Ecuador.
Conforme el bote inflable se acerca a la orilla de la Bahía Gardner, en la Isla Española, aquello que parecían rocas sobre la arena blanquísima de la playa, resultan decenas de lobos marinos tendidos bajo el sol ecuatoriano.
Un olor acre se cuela por la nariz de los viajeros, producto de la presencia de estos mamíferos. Sin remedio se impone al aroma del agua salada y al del bloqueador solar, al que los turistas se han habituado después de viajar varios días en crucero por el Parque Nacional Islas Galápagos.
Tan pronto el grupo pone un pie en la playa, el olor ya no tiene importancia: a pocos pasos observan lobos marinos bebés, durmiendo unos encima de otros. Los que están despiertos se revuelcan y cubren con los finos granos de arena blanca; algunos más son amamantados por sus madres, mientras los colman de caricias.
Situada al sureste de las Galápagos, la Española es considerada la isla más antigua del archipiélago ecuatoriano con unos 3.3 millones de años de existencia y la mayor parte de su superficie está cubierta con rocas de lava basáltica.
En sus límites, además de lobos marinos de Galápagos (Zalophus wollebaeki), hay iguanas marinas endémicas (Amblyrhynchus cristatus) y aves como los piqueros de Nazca (Sula granti), piqueros patas azúles (Sula nebouxii) y albatros de Galápagos (Phoebastria irrorata), también conocidos como albatros ondulados.
La fauna en las Galápagos no teme al ser humano, no le rehuye ni se esconde. La mayoría de turistas comprende que este es un territorio donde la naturaleza se protege y celebra, más allá de seguir las reglas del parque nacional que, entre otras, indica permanecer siempre a dos metros de las criaturas.
A lo largo del kilómetro de playa que posee la bahía, muchos buscan el mejor ángulo para fotografiar a los cachorros y otros aprovechan el agua tibia y las olas tranquilas.
Conforme el bote inflable se acerca a la orilla de la Bahía Gardner, en la Isla Española, aquello que parecían rocas sobre la arena blanquísima de la playa, resultan decenas de lobos marinos tendidos bajo el sol ecuatoriano.
Un olor acre se cuela por la nariz de los viajeros, producto de la presencia de estos mamíferos. Sin remedio se impone al aroma del agua salada y al del bloqueador solar, al que los turistas se han habituado después de viajar varios días en crucero por el Parque Nacional Islas Galápagos.
Tan pronto el grupo pone un pie en la playa, el olor ya no tiene importancia: a pocos pasos observan lobos marinos bebés, durmiendo unos encima de otros. Los que están despiertos se revuelcan y cubren con los finos granos de arena blanca; algunos más son amamantados por sus madres, mientras los colman de caricias.
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Situada al sureste de las Galápagos, la Española es considerada la isla más antigua del archipiélago ecuatoriano con unos 3.3 millones de años de existencia y la mayor parte de su superficie está cubierta con rocas de lava basáltica.
En sus límites, además de lobos marinos de Galápagos (Zalophus wollebaeki), hay iguanas marinas endémicas (Amblyrhynchus cristatus) y aves como los piqueros de Nazca (Sula granti), piqueros patas azúles (Sula nebouxii) y albatros de Galápagos (Phoebastria irrorata), también conocidos como albatros ondulados.
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La fauna en las Galápagos no teme al ser humano, no le rehuye ni se esconde. La mayoría de turistas comprende que este es un territorio donde la naturaleza se protege y celebra, más allá de seguir las reglas del parque nacional que, entre otras, indica permanecer siempre a dos metros de las criaturas.
A lo largo del kilómetro de playa que posee la bahía, muchos buscan el mejor ángulo para fotografiar a los cachorros y otros aprovechan el agua tibia y las olas tranquilas.
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