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Cuba, Honduras y la muerte de Fidel

  • 30 noviembre 2016 /

El 1 de enero de 1959 hubo fiesta en casi todos los hogares hondureños que tuvieron noticias por la radio y los periódicos de la caída del dictador Fulgencio Batista a manos de un grupo de jóvenes que, con el fusil al hombro, habían creado las condiciones para hacer una revolución a menos de dos horas en avión desde Tegucigalpa. Pocos – acaso mucho años después – nos dimos cuenta que más que la derrota a manos de los revolucionarios, el gobierno de Batista se había derrumbado por el rechazo popular y por la falta de apoyo de Estados Unidos. La rendición del batallón de tanques de Santiago de Cuba, con los motores encendidos, listos para detener y destruir las fuerzas de Castro allí, más que un acto militar fue un acto político en el que Fidel le ofreció al comandante de los mismos, la Jefatura del Ejército, si se agregaba a la revolución. Sin esta acción, que no cumplió por supuesto, Castro no hubiera ganado Santiago; ni entrado en olor de multitudes a La Habana como lo hizo el 8 de enero de 1959.


En Honduras, gobernaba Villeda Morales, en una breve primavera democrática, llena de esperanzas. De forma que el país, no fue en ese entonces, un terreno fértil para la revolución armada, sino para un puñado de soñadores, sin base política y sin la fuerza y la voluntad de Fidel Castro. El Partido Comunista de Honduras, pequeño y afectado por el crudo sectarismo que ha dañado a la izquierda latinoamericana, no creía en las tesis del foco guerrillero. Y mucho menos que, este por sí solo, sin la movilización de las masas en los pueblos y ciudades, pudiera crear las condiciones objetivas para hacer posible la revolución.


En 1962, Honduras rompió relaciones con Cuba. Tanto en obediencia a la OEA como fruto de las presiones de Estados Unidos. Desde entonces, Honduras fue objetivo político de Cuba. Grupos de disidentes, viajaron allá a entrenarse. E iniciado el gobierno de López Arellano, el país empezó a tener posibilidades para la lucha armada. Los intentos fracasaron y los militares acaudillados por López Arellano, atrajeron a varios sectores marxistas con su retórica modernizante. Durante la guerra civil centroamericana; y especialmente después de la caída de Somoza, Honduras bajo la dirección de Policarpo Paz García – a quien hemos estudiado muy poco para descubrir sus méritos y habilidades – logró con el apoyo de Noriega que Cuba no interviniera en los asuntos internos de Honduras.


El acuerdo permitió entonces que la guerra civil centroamericana no plantara sus pies en nuestro país. Honduras fue un lugar de paso y una zona de descanso para los combatientes salvadoreños. Mientras el Ejército de Honduras apoyaba una fuerza armada en contra de Nicaragua, en la que ni siquiera los estadounidenses tenían confianza que podrían derribar a los sandinistas. Mediante tal involucramiento, Honduras brindó enorme apoyo para que El Salvador no cayera derrotado como creían con buen juicio Fidel y sus comandantes más cercanos. La excepción fue el apoyo a Reyes Mata, para que incursionara en el Patuca, en tiempos de Álvarez Martínez.


Ahora, con la muerte de Castro, dentro de una revolución agotada por falta de contradicciones, es la oportunidad para consolidar la idea que, la democracia, con todas sus imperfecciones, es el único camino para evitar las revueltas, que como Cuba, son un desastre económico, seguras dictaduras que anulan la libertad y que coloca al Estado por encima de la voluntad de las personas. El populismo cubano, disfrazado de dictadura personal y familiar, no es buen ejemplo para Honduras. Ni una alternativa siquiera.

La experiencia de 2009, alentada de alguna manera por los hermanos Castro, nos confirmó que, al caudillismo, cuyas raíces viven lozanas en los genes políticos de los hondureños, no se le debe dar oportunidades. Especialmente, desde las prácticas democráticas y la violación de la ley. Y que los empresarios que no entienden esto terminarán barridos por los “revolucionarios”, una vez que estos llegan al poder. De modo que la muerte de Castro, más que un velorio de pueblo, debe ser una cátedra para la reflexión sobre el futuro de Honduras. Sin lágrimas de cocodrilo ni golpes de pecho. *Historiador y analista político