30/04/2024
12:00 PM

Cuentos y leyendas de Honduras: Sucedió en el puerto

Cuando el capitán Higinio gritó, la enorme nave casiestaba encima de ellos y, ante el asombro de los aterrorizados marinos, el barco desapareció

    El negro Higinio dice que él no miente y que todas las cosas que nos contó son auténticas. Hay varios testigos de lo que sucedió cerca de Puerto Cortés en una noche de tormenta.

    El barco camaronero regresaba al puerto cuando inesperadamente se desató una tormenta terrible. El cielo y el mar se confundían, el viento levantaba enormes masas de agua, los marinos estaban aterrorizados: jamás pensaron que antes de llegar a Puerto Cortés les sucedería lo que estaban viviendo. Las enfurecidas olas sacudían la pequeña embarcación y la arrastraban mar adentro.

    El negro Higinio gritó con todas sus fuerzas:

    —¡Protéjanse! ¡Agárrense de los postes y ruéguenle a Dios que salgamos vivos de esta tormenta!

    Los marineros obedecieron la orden inmediatamente. Otro negrito llamado Salomé ayudó a sus compañeros tratando de calmarlos, mientras las aguas turbulentas mecían la embarcación. A lo lejos, apenas se miraban las luces del puerto, hasta que finalmente desaparecieron. Todos estaban empapados y cansados de luchar en medio de la tormenta. De nuevo, Higinio gritó:

    —Pidamos perdón por nuestros pecados y encomendémonos a Dios para que salve nuestras almas.

    De repente, la tormenta se fue calmando. Los marineros habían perdido la noción del tiempo. Estaban confundidos, sin saber qué hacer; no se miraban las luces de Puerto Cortés y una densa oscuridad se miraba por todas partes.

    Salomé dijo:

    —Esperen... ¡Allá veo una luz!

    El mar se calmó y todos vieron con alegría que una luz se acercaba lentamente a ellos. Como en el mar las distancias engañan igual que en los desiertos, pasaban los minutos y la luz no llegaba cerca del camaronero.

    Minutos más tarde, aquella pequeña luz se fue transformando en un gran barco. Dejó ver la gran luminosidad que lo rodeaba.

    —Oigan —dijo el negro Higinio—. Como que vienen cantando en ese barco.

    En efecto se escuchaban cánticos en el navío gigante, al lado del camaronero. Los marineros encendieron lámparas para guiar hacia ellos a los de la otra embarcación.
    —Estamos salvados —dijo uno—. Nos pueden remolcar al puerto.

    —Posiblemente alguien se va con nosotros —dijo otro—. Pensé que jamás volvería a ver a mi familia. Qué sacudida nos pegó esa tormenta. ¿Qué dice usted, capitán Higinio?

    El negro respondió:

    —La fe puede detener las tormentas y dar la salvación. Creo que todos oramos con fe y este barco ha venido a salvarnos.

    Los cánticos siguieron en la enorme y gigantesca nave, que brillaba con mayor intensidad al acercarse.

    Los marineros estaban muy alegres al ver que cada vez más el navío se aproximaba a ellos. Gritaron y aplaudieron: estaban seguros de que ya los habían visto y que iban en su ayuda. La presencia de aquel buque era algo irreal en medio de una tenebrosa tormenta. Salomé, que había estado calmando a los marinos, les dijo:

    —Cuando salgamos de esta y lleguemos a Puerto Cortés los voy a invitar a que beban y beban alcohol hasta quedar panzones, ja, ja.

    —¡Qué suerte hemos tenido esta noche, capitán! —gritó un marino—. Los motores funcionan. Ya tengo la dirección. No estamos tan lejos del puerto Hay que agradecer de alguna manera a los del barco por tratar de ayudarnos.

    Los marinos se alegraron con la noticia y se pusieron a trabajar. Estaban listos para el regreso. El capitán se acercó a la proa para tratar de ver a alguien y hacer señales de que ya se iban y que estaban agradecidos con su presencia. No vio a nadie. No había una sola persona en la orilla del enorme navío.

    Luego, el negro Higinio se fijó bien en el nombre que traía pintado el otro buque y de inmediato dio la voz de alarma.

    —¡Rápido con esos motores! ¡Este es el barco de la muerte!

    Cuando el capitán Higinio gritó, la enorme nave casi estaba encima de ellos y, ante el asombro de los aterrorizados marinos, el barco desapareció. Una enorme ola suspendió al camaronero y lo arrastró con fuerza en dirección a Puerto Cortés, a gran velocidad. Los marinos estaban aterrados. Se agarraron con todas sus fuerzas de postes y hierros. Las luces del puerto brillaron intensamente. Estaban a unos cuantos metros de llegar cuando de pronto la ola perdió fuerzas y todo quedó en calma.

    Los marinos no saben a qué hora llegaron al puerto. Se fueron directamente a una cantina, pero no le contaron a nadie el extraño incidente con el barco fantasma. Juraron permanecer callados porque temían aparecer muertos en sus casas, asesinados sobrenaturalmente. Con el paso de los años, los marinos se retiraron de las faenas del mar, que solo realizaban durante el día. Por eso, el negro Higinio, cuando nos relató esa fantasmagórica experiencia, dijo:

    —El negro Higinio no miente. Todas las cosas que les he contado son ciertas. Dicen que otros marinos hondureños han visto barcos fantasma en alta mar, como los han visto en otras latitudes.

    Hoy el programa Cuentos yLeyendas de Honduras cumple 48 años de haber sido creadopor Jorge Montenegro.