Al filo de las 10:30 de la noche, Carlos Arnoldo Negro Lobo salió de su reducida celda bajo fuerte resguardo policial; inhaló una profunda bocanada de aire con olor a pino fresco y luego caminó cabizbajo, callado y resignado a su destino final en una cárcel de máxima seguridad en Estados Unidos.
Varios agentes de la DEA y de la Policía Militar de Honduras lo condujeron la noche del jueves pasado, en medio de un inusual operativo de seguridad, al helicóptero Black Hawk de la Armada norteamericana que lo esperaba con los motores encendidos para llevarlo a la base aérea de Palmerola y de ahí a una cárcel federal del estado de Florida.
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Metros arriba, otro helicóptero sobrevolaba la zona del Primer Batallón de Infantería, donde Lobo permaneció recluido en una celda especial desde que fue apresado el pasado 27 de marzo en un fuerte operativo de las fuerzas especiales de los cuerpos de seguridad del Estado en una exclusiva zona de la ciudad de San Pedro Sula.
La extradición a Estados Unidos de Lobo estuvo rodeada de una intensa actividad durante todo el día, con vehículos entrando y saliendo de las instalaciones, oficiales impartiendo órdenes, helicópteros de la Fuerza Aérea Hondureña sobrevolando el área y decenas de militares y policías tomando posiciones.
Mientras todo eso ocurría afuera, Lobo se paseaba de un lado a otro en su celda como fiera enjaulada, esperando su inminente traslado a EUA, donde afrontará cargos por delitos de narcotráfico y conspiración para introducir drogas a ese país.
