28/04/2024
02:32 PM

Lágrimas y dolor por Jarquín, un universitario muerto en un asalto

A las 4:00 am sonó la alarma de doña Nelba, al levantarse se dio cuenta que su hijo ya no estaba. Las balas asesinas se lo arrebataron.

Bijao, Choloma.

En un recodo de la carretera de tierra que sube de Bijao a la aldea El Rancho, la muerte esperaba al estudiante de Unitec, José Alfredo Jarquín, de 19 años. Desde ese punto, los maleantes lo divisaron cuando subía en motocicleta por la carretera que serpentea hasta llegar a la comunidad donde él vivía.

Le faltaban unos tres kilómetros para llegar a su casa cuando cayó muerto por las balas disparadas por los supuestos asaltantes. Todos los días, el muchacho hacía ese recorrido de ida y vuelta a la universidad, donde sobresalía como estudiante del segundo año en la carrera de Desarrollo de Sistemas.

Ese día como de costumbre salió de madrugada de la casa después de que su abuela y madre de crianza a la vez, Nelba Fernández, le hiciera el desayuno. “Me pidió un huevo estrellado.

No quiso pollo guisado. Me dijo que se lo dejara para el almuerzo, pero ya no llegó a comer”, recuerda doña Nelba. A la hora que ella esperaba a su niño, como lo llamaba, este se enfrentaba a su fatal destino.

Ella se consideraba su mamá porque lo crió desde tierno cuando su madre biológica lo abandonó luego de resultar afectada por un trastorno mental.

En la escena del crimen faltaban la mochila, la cartera y la motocicleta del muchacho, por lo que supone que el motivo del crimen fue el asalto. Personas que transitaban por la zona manifestaron a la Policía que vieron un pickup verde, en el cual creen que viajaban los homicidas.

Minutos después, en el bulevar del norte, a la altura de la colonia La Mora, encontraron abandonada la motocicleta del universitario.

Alguien le dijo al padre de José Alfredo que encontró por la carretera a un hombre fornido conduciendo la motocicleta Honda del joven universitario y cargando en la espalda su mochila.

El padre José Luis Jarquín cree que el malhechor abandonó la moto y las otras pertenencias al darse cuenta de que un carro de la familia le venía pisando los talones.

En ese sector montañoso de Choloma no ha habido otro crimen igual. El Rancho es una comunidad tranquila donde ni las maras han entrado. “Aquí, todos nos conocemos”, dijo el padre.

Sin embargo admitió que los alrededores de la aldea han sido convertidos en botaderos de cadáveres que traen de otros lugares. Los cuerpos han sido encontrados por los cortadores de hojas de guineo, quienes algunas veces ni siquiera los reportan a la Policía.

“Salen azorados del monte”, dijo doña Nelba al referirse a los hombres que se dedican a cortar las hojas de guineo silvestre para venderlas en los mercados de San Pedro Sula, donde las compran las personas que hacen tamales. “De allí donde mataron a mi hijo para abajo hay algunos botaderos”, comentó la mujer durante una visita que hizo a la tumba de José Alfredo.

Foto: La Prensa

El joven tenía muchas amistades.
Remembranza

Lo recuerda como un joven apasionado por el fútbol y por desentrañar el mecanismo de los aparatos electrónicos. A la casa le llevaban sus amigos teléfonos celulares y computadoras para que se los arreglara y no les cobraba ni un centavo, comenta la señora.

En cuanto llegaba de la universidad comía y después se iba jugar pelota con los amigos. “Yo le decía que se buscara una novia y él me contestaba ‘no, mamita, a usted nunca la voy a engañar’”. Pero la verdad es que no le gustaban ni los bailes; su pasión eran el estudio y la pelota, destacó.

A veces le ayudaba a su padre en la abarrotería, patrimonio de la familia, que funciona en su casa con el nombre de Pulpería El Zapote.

Como si ella presintiera que podían asaltarlo en el camino, solía aconsejarle que si alguien le aparecía pidiéndole sus pertenencias, no se opusiera y le entregara todo lo que tuviera, pero a lo mejor los tipos que lo mataron no le dieron tiempo ni de reaccionar. Le infirieron un tiro en el ojo izquierdo, uno en el costado derecho y un tercero en el abdomen.

Después del crimen, la mujer tuvo la curiosidad de llamar al teléfono que le robaron a su hijo y le contestó una voz masculina preguntándole con quién quería hablar.

No descarta que su interlocutor haya contestado desde la misma aldea porque no se oía ruido de carros o gente, como en las ciudades.

Hay tantos detalles que podrían ayudar a esclarecer el crimen, pero hasta el momento la familia no ve la luz al final del túnel; por eso piensa que el caso quedará como uno más para los anales de la historia del crimen en el país.

La simpatía y la popularidad que tenía el estudiante quedaron demostradas con la gran cantidad de personas que asistieron a su velatorio. Compañeros de la universidad y quienes lo fueron en el Instituto Cristo Rey de Choloma, donde sacó el bachillerato, abarrotaron la casa de bloques donde fue velado en medio de alabanzas cristianas. Eso conforta a doña Nelba, pero no le alcanza para resignarse.

Ella continúa despertándose a las cuatro de la mañana, como cuando se levantaba a prepararle comida a su hijo, pues este le dejó la alarma puesta en el celular.

En cuanto suena el teléfono se da cuenta de que el chico ya no está. Entonces se sienta en la orilla de la cama a llorar.

Foto: La Prensa

Por su humildad fue el nieto consentido de doña Nelba.