera más sexo. En una ocasión Julie Taymor logró que se contentara con un tango que terminaba en un beso en vez de la escena de un encuentro sexual que quería que grabáramos entre Tina Modotti, interpretada por Ashley Judd, y Frida.
Tuve que decir que sí. Para ese momento le había dedicado muchos años de mi vida a hacer esta película. Ya era la quinta semana de grabación y había convencido a tanta gente talentosa de participar. ¿Cómo iba a dejar que su magnífico trabajo se fuera a la basura?
Estaba en el set ese día que íbamos a grabar la escena que pensaba iba a salvar la película cuando, por primera y última vez en mi carrera, me derrumbé. Mi cuerpo empezó a temblar incontrolablemente, me quedé sin aliento y comencé a llorar y llorar sin poder detenerme como si estuviera vomitando lágrimas.
Para cuando terminamos el rodaje estaba tan deshecha emocionalmente que tuve que distanciarme de los aspectos de posproducción.
Cuando Harvey vio la película ya editada dijo que no era lo suficientemente buena como para un lanzamiento en cines y que la iba a enviar directo a video.
Esta vez Julie tuvo que pelearse con él sin tenerme a mí al lado. Consiguió que accediera a lanzarla en un solo cine de Nueva York si en una prueba de audiencia obtenía una puntuación del público de 80 mínimo.
Menos del 10 por ciento de las películas consiguen esa puntuación en una primera proyección.
No fui a la prueba; esperé ansiosamente que me dijeran qué sucedió. El público le dio un puntaje de 85.
Y, de nuevo, me enteré que Harvey se encolerizó. En el vestíbulo del cine después de la proyección le gritó a Julie. Dobló una de las tarjetas en la que la gente escribió su opinión y se la lanzó a la cara; le rebotó en la nariz. Su pareja, el compositor de la película Elliot Goldenthal, intervino y Harvey lo amenazó con violencia física.
Ya que se calmó encontré la fuerza para llamarlo y pedirle que estrenara la película también en un cine de Los Ángeles; con eso serían dos salas. Y sin mucho ademán me concedió eso. Tengo que admitir que a veces era amable, gracioso e ingenioso, y eso era parte del problema: nunca sabías a qué Harvey te ibas a enfrentar.
Meses después, en octubre de 2002, la película sobre mi heroína e inspiración –esta artista mexicana a la que no reconocieron mucho en su tiempo, con su cojera y su uniceja–, esta película que Harvey nunca quiso hacer, fue un éxito rotundo en taquilla; uno que nunca podría haber predicho. Y, pese a su falta de apoyo, le añadió seis nominaciones a los Oscar a la colección de Harvey, incluida mejor actriz.
Aunque Frida ganó dos de esos premios no lo notaba nada contento. Nunca volvió a ofrecerme ser la protagonista de alguna película. En los filmes que estuve obligada a hacer con el contrato original con Miramax tuve solo papeles de reparto pequeños.
Los hombres acosan sexualmente porque pueden. Y las mujeres estamos hablando porque, en esta nueva era, por fin podemos hacerlo.
Unos años después cuando me lo encontré en un evento me apartó y me dijo que había dejado de fumar y que tuvo un ataque cardiaco. Dijo que se había enamorado y se había casado con Georgina Chapman y que era un hombre distinto. Al final me dijo: “Lo hiciste bien con Frida; hicimos una película hermosa”.
Le creí. Harvey nunca iba a saber qué tanto me importaron esas palabras. Tampoco iba a saber qué tanto me hirió. Nunca le dejé ver lo mucho que me asustaba.