26/04/2024
12:11 PM

Adaptarse es sucumbir

Mientras en algunos países los obispos siguen peleando con los respectivos gobiernos por la negativa de estos a permitir las misas con público -los más sonados han sido los de Luxemburgo y del Estado norteamericano de Minnesota-, en otros la normalidad va poco a poco recuperándose. Si es que se puede llamar normalidad a tener que estar en Misa con mascarilla y a tener que lavarse cuatro veces las manos con gel antes de comulgar, como se exige en una diócesis española.

Una característica casi general es que son muchos los que tienen miedo a volver a la Iglesia, sobre todo porque se ha difundido la idea de que es un lugar peligroso para la salud.

Esperemos que poco a poco ese miedo pase y sea más fuerte el deseo de estar con el Señor que el temor a un contagio casi imposible.

Siguen siendo motivo de debate las propuestas que se discutirán en el Sínodo alemán. Según ellos, la adaptación al mundo es imprescindible para poder evangelizar. Les molesta especialmente la moral sexual de la Iglesia -radicalmente opuesta a la ideología de género-, pero también les molesta que, a efectos sacramentales y de poder, no sean iguales hombres y mujeres. Para esa adaptación hay que renunciar a la Palabra de Dios, a la Tradición y al Magisterio, en todo aquello que incomode al mundo, porque, según ellos, echando todo eso por la borda la gente volverá a llenar los templos y los jóvenes ingresarán en masa en los seminarios.

Adaptarse al mundo no es un camino para la evangelización. Es un camino para la autodestrucción. Adaptarse es sucumbir y, además, no podría ni debería ser de otra manera, porque ¿qué sentido tiene que sobreviva una institución que ha traicionado a su fundador, renegando de Él y, en el fondo, rechazando la premisa fundamental sobre la que fue construida: la divinidad de Cristo? Una Iglesia así merece morir. Adaptarse, por lo tanto, es sucumbir.

Lo que les está pasando a las Iglesias históricas protestantes es la prueba. “Contra facta non valent argumenta”.